El desconocido, de Dani de la Torre

29 agosto, 2016

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En los últimos años, el cine español ha triunfado esencialmente en su faceta de género, más en concreto en sus obras policíacas o en el suspense (thrillers), donde la influencia norteamericana ha sido más que evidente. Si bien es cierto que en la historia de nuestro cine tenemos varios ejemplos remarcables, la inspiración actual es el cine de Estados Unidos. Refiriéndonos tan solo al cine, por dejar aparte las series, ahí tenemos los éxitos comerciales de No habrá paz para los malvados (Enrique Urbizu, 2011), Grupo 7 (Alberto Rodríguez, 2012) El Niño (Daniel Monzón, 2014) o La isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014). Dentro de este grupo, podemos situar a El desconocido (2015), del novel Dani de la Torre.

Y a pesar de ser una ópera prima, El desconocido se despliega como una obra que conoce tanto sus limitaciones como su objetivo. Comenzando con un breve retrato de una familia disfuncional al uso, con un marido obsesionado por el trabajo, con ausencia de comunicación entre padres e hijos e, incluso, cierta indiferencia matrimonial, se nos da paso a una trama que va in crescendo en tensión a partir de un simple hecho: el coche, en el que Carlos (Luis Tosar) va a llevar a sus hijos al colegio antes de ir al banco donde trabaja, lleva una bomba debajo del asiento. Al teléfono, alguien le amenaza tratando de conseguir una gran cantidad de dinero para poder salvar su vida y la de sus hijos.

Desde la incredulidad inicial hasta el máximo despliegue policial, la película teje una acción de espacios reducidos y recursos limitados, que contando con tan solo noventa minutos, no pretende excederse en hechos accesorios, al estilo de lo que nos mostró también en su debut Steven Spielberg con El diablo sobre ruedas (1972). Nos recuerda, por ejemplo, a Última llamada (Joel Schumacher, 2002) e, incluso, por recordar una obra tan interesante aunque alejada de la acción policial, a La cabina (Antonio Mercero, 1972), pero alterando la cabina telefónica por un coche, de ahí la comparación con la obra de Spielberg), en un juego de tira y afloja telefónico.


El esquema es evidente: las peticiones que le van realizando a Carlos sirven para ir avanzando en la trama, sobre todo para atender a las dificultades que vayan surgiendo. A ello se suma de forma paralela las tensiones familiares que van surgiendo tanto por la presencia de los hijos en el coche (a destacar la joven Paula del Río en el papel de Sara, siendo quien muestre una mayor evolución en su relación paterno-filial, sin desmerecer al jovencito Marco Sanz, Marcos en la película, aunque su rol sea más reducido) como por la necesidad de comunicarse con su esposa, Marta (Goya Toledo), que a su vez se convertirá en el descubrimiento de que vive en una mentira que él mismo ha provocado.

O el juego oscuro de los bancos, que lleva a Dani de la Torre a mostrarnos las mentiras y la difícil red que se extiende para proteger a la entidad sin importancia de las personas. Se trata de una visión muy pesimista de los bancos que se corresponde con el sentir generalizado de una sociedad, la española, desilusionada y asqueada por los últimos acontecimientos económicos, aunque no deja apenas la posibilidad de que existan buenas personas trabajando en un banco.


Aunque a su vez, también subraya que la violencia no es el camino, dado que suele llevar a la destrucción sin sentido. La que parecía una extorsión sencilla se va complicando cuando las acciones de Carlos con el coche comiencen a llamar la atención de la policía. Este será el momento, algo tardío en el metraje, de introducirnos a los dos dirigentes de la policía, contrarios en su forma de pensar sobre el caso: Espinosa (Fernando Cayo) y Belén (Elvira Mínguez), encargada de los artificieros. 

A pesar de que la acción se detiene con la aparición de la policía, la tensión sigue estando muy presente, una tensión que se sostiene gracias a la labor de actuación del trío compuesto por Cayo, Mínguez y Tosar, especialmente estos dos últimos, dado que para el primero el caso resulta demasiado evidente. Al contrario que con los bancos, el cuerpo de policía se lleva así una cal y otra de arena en su reflejo en la película. Incluso podríamos señalar que sale bastante beneficiada, dado que su nivel de actuación nos puede resultar en origen hasta desproporcionado, ¡incluyendo helicópteros!


Ahora bien, el final acaba por caer en cierto simplismo, aprovechando de nuevo el panorama social español, pero desvelada la identidad del desconocido, la tensión se disuelve para dejar paso a la acción del último momento, que engarza giro tras giro tratando de llegar a una sorpresa final por la pura sorpresa. Se pierde así el sentido de los personajes que tan bien se había intentado trazar a lo largo de la película. Sin duda, lo que mejor funciona en El desconocido es su capacidad para angustiar al espectador y mantenerlo tenso gracias tanto a un cuidado montaje, que le valió el Goya, como a una actuación bien medida de Tosar. 

Con todo, no podemos dejar de observar momentos de inverosimilitud y la ausencia de que estemos ante una obra que no tiene ni va más allá de lo que nos muestra. Señalamos esta cuestión porque consideramos que el mejor cine de género es el que logra, sin perder la esencia de género, trascender a través de lo que hace. Y El desconocido logra su primer cometido, pero acaba teniendo un trasfondo flojo que, aunque podía resultar evidente desde algunas primeras escenas, no deja de sentirse artificial, como una justificación en la que realmente no se ha ahondado ni forma una parte vital de la trama para darle un significado más logrado. En definitiva, una pieza más de la buena muestra de cine de suspense que nos está proporcionando España, entretenida e incluso angustiosa, pero cuyas claves sociales y políticas acaban por sentirse vacías.

Escrito por Luis J. del Castillo


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