La guerra de las galaxias. Episodio VII: El despertar de la Fuerza, de J.J. Abrams

21 diciembre, 2015

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Este análisis comenta cuestiones relativas al argumento, contiene spoilers sin giros importantes de la trama.

La expectación es un arma de doble filo. Debemos partir de la base de que no se puede complacer a todos, ni siquiera las considerables mejores obras son del gusto de todos de la misma forma. Aunque los parámetros en que se mida la calidad de determinada materia artística puedan establecer si una obra es magistral o no, lo cierto es que hay un campo que va más allá de esos parámetros, algo que se ha venido a denominar de muchas formas, como el duende flamenco, el hado o, casi en términos platónicos, el alma.

Ahora bien, debemos impedir quedar cegados por nuestras emociones más intrínsecas o, peor, por una mitomanía exacerbada y pueril a la hora de analizar lo que vemos, leemos o escuchamos, aunque no por ello despreciemos que algo nos ha gustado, que lo hemos disfrutado, a pesar de reconocer sus carencias y sus fallos. Porque, entrando ya en materia, lo cierto es que La guerra de las galaxias. Episodio VII: El despertar de la Fuerza (2015) tiene carencias, esencialmente en el esquema argumental con respecto a la originalidad, pero no por ello deja de ser una película de un gran entretenimiento, quizás hasta hipnotizadora y con una gran fuerza a base de levantar emociones muy humanas: el sentido de la justicia, el abandono, la duda, el humor y la fraternidad sirven de ejemplo.

Por todo ello, hay que acercarse con cautela a esta nueva entrega de la saga ideada por George Lucas, Star Wars, dado que no podemos apresurarnos a llamarla obra maestra (habría que plantearse qué entendemos por obra maestra), pero tampoco despreciarla de forma absoluta. Se debe huir de las críticas que queden cegadas por los extremos sin argumentar con lo que uno se encuentra en pantalla, aquellas que argumentan a partir de lo que hubieran deseado ver.

J. J. Abrams y Kathleen Kennedy
Resulta imposible olvidar el fenómeno que La guerra de las galaxias ha supuesto para la industria del cine y para toda una generación, o varias, de espectadores. A esa presión se enfrentaba J. J. Abrams (1966-) cuando fue seleccionado por la nueva compañía dueña de la saga, Disney, para dirigir el que ha supuesto el primer paso de una nueva trilogía, la tercera ya, y de toda una serie de películas derivadas, como la futura Rogue One (2016) o el spin-off dedicado a un joven Han Solo (2018). Pero, además, era la continuación directa de la primera trilogía, la de los episodios IV, V y VI, aquella que la mayoría de seguidores consideran la mejor de toda la franquicia, a años luz de la generalmente denostada trilogía-precuela.

Con la tutela e insistencia de la productora Kathleen Kennedy, actual directora de Lucasfilm dentro del conglomerado Disney, J. J. Abrams se atrevió a ponerse a los mandos de la película no sin cierta reticencia, pues pesaba sobre él la idea de estar convirtiéndose en un chico de secuelas. Aunque Abrams tenga una carrera televisiva (Felicity, Alias o Lost dan cuenta de ello) y cinematográfica que empezó en los noventa, tan solo ha dirigido tres largometrajes antes de enfrentarse a Star Wars, y dos de ellos han sido continuaciones: Misión: Imposible III (2006) y Star Trek (2009), siendo Super 8 (2011) su única pieza individual, heredera del cine de aventuras juvenil de los ochenta. Lo que resulta evidente es que Abrams es también un seguidor de aquello que le han encargado realizar y, por ello, este Episodio VII bebe de las mismas fuentes que lo hiciera la trilogía original.


El inicio de cualquier película de la saga es mundialmente conocido, lo extraño es encontrarse con un número más, dado que la trama principal y final de los episodios II y III eran previsibles, pero este nuevo nos adentra en la dimensión desconocida: ¿qué ha sucedido tras derrocar al Imperio Galáctico? La primera frase con la que se abre la película, en el habitual texto ascendente sobre fondo estrellado, es el objetivo de la película: la desaparición de Luke Skywalker (Mark Hamill) y su necesario regreso para hacer frente, como el último Maestro Jedi, a la nueva amenaza que pende sobre la galaxia, la Primera Orden. Sin embargo, esta aventura comienza lejos de nuestros estimados héroes, en el planeta Jakku, donde se encuentra la única pista del paradero de Skywalker.

Pero el destino actúa en un juego de casualidades siniestro y nos conduce a la unión de dos personajes distintos, pero afines. Por una parte, un desertor de la Primera Orden que hará suya la empresa del piloto rebelde Poe Dameron (Oscar Isaac), que acaba por aceptar el nombre de Fin (John Boyega) y cuyo anhelo es huir, escapar de la maldad que ha presenciado desde dentro; por otra, la chatarrera Rey (Daisy Ridley), que fue abandonada en este planeta cuando era niña y que aún espera a su familia, a que regresen a por ella, por lo que no puede arriesgarse a escapar, a buscar una aventura pese a que es lo que más desea. La misión de Dameron y del pequeño y simpático droide BB-8 empujará a ambos a escapar del desértico planeta en busca de respuestas. Así, juntos deberán enfrentarse a sus propios miedos y deseos para hallar una nueva vida, quizás lejana a aquella que esperaban, y embarcarse en una aventura que decidirá el futuro de la galaxia.


El despertar de la Fuerza sigue las ideas básicas de Una nueva esperanza (1977), pero les otorga una nueva identidad, personajes con más desarrollo interno y un enfoque distinto respecto a ciertos hechos. Abrams podría haberse distanciado aún más de la que fue la primera película de la franquicia, pero lo cierto es que ni siquiera El retorno del jedi (1983) lo hacía, imitando también un modelo similar, con respecto a la destrucción de la segunda Estrella de la Muerte. El comienzo en el planeta Jakku resulta trepidante y en poco menos de media hora nos ofrece la perspectiva de que estamos ante un nuevo enemigo temible, como lo era el Imperio, y que la situación de los rebeldes no ha variado tanto a pesar de contar con el apoyo de una nueva República. A su vez, plantea de forma ligera algunas características de los que serán los dos protagonistas y también el antagonista.

La segunda parte nos lleva a terrenos conocidos, especialmente con la aparición estelar de Han Solo (Harrison Ford) y su sempiterno compañero Chewbacca (Peter Mayhew). Curiosamente, la película tiene una escena un tanto absurda en esta ocasión con una resolución un tanto desconcertante, aunque pronto se recupera para continuar la travesía espacial hacia nuevos horizontes que pondrán un nuevo reto a cada uno de los protagonistas: seguir adelante en la aventura o asumir su papel en el equilibrio de la Fuerza. Finalmente, la base Starkiller de la Primera Orden se sitúa como el equiparable (o, más bien, como superior) a la amenaza de la Estrella de la Muerte, y estaremos en el tramo final dentro de una aventura contrarreloj para destruirla y, además, para rescatar a uno de los personajes; se concluye así con un duelo doble: entre las fuerzas de los rebeldes y esta organización heredera del Imperio y entre el lado luminoso y el lado oscuro de la Fuerza.


Resultaría absurdo ponerse a medir o calcular el número de referencias o similitudes con el Episodio IV, desde detalles tan curiosos como la reaparición de la bola de entrenamiento con la que se entrenó Luke con Obi-Wan hasta las similitudes más evidentes, como la sucesión de acontecimientos: droide con información vital para la Resistencia acaba perdido, joven con potencial en la Fuerza, la aparición de ese montón de chatarra que es el Halcón Milenario, la aparición de un personaje-mentor que se convierte en una especie de figura paternal para la protagonista, un amenazante villano oculto tras una máscara, un arma tan poderosa que es capaz de arrasar mundos, pero con un punto débil que puede ser atacado con naves espaciales...

Seguramente, se trata del hecho más molesto de la película, es decir, notar que no se ha buscado una trama global novedosa dentro de la franquicia, algo que quizás sí aportaba la trilogía-precuela, aunque su desarrollo no fuera el adecuado. No obstante, todo se envuelve de un halo de novedad, gracias sobre todo al trabajo realizado con los personajes, a la forma de narrarlo visualmente logrando una mezcla perfecta entre el estilo clásico de la saga y unas incorporaciones digitales poco saturadas, y, en definitiva, a otorgarle un espíritu fidedigno a la saga, pero innovador en determinados aspectos, aunque no sea el caso del entramado principal.


Entre las novedades, seguramente el carácter de los protagonistas, incluido el principal antagonista. Tanto Finn como Rey no se muestran como personajes planos, sino que, al revés, dudan acerca de lo que tienen o deben hacer. Para el espectador, resulta fácil sentirse relacionado con unos personajes que se ven arrojados a una aventura espacial, siendo perseguidos por una entidad oscura, y dudan sobre qué hacer. Seguramente podríamos desear que ambos tengan mayor determinación, por ejemplo, cuando Rey comienza a comprender qué es la Fuerza, desearíamos que asumiera ese papel de heroína al instante, pero no lo hace, y eso la convierte en alguien no cobarde, sino más humano. En esto, debemos admirar el potencial de la actriz Daisy Ridley, un descubrimiento para la saga que consigue encarnar a Rey con naturalidad, en esa mezcla de adicta a la mecánica, proto-guerrera jedi, superviviente nata y necesitada de una vida nueva, más estimulante.

A la zaga también va John Boyega encarnando al soldado de asalto desertor de la Primera Orden, quizás menos logrado que su compañera, pero soportando un papel que aúna los nervios y el temor que provoca su idea continua de huir junto a un necesario espíritu de justicia y fraternidad que origina un retorno y, por supuesto, que ocupe el papel que le pertenece en el entramado. Si cuando Han Solo huía en Una nueva esperanza comprendíamos que estábamos ante un hombre algo canalla, pagado a sí mismo y poco interesado en perder la vida por algo en lo que no creía, aquí es comprensible la actitud de Finn ante los terribles sucesos de los que ha podido ser testigo, que, por otra parte, permanecen en el misterio. Por cierto, no se deja nada al azar y la película otorga explicación a por qué no son clones los soldados de esta Primera Orden; en este sentido, cabe destacar cómo se logra dar respuesta a algunas dudas con una sencilla intervención o frase en el punto adecuado.


Por otra parte, cabe destacar la creación de una relación entre amistosa y romántica entre Finn y Rey de una forma tan natural que supera, sin duda, las riñas de Han y Leia en la trilogía original y la artificiosa relación de Anakin y Padmé en las precuelas. Se marca así un nuevo tipo de conexión que junta cierta sutileza con algunas frases románticas que no resultan cargantes ni otorgan un cariz excesivo, sino que, por contra, resultan creíbles. Incluso podemos afirmar cómo ambos se complementan y gracias a su mutua colaboración logran superar sus dudas internas. Hasta podemos considerar que Finn es el responsable final de que Rey ocupe el papel de heroína jedi, siendo él también capaz de enfrentarse a sus temores aunque sea con un arma, la espada láser, que, como la película se encarga de remarcar, no está hecha para él.

Por contra, frente a estos dos nuevos protagonistas postulados al lado del bien, en el lado de los villanos encontramos una situación desigual. Kylo Ren (Adam Driver) deviene a ser un Darth Vader previo, seguramente un mejor Anakin en proceso de cambio hacia el lado oscuro de lo que fue el que vimos en La venganza de los sith (2005). Aunque resulta imponente y sanguinario, se puede notar cómo no actúa realmente como lo hacía Vader, siendo incluso más piadoso con sus hombres (lo que otorga un punto cómico al hecho de que arroje su ira sobre parte del mobiliario espacial) y con una posición menos segura y determinada (hasta su espada láser se muestra inestable). Quizás revelan su identidad excesivamente pronto, aunque ello no resta valor dramático a los acontecimientos posteriores y a comprender las razones para que nos encontremos ante un villano que, igual que los dos protagonistas, duda sobre lo que está haciendo, a pesar de su idolatría a lo que Vader representaba. Como él dirá en la película, hay algo que lo está desgarrando desde dentro.


A su lado, el general Hux (Domhnall Gleeson) y la capitana Phasma (Gwendoline Christie) resultan ridículamente artificiales. El general actúa de una forma tan fría, con ecos de despotismo, pero con la ausencia de la personalidad que desprendía, por ejemplo, Peter Cushing en Una nueva esperanza. Desconocemos si es Gleeson el que no está acertado en su interpretación o si, por contra, está respondiendo justamente a lo que le requerían. No obstante, en el espíritu de esta nueva película, personajes tan huecos o planos quedan atrás con respecto a lo que estamos viendo.

A su vez, la capitana Phasma acaba por ser un personaje ciertamente ridículo, mal empleado y completamente desaprovechado; era de esperar que, ya que se incluía por primera vez un personaje villano femenino en la saga y en una película donde se motiva la exploración interna de los personajes, se le diera algo más no solo de presencia, sino de desarrollo. Lo mismo sucede en el caso del piloto Poe Dameron en el bando rebelde, cuyo carisma inicial, muy semejante al de Solo en la trilogía original, es desperdiciado en la mayor parte de la película.


A otros personajes de la vieja escuela también se le da poca cancha, como sucede con Leia Organa (Carrie Fisher), que vuelve a dar muestras de su vinculación con la Fuerza en una escena similar a la de Yoda en La venganza de los sith, mostrando así su lado sensitivo. También es el caso de los droides R2D2 (Kenny Baker) y C3PO (Anthony Daniels), que pasan a un segundo plano con respecto a BB-8, otro de los fenómenos más identificables del espíritu de este Episodio VII. Por otra parte, tenemos la inclusión de un imponente villano en la sombra, el Líder Supremo Snoke (Andy Serkis) desde este primer episodio de la nueva trilogía se distancia del enigma con respecto al Emperador en las otras entregas, aunque su historia siga siendo un misterio. En el lado del bien, un nuevo personaje recreado con CGI que emula algunas características de Yoda y del Obi-Wan interpretado por Alec Guinness, ejerciendo casi como una sustituta de Maestro Jedi, a pesar de reconocer que no lo es: Maz Kanata (Lupita Nyong'o le da voz).

La carga dramática de la película la sobrellevan de una forma sutil y especial los personajes Han Solo y Leia Organa en este reencuentro entre Ford y Fisher después de tantos años. Solo se muestra algo envejecido y no falto de la chispa original, siendo el miembro del elenco original que más interactúa con los nuevos personajes, cediendo así el testigo. Ambos personajes nos hacen ver que, después de tanto tiempo interno como externo, siguen manteniendo algo mutuo, aunque los problemas, generalmente elididos, hayan provocado una actitud melancólica entre ambos. Sus diálogos dan una buena muestra de cómo lo hecho con cierta simpleza sutil puede llegar a ser no solo suficiente, sino hasta más brillante que los diálogos demasiado explicativos.


Con respecto a otras características generales, debemos apuntar hacia el humor que recorre como una espina dorsal toda la película, estando mucho más presente que en otras entregas gracias, sobre todo, a su naturalidad y a un reparto equilibrado durante todo el metraje. Además, hay distintos personajes que dan cabida a distintas expresiones graciosas, como la ironía de Poe, la torpeza de Finn, la socarronería de Solo, las siempre elocuentes intervenciones de Chewbacca, la ingenuidad genuina de C3PO o la personalidad heredera de R2D2 pero con mayor movilidad y, por tanto, expresividad, de BB-8. Y esto no se deslinda de una carga dramática también presente, especialmente en el último tramo de la película; a destacar aquí el plano tenebrista, con un excelente juego de claroscuros que otorga un mayor carácter épico, con el que se nos presenta la caída definitiva en el lado oscuro de Kylo Ren.

No faltan el resto de elementos de la saga, desde la introducción clásica hasta las cortinillas de transición, aunque estas últimas no llegan a ser excesivas ni el único modo de cambiar de escena. Regresan las naves con trepidantes escenas de acción espacial, aunque en este caso concreto sea más acción planetaria, incluyendo una sorprendente persecución en el primer tramo, una especie de llegada del séptimo de caballería, al estilo de los westerns clásicos, en el segundo tramo, y la batalla final. También se ha logrado unir la tensión dramática de los duelos de espada láser de la trilogía original con la espectacularidad, algo más relajada, de la trilogía-precuela, en la que se nota como una lucha equiparada que ha sido criticada por resultar incoherente con la franquicia, aunque la película se haya encargado de subrayar la capacidad innata de la protagonista.


La intención evidente de Abrams de unir la cinematografía clásica, incluso en formato y escenario, con los adelantos digitales, nos arroja un resultado más auténtico a la vista. Además, no fuerza la confusión en las batallas, lo que es de agradecer, filma de forma correcta y nos arroja algunos planos, como el mencionado de tonos tenebristas, de valía. También el confuso montaje de la secuencia revelatoria que sufre Rey logra reunir inquietud y asombro, mientras que otras secuencias logran animar el espíritu en excelente combinación entre imagen y sonido. Precisamente, a nivel musical, quizás no hay temas novedosos que nos otorguen la sensación de que John Williams vuelve a innovar en la saga; por contra, la reutilización de temas clásicos, algunos leitmotivs, sigue siendo tónica habitual, y nada despreciable (escuchar algunos de esos temas, como la propia introducción, en el cine resulta una delicia). No obstante, hubiéramos esperado alguna sorpresa del talento de Williams, como sucediera en el Episodio I con el tema Duel of the Fates.

En definitiva, El despertar de la Fuerza logra un ejercicio de naturalidad que nos hace creer que estamos de nuevo ante el espíritu de lo que es Star Wars, aunque le pesa la semejanza con lo ya visto. Una película trepidante, que consigue un entretenimiento que atrapa al espectador, con quizás un segundo acto menos emocionante, pero que como resultado final nos arroja una perfecta unión entre acción, emoción, humor y aventura. El final nos arroja hacia el futuro y cabe esperar que este sea, ojalá, el peor de los próximos episodios, porque eso querrá decir que hemos ido a mejor. Un despegue de una nueva trilogía a la altura, aunque esperemos que en el futuro opten por ofrecernos un argumento más original, pero sin perder nunca el espíritu al que esta película rinde culto.



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