Adaptaciones (XLIX): Harry Potter y las Reliquias de la Muerte - Parte 1, de David Yates

05 agosto, 2015

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Llegamos al final del camino o al que se suponía sería el final, pero que se dividió en dos películas: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Parte 1. Podríamos suponer que esta decisión, que sentó precedente para otras adaptaciones posteriores, como en el caso de la franquicia Crepúsculo o con Los juegos del hambre, pudo responder a razones económicas, con el deseo de estirar a la gallina de los huevos de oro, cosa que también se puede pensar del spin-off que llegará el próximo año. No obstante, en una saga de tal extensión como la del joven mago, esta división en dos entregas permitía concluir de forma más adecuada con los cabos que se habían abierto a lo largo de la franquicia y adaptar de la mejor manera el último libro.


Debemos reconocer aquí la capacidad de J.K. Rowling para lograr que los elementos de las primeras historias, de carácter autoconclusivas, adquieresen importancia en la resolución definitiva, consiguiendo así que el camino recorrido hasta el momento tuviera un hilo conductor lógico y bien construido. No obstante, el guionista Steve Kloves, encargado de la adaptación de todas las entregas, salvo de la quinta, y el director, David Yates, afrontaban el desafío de, por una parte, superarse tras una desaprovechada sexta película, Harry Potter y el misterio del príncipe, y, por otra, solucionar aquellas incongruencias que pudiera ocasionar las modificaciones realizadas en otras películas con respecto a los libros. 

Si las anteriores entregas avisaban de la situación bélica a la que se iba acercando la saga, esta nos introduce de pleno en ella desde el principio. Harry (Daniel Radcliffe), Ron (Rupert Grint) y Hermione (Emma Watson) comienzan la búsqueda de los horrocruxes dejándolo todo atrás, con el fin de poder derrotar a Lord Voldemort (Ralph Fiennes). Un viaje que no será sencillo y que podría aumentar la distancia entre ellos mientras, alejados de todos a quienes quieren proteger, temen por la vida de sus seres queridos y de las consecuencias de la expansión de la oscuridad hasta el mismo Ministerio de Magia. De forma paralela, Voldemort busca desesperadamente el arma que le permita acabar con el niño que vivió.


En toda la película observaremos relaciones con anteriores entregas, pero aún más, podemos notarla como una continua despedida a los tópicos frecuentes de la saga. Un quiebro que muestra bien la ausencia de Dumbledore (Michael Gambon) y un protagonismo centrado en el trío y en su viaje, ausentes de todo lo que sucede en el mundo en el que han vivido hasta ahora. La marcha de los Dursley ante el peligro, el obliviate a los padres de Hermione (por cierto, la madre de la bruja en esta ocasión encarnada por Michelle Fairley, actualmente más conocida por su papel como Catelyn Stark en la serie Juego de Tronos), la varita rota, la posterior muerte de Hedwig, unida a la de otros aliados, pertenecientes a aventuras anteriores, el no regreso a Hogwarts (sin que el castillo llegue a aparecer en toda la obra), la traición de Snape, el peligro real que supone ahora decir el nombre de Voldemort, a pesar de haber luchado por decir su nombre libremente en el resto de entregas, o la gran inseguridad a la que se ve expuesto el trío protagonista dan buena cuenta de la diferencia de carácter de esta película con respecto a las otras.

Aunque, a su vez, esta última aventura se alimente de esta nostalgia y del mundo creado anteriormente para lograr ese efecto antitético. Sin lugar a dudas, un espectador ajeno a la franquicia no entendería bien el significado real y completo de todo lo que sucede en pantalla, ni del valor que tienen algunos de estos personajes u objetos. Por ejemplo, el testamento de Dumbledore, con una escena algo inquietante protagonizada por el nuevo Ministro de Magia (interpretado por Bill Nighy) aumenta esta interrelación con obras anteriores, al recuperar elementos como el desiluminador o la snitch dorada de la primera entrega, o la espada de Gryffindor, objeto estelar en la segunda.


Por otra parte, no hay espacio para la tranquilidad segura a la que nos tenía acostumbrada la saga. Los momentos menos tensos del tramo inicial, con la boda de Fleur y Bill, por ejemplo, son sucedidos por escenas de batalla confusas, pero espectaculares. Esta confusión no sucede como tal en el resto de la película, ofreciéndonos la sensación de que el director optó por esta opción para aumentar la sensación de peligro de los personajes. Yates, que como dijimos con respecto a su primera participación en esta saga, estaba acostumbrado a tratar temas como al corrupción o las intrigas institucionales, por lo que su eficacia en este campo se muestra claramente en lo relativo al Ministerio de Magia, la reunión de los mortífagos o la persecución a Harry. Ahora bien, la película cuenta con un problema de ritmo y de equilibrio. 

Entre otras cuestiones, al ser la mitad de la adaptación, no cuenta con una resolución, como era habitual en todas las entregas de la franquicia, que parecían concebidas como autoconclusivas. En este caso, la excepción sería, seguramente, de la anterior, cuya resolución (mayor en el libro) abría en realidad el argumento de esta última aventura, pero con un dramático giro de los acontecimientos.


Así pues, encontramos cierto letargo en el viaje de los protagonistas, aunque su construcción cuenta con elementos que potencian aquello que pretende transmitir. Por ejemplo, se vuelve a recurrir al paisaje, con una fotografía que nos muestra la desolación mientras se escucha ininterrumpidamente lo que podríamos denominar radio de guerra, aunque este recurso se haga demasiado evidente y casi de forma artificial: allá por donde van los personajes, no hallan ninguna señal de vida, sino solo su ausencia. La distribución de la cinta queda así en tres fragmentos: un tramo inicial intenso, donde encontramos las despedidas antes mencionadas y los dos ataques, tanto a Harry como a la boda; un tramo medio que transcurre con mayor lentitud, en el que observamos el viaje en busca de los horrocruxes y de la forma de eliminarlos, con momentos puntuales de acción, como las escenas del Ministerio de Magia, que sirve de bisagra entre el otro tramo y este, o la destrucción del guardapelo; y un tramo final que recupera la intensidad mediante el clímax que supone el descubrimiento de las Reliquias de la Muerte y la escaramuza en la mansión de los Malfoy (aunque considerándolo mejor, el clímax de toda esta película es la Parte 2).

A esta cuestión temporal se une una cuestión técnica relativa a la fotografía. Como ya hemos mencionado, la saga se ha ido oscureciendo no solo en su temática y en su madurez, sino también en su fotografía. En esta ocasión, se prosigue con la preferencia por los tonos azulados y grisáceos, optando en ocasiones por una postproducción de oscurecimiento y aumento del constraste que provoca que el espectador no llegue a ver qué está pasando en la cinta (sucede, por ejemplo, cuando Harry y Hermione investigan en la casa de Bathilda Bagshot).


Retornando a cuestiones y decisiones argumentales, debemos apreciar la introducción de algunos momentos de humor bien introducidos y que aportan cierta relajación a la tensión permanente de la película. Podríamos poner el ejemplo de la poción multijugos, tanto en su primer uso con la aparición de los siete Harry, como en su segunda uso durante la travesía por el Ministerio de Magia, con algunos diálogos hilarantes, especialmente los relativos a la transformación de Ron.

En este fragmento también recuperamos a uno de los personajes más odiados de la saga, Dolores Umbridge (Imelda Staunton), que, en línea con lo ya mostrado, prosigue su opresión a través de la institución ahora dominada por Voldemort. La visita obligada de nuestros protagonistas al Ministerio funciona tanto por lo que supone la búsqueda del guardapelo como horrocrux como para observar la maquinaria del Estado mágico corrupta por la manipulación del mago oscuro.


Ahora bien, aunque el argumento principal de la obra sea la búsqueda y destrucción de los horrocruxes, la aparición constante de la simbología referente a las Reliquias de la Muerte y su posterior explicación se relacionan con la necesidad de Voldemort de encontrar un arma con la que derrotar a Harry Potter, a fin de evitar el priori incantatem de su último enfrentamiento, en Harry Potter y el cáliz de fuego (2005). Esto permite que nuestra atención también se desvíe en algunas ocasiones, y a través de las visiones de Harry, a algunas escenas protagonizadas por el mago oscuro, como el interrogatorio a Ollivander y la posterior y constante búsqueda de la Varita de Sauco.

En este sentido, debemos destacar toda la secuencia animada creada para el cuento de las Reliquias de la Muerte, que proporciona un interesante recurso visual, hasta ahora no empleado en la franquicia, y que enriquece la película con una especie de cortometraje muy bien realizado narrativa y estéticamente, gracias a la labor del suizo Ben Hibon y del equipo de efectos animados. Sin lugar a dudas, de lo mejor realizado de la obra. La Parte 2 cuenta precisamente con una secuencia similar, aunque no sea animada, en tanto que explica cuestiones relativas al pasado y que resulta fundamental para el relato, como en este caso, por lo que podemos señalarlas como dos pilares necesarios y esenciales de sendas películas.


Con respecto a los protagonistas, debemos señalar cómo el peso de la trama recae sobre el trío de Harry, Hermione y Ron, de manera fidedigna al libro, lo que aparta la visión de lo que sucede en el mundo mágico en su ausencia. Ya mencionábamos la lentitud del tramo medio cuando comienzan a viajar por los parajes abandonados que simbolizan cierta devastación y trasmiten inseguridad y soledad, cuestiones que también se observan en la actitud de los personajes, incluso cuando usan los hechizos de protección. En ello jugará un factor importante el guardapelo, en tanto que, al igual que el Anillo Único de El señor de los anillos, aumenta su irascibilidad a partir de sus preocupaciones reales.

En este sentido, hay opiniones contrarias a la marcha de Ron del grupo durante determinado periodo de tiempo; es cierto que su ausencia es notable por su duración, pero también que su retorno, con la escena CGI en la que se muestra su mayor miedo se relaciona directamente con el carácter del personaje. No es la primera vez que por cuestión de envidia o celos, Ron se ha separado de sus amigos, especialmente de Harry, ya lo vimos, por ejemplo, en la cuarta entrega. Esto se relaciona directamente con su deseo de fama, que estaba presente en el personaje desde el principio, como pudimos comprobar con su visión ante el Espejo de Oesed en Harry Potter y la piedra filosofal (2001): se veía famoso y admirado por todos. A su vez, su mayor miedo es perderlo todo (en este caso, el amor de Hermione) porque otro le supere; en este caso, su mejor amigo y Elegido: Harry. Ahora bien, la escena se alarga excesivamente y llega a resultar ridícula en culmen.


A su vez, mientras Hermione y Harry permanecen solos, observamos cómo su relación se estrecha, incluyendo la escena del baile bajo el son de la canción O'Children de Nick Cave and The Bad Seeds, que tampoco ha sido generalmente apreciada por algunos sectores críticos, pero que sirve para reflejar el estado de ánimo de estos dos personajes, más solos que nunca, que encuentran el apoyo el uno en el otro sin ser realmente pareja, sino solo amigos. Todas estas secuencias nos delatan el grado de inquietud, angustia, opresión, tristeza e inseguridad en el que se encuentran los personajes, emociones que hasta el momento habían tenido su justa presencia en la saga, pero que se desarrollan aquí con todas sus consecuencias, incluyendo el montaje paisajístico antes mencionado.

Esta cuestión ayuda a observar cómo afecta la situación a la psicología de los personajes y cómo han evolucionado a lo largo de la saga, pero guardando las distancias con algunas de las tontas resoluciones que se habían tomado en Harry Potter y el misterio del príncipe. Todo ello provoca que sea la película más extraña de la franquicia, pero también la que mejor muestra una evolución distante a lo ya ofrecido, pese a que, por ello, se pierda parte de la magia para hacernos caer en la cruda realidad.


Por último, debemos destacar la gran fidelidad de la adaptación al permitir un desarrollo más lento gracias a la división de la novela en que se basa. No obstante, debido a las adaptaciones anteriores, nos encontramos con algunas lagunas que, o bien se solucionan de forma artificiosa, como la presentación de Bill Weasley (Domhnall Gleeson) con las cicatrices hechas por un hombre lobo, cuya batalla debería haber aparecido en la anterior película, la aparición de Mundungus Fletcher (Andy Linden) o el regreso del elfo doméstico Dobby, que en los libros aparecía en más ocasiones, lo que ocasionaba un mayor impacto en su destino en esta aventura; o bien, no tiene ninguna explicación directa, como el espejo doble que usa Harry, cuya primera aparición debiera haber sido en la quinta entrega, como un regalo de Sirius.

Otros personajes que parecen recuperados para la ocasión también tuvieron mayor presencia en los libros, de la misma forma que se deciden eliminar ciertas explicaciones, reservadas en algunos casos como escenas eliminadas, que vendrían a completar mejor la historia. Por ejemplo, la despedida de Petunia Dursley, que otorgaría otro enfoque a la relación familiar con Harry, haciendo mención directa a Lily, crucial también para otro personaje en la Parte 2, o algunas conversaciones en torno a los horrocruxes. Por otra parte, el espectador tendrá que atar suficientes cabos a partir de la siguiente película para comprender ciertos sucesos de esta, aunque el visionado de la misma resulte completo y bien desarrollado.


Una película acompañada en esta ocasión por la música de Alexandre Desplat, que se encargaría también de la Parte 2, y que consigue aunar en su banda sonora el ánimo y el carácter de esta película, especialmente en sus piezas más tristes. No obstante, sus resoluciones pueden resultar algo redundantes, pero consigue proporcionar una mayor entidad a la película.

En conclusión, una interesante séptima entrega que se desvincula de todas las demás por un carácter más maduro, quizás incluso experimental para la franquicia, menos mágica, pero más humana. Yates se resarce de su anterior adaptación con este preludio de una Parte 2 que se espera más emocionante y mágica (ya les adelantamos que así es), pero consiguiendo cerrar el círculo de la saga que empezó en 2001 de manos del director Chris Columbus y que, a pesar de sus horas bajas, supo mantener el tipo para entregarnos un final digno. No obstante, si tuviéramos que medir esta película en solitario, notaríamos su falta de ritmo, de un clímax más potente y de la resolución de alguno de alguna de las tramas principales, pero estaríamos siendo injustos con una pieza que adapta bien y consigue un buen resultado (aunque con ello también consiga aumentar las arcas de la productora gracias a la división).

Escrito por Luis J. del Castillo


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