Fundación (Trilogía Ciclo de Trántor), de Isaac Asimov

02 agosto, 2015

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¿Y si todo hubiera sido ya escrito y no fuésemos más que peones en un ciclo vital que nos resulta novedoso? ¿Y si todo lo relacionado con la historia y la evolución humana pudiera ser anticipado con una precisión casi científica?

Esta es la premisa argumental de la saga Fundación (cuya trilogía principal ha sido recogida por DeBolsillo en un solo volumen, 2010), obra del escritor, divulgador y profesor de bioquímica, Isaac Asimov (1920-1992). Posteriormente, el autor completó esta trilogía inicial con otros títulos, como Los límites de la Fundación (Foundation’s edge, 1982), Fundación y Tierra (Foundation and Earth, 1983), Preludio a la Fundación (Prelude to Foundation, 1988) o el póstumo Hacia la Fundación (Forward the Foundation, 1993), pero estos no serán comentados en el presente artículo, por la sencilla razón de que aún no he tenido oportunidad de leerlos, y en cualquier caso, la trilogía original nos basta para adentrarnos en el particular universo del escritor de origen ruso nacionalizado estadounidense.


En la entrega inicial, Fundación (Foundation, 1951), asistimos al final de una era. La sede del Imperio Galáctico se halla en el planeta Trántor, en pleno corazón de la galaxia. Los humanos se han expandido, llevando consigo todo lo positivo que hay en ellos, pero esto no es óbice para que se prevea la irrevocable caída de un imperio colapsado por una administración mastodóntica e inoperante; un sistema anegado por la información y alejado de la cultura; como sabemos, dos vertientes que pueden llegar a ser bastante antagónicas.

En definitiva, el escenario es un conglomerado estatal que se reserva cuantas más funciones mejor, con oportunas conexiones a ámbitos como la educación o la justicia (como corrobora el episodio del juicio al científico Hari Seldon, fundador de la Fundación), y respaldado por una opinión pública sin opinión, porque está “informativamente desinformada” o “formada desinformativamente”.

La censura –y el ridículo- se ciernen sobre aquellos que tienen la osadía de prever y advertir acerca de la catástrofe cultural y material que se avecina (una vez más, queda demostrado cómo los aspectos más inquietantes y opresivos que pueden convertirse en una realidad, ya fueron abordados por las grandes obras de la ciencia ficción). 

El hecho es que, a causa de todo ello, se toma la determinación, más científica que gubernamental, de establecer dos sedes o fundaciones en los confines de la galaxia, con objeto de preservar todo el saber humano, todos esos testimonios de nuestra propia dignidad que, como ardientes sollozos, corren de siglo en siglo, y van a morir a los bordes de Vuestra eternidad, tal cual los supo definir Charles Baudelaire (1821-1867) en inolvidables versos y fértil diálogo con el Creador.

El científico e historiador Hari Seldon se vale de una ciencia estadística denominada psicohistoria, una suerte de leyes matemáticas que determinan la conducta de las masas, idea para nada ajena a la filosofía de nuestro gran pensador Ortega y Gasset (1883-1955) y que, además, refuerza su aserto de que una vez más acontece lo que es habitual en la historia, que ha sido predicha.

En efecto, la psicohistoria es la previsible ciencia de las muchedumbres, contemplada, con el tiempo, como una especie de religión, cuyas fallas (verdaderas o aparentes) deja huérfanos y sin horizonte a todos sus seguidores. Cuando esto sucede, solo cabe o bien sustituirla por otra más atractiva y actualizada (una ideología, por ejemplo), o bien, enfrentarse al vacío existencial degustando los distintos conocimientos en un retiro individualizado (aún en sociedad), lejos del ruido de la política-ficción.

Pero es posible que, incluso estos vaivenes y retrocesos revestidos de avances, hayan sido contemplados por tan determinante disciplina, “quintaesencia de la sociología” que permite reducir la conducta humana a ecuaciones matemáticas, en base al descubrimiento de que “las reacciones de las masas podían ser tratadas estadísticamente”, en tanto que “el ser humano individual actúa como elemento discordante e imprevisible”. Es decir, que “cuanto mayor es la masa, mayor es la exactitud de la predicción(Prólogo, Segunda Fundación).


Antes de que los acontecimientos se precipiten, el joven Gaal Dornick viaja a Trántor para estudiar dicha ciencia de manos de su inventor, el referido Seldon. La sede de estos mundos en extinción responde al apropiado nombre de Terminus. Para todos los planetas conocidos y sus habitantes, existe una lengua universal galáctica.

Desgraciadamente, y como suele ocurrir en la historia, los salvadores de hogaño resultan peor que los opresores de antaño, y la Primera Fundación se va transformando en otro poderoso macro estado galáctico, debido a las rencillas de los comerciantes que intercambian productos derivados de la energía atómica y a la mala distribución de los recursos de la galaxia, quedando arrinconada la misión principal, la preservación y transmisión de una Enciclopedia Galáctica. Pero esta no queda destruida, solo permanece latente.

Mientas esto tiene lugar, el enfrentamiento con un imperio moribundo parece inevitable… y de este (des)encuentro surge Fundación e Imperio (Foundation and Empire, 1952), que narra el inestable equilibrio de esa Primera Fundación (insisto en que, tal vez, se trate de una situación igualmente prevista). Un equilibrio amenazado por la aparición de una variable no contemplada, en forma de mutante; hecho que escapa a la predeterminación de los acontecimientos. ¿Inesperado eslabón o impredecible casualidad? En cualquier caso, se trata de un sujeto incapaz de sustraerse a un albedrío encaminado exclusivamente hacia un nuevo sistema de control por vía del resentimiento (el mutante pretende vengarse por las afrentas sufridas, valiéndose, precisamente, de sus capacidades anormales).


No será el único inconveniente con el que se enfrentará la Primera Fundación. El general imperial Bel Riose también se muestra dispuesto a torcer el determinismo del curso de los acontecimientos aunque, como advertíamos, finalmente será otro personaje quien sí parezca lograrlo, el mutante apodado el Mulo –curioso mote-.

Al dar comienzo las hostilidades entre el Imperio y la Primera Fundación, dicho general se propone aplicar los antiguos métodos estratégicos de combate. Junto a él, pero no a su lado, se encuentran el comerciante Lathan Devers y el anciano Ducem Barr, habitante de un planeta sometido por el Imperio, y nexo de unión con la anterior entrega de la trilogía. Ambos conseguirán arribar al planeta Trántor, sede moribunda del Imperio, con una “información privilegiada”.

Un salto temporal en este segundo mojón galáctico también nos permitirá conocer al joven Toran y a su esposa Bayta, residentes y resistentes del planeta Kalgan. A ellos hay que añadir al capitán Han –también curioso- Pritcher, junto a Ebling Mis, uno de esos científicos que no ha “doblado la rodilla”, y el despótico y ensimismado alcalde principal de esta Primera Fundación, descendiente (no ha sido elegido) de uno de los primeros “tenedores de libros” de la misma (XII), que responde al nombre de Indbur III y que asegura explícitamente que “yo soy el estado”. Hasta ha resuelto prohibir el tabaco, nos indica el autor (XV). La situación ha vuelto al punto de partida.

Pintura de Chris Foss
Héroes, traidores, preservadores de la sabiduría… forman parte de un universo donde el orden, el caos y el azar parecen darse la mano; tal vez, la misma que lo escribe todo.

Siempre es conveniente contextualizar una obra artística, su época y circunstancias. De este modo, en Fundación nos encontramos con la pervivencia del papel como soporte físico (¡tal vez una moda retro!) y, aún más perturbador para algunos, con la televisión (¡es cierto que las sociedades evolucionan e involucionan!). La Biblioteca de la Fundación (o Fundaciones), debido a su labor conservadora, se ha convertido en todo un mito para los habitantes de la galaxia; un lugar de conocimientos sorprendentes y liberadores.

Pero a su vez, la preocupación por el desgobierno queda perfectamente definida en la Conferencia de los veintisiete mundos comerciales, hasta ahora, independientes de Terminus, el planeta madre de la Primera Fundación. Sus representantes son una serie de personajes que pactaron con el antecesor del Mulo en su lucha contra la ya corrupta Fundación, pero con la aparición del nuevo tirano, esta resistencia reasume su apoyo al alcalde Indbur III (el “mal menor”).

Pese a todo, Terminus acaba por desmoronarse con asombrosa facilidad; la psicohistoria no parece haber sido capaz de predecir una actuación como la del Mulo, que con sus poderes paranormales, introduce la referida y fatal variable. Como resumen de esta situación, el científico Ebling Mis comenta que “al parecer es una tentación irresistible renunciar a un poder político en peligro, si ello asegura un control sobre los asuntos económicos(XIX).

Hacía notar anteriormente que era posible que toda esta deriva tortuosa pudiera haber sido ya contemplada, con vistas a ser encauzada por otra “Shangri-La” con su propio devenir y temperamento místico: la Segunda Fundación (Second Foundation, 1953).

La respuesta a las cuestiones planteadas, la hallaremos en esta tercera entrega, que aunque no definitiva sí resulta concluyente. Se inicia cuando el joven arribista Bail Channis y el capitán Pritchard parten tras las huellas de la Segunda Fundación, intercalándose en el relato las impresiones de los consejeros -llamados oradores- de la misma.

El enfrentamiento, o mejor dicho, tormenta de ideas, entre el representante de esta Segunda Fundación, el Primer Orador, y el Primer Ciudadano de la Primera, el mutante llamado el Mulo, se cuenta entre los momentos más memorables de la trilogía, principalmente, por la total ausencia de artificiosidad. Un frente a frente, mente a mente.

Curiosamente, los oradores de la Segunda Fundación y sus discípulos también se comunican por el procedimiento de la “ciencia mental” o telepatía, que es la que ejerce el mutante, aunque con fines muy distintos. Una forma de manipulación o, según su uso, de evolución que, pese a todo, puede ser detectada…

En esta etapa de la psicohistoria se encuentran inmersos, a veces muy a su pesar, a veces de forma incluso divertida, personajes como la adolescente Arcadia Darell, hija del científico Toran; a su vez, descendiente de los anteriores Bayta y Toran.

Para ellos, “la vida es una serie de accidentes que hemos de afrontar con improvisaciones (esto es, saliéndose de lo establecido), puesto que solo la acción conjunta de la humanidad es verdaderamente inevitable(XVI). Además, si se sabe que todo puede estar previsto, se acaba por padecer “un círculo vicioso de dobles intenciones”. Un material en teoría nebuloso, pero que Isaac Asimov sabe desarrollar con gran pericia y sin embarrancar en las orillas de ningún mundo remoto.

Luminoso dialoguista, Asimov va sembrando la narración con ideas muy sugestivas (y plausibles) a través de los distintos períodos que se van sucediendo. Algunos de los capítulos se abren con una entrada lexicográfica de la Enciclopedia Galáctica, aunque con la particularidad de estar incompleta o incluso… tergiversada, como el propio narrador de Segunda Fundación, algo más “involucrado” que los demás, se permite recriminar, no sin cierto sarcasmo.

Otra idea bien expuesta y atractiva se refiere a la detección de las mentes de la Segunda Fundación por medio de un examen encefalográfico. De hecho, “¿cómo puede saber una persona que no es un títere?(XXI).

Pues bien, huyendo del ambicioso Señor de Kalgan y de sus ansias de convertirse en un nuevo déspota al estilo del Mulo (aunque sin sus habilidades psíquicas), la joven y resuelta Arcadia se refugia en Trántor, su planeta de origen, en compañía del “rústico” matrimonio Palver. La Biblioteca Imperial sigue siendo el corazón de este planeta, un mundo recubierto de metal que, en buena medida, ya ha sido desmantelado, dejando entrever, nuevamente, su superficie natural.


El aspecto más estremecedor a nivel argumental es la plasmación de la manipulación emocional; ese influjo invisible que unas personas ejercen sobre otras, unido a un determinado contexto sociocultural. Y es que, ¿a quién no le agrada escuchar aquello que desea oír?

Lo que iba a convertirse en la solución, acomete los mismos errores y degenera en un estado autoritario y coercitivo, solo que bajo otra bandera: la del manoseado igualitarismo -aquí literalmente- con unos ciudadanos que desconocen estar sometidos por la fe a su nuevo líder, el Mulo, el cual posee la capacidad de manipular las mentes, los resortes emocionales de las personas.

En esta situación, Toran, Bayta, Ebling y el simpático bufón Magnífico arriban a Trántor, donde les esperan los dormidos datos de los archivos de la Primera Fundación. Ebling, “absorto en los libros”, pondrá todo su empeño en hallar el emplazamiento de esa otra comunidad hermana, que tan necesaria se ha hecho. Todo el suspense final se centra en las distintas teorías creadas en torno a la ubicación de la Segunda Fundación; finalmente, un asunto que tiene mucho que ver con la semántica…


Los conflictos desplegados en Fundación son los inherentes al ser humano, solo que a un nivel galáctico más que planetario. Las incipientes civilizaciones no pueden prosperar, pese a la bonanza comercial, sin leyes adecuadas ni personas capacitadas que sepan legislarlas y encaminarlas hacia todos, y no únicamente hacia sí mismos (pero no se trata de una crítica al libre comercio, sino a su aplicación salvaje, tanto como a su restricción). Por ejemplo, los primeros comerciantes surgidos a las luces de la Primera Fundación, poseen el valor e iniciativa de los primeros colonos; son los valedores de una empresa que trata de vencer multitud de obstáculos.

Por desgracia, las civilizaciones suelen responder a ciclos bien determinados; progresan y decaen. Ciertamente, el ser humano es prisionero de su propia naturaleza, pero de entre toda la masa, emergen sensibilidades concretas y caracteres nobles, cuyas funciones orgánicas van más allá de procrear o de distraerse en los ratos libres frente al televisor. En la trilogía de la Fundación, son la salvaguarda de la Historia.


En realidad, dicha trilogía es un relato sobre la circularidad del paso del tiempo, sobre el esfuerzo por expandirse trasladando consigo todo un legado cultural; y no solo su máscara: uno o un millón de idiomas… Un saber que atañe a toda la raza humana.

Pero Fundación también versa sobre la casi ilimitada capacidad de ese ser humano para sacar partido de las situaciones más extremas, por medio de su perspicacia. Al menos, durante el tiempo de que dispone. En términos cósmicos, prácticamente nada, pero a escala humana, un intervalo sumamente valioso.

Escrito por Javier C. Aguilera



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