Adaptaciones (XL): Harry Potter y el prisionero de Azkaban, de Alfonso Cuarón

20 abril, 2015

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Con la tercera entrega de la saga cinematográfica, llegaron los cambios en todos los aspectos y, sobre todo, llegó la adolescencia. Hasta el momento, Chris Columbus, experto en cine para toda la familia, había logrado erigir en Harry Potter y la piedra filosofal (2001) y Harry Potter y la cámara secreta (2002) un mundo de maravillosa magia y, dentro del mismo, dos películas de aventuras de niños siguiendo fielmente la historia de J.K. Rowling, creadora de la historia, y un estilo clásico en el apartado cinematográfico. Pero Columbus dejó la dirección para dedicarse a labores de producción y comenzó la vorágine que supone buscar uno nuevo, especialmente para una franquicia en funcionamiento. Algunos de los consultados y también entre los rumoreados fueron Kenneth Branagh (que además había actuado en la anterior entrega), Callie Khouri, Marc Forster o Guillermo del Toro. Sin embargo, el proyecto cayó al final en manos de Alfonso Cuarón. 


El director mexicano, que obtuvo en 2014 el Óscar como Mejor director por Gravity (2013), llegaba a Harry Potter y el prisionero de Azkaban tras películas como La princesita (1995), Grandes esperanzas (1998) e Y tu mamá también (2001) y sin demasiada información acerca del universo del joven mago, aunque prendado finalmente de un guion con grandes posibilidades en el que, consideramos, supo plasmar una esencia especial y evolucionar a partir de lo ya visto y dado por Columbus.

La película se inicia con Harry Potter (Daniel Radcliffe) en casa de sus tíos, algo habitual en la saga que acabaría por romperse en el siguiente film, con una escena-prólogo que nos transporte por la noche hacia un cuarto donde el joven realiza magia a escondidas para seguir estudiando (cuestión incoherente con las leyes que rigen el universo creado hasta ahora, donde el uso de magia está prohibido para los menores fuera del periodo escolar).


Comenzamos a notar, como comprobaremos en la comida familiar posterior, que no estamos ya ante el niño asustado de las primeras entregas, sino ante un adolescente en pleno proceso, rebelde ante las situaciones que antes acataba y que se decide a huir, aunque con ello se sitúe también en un punto de desorientación, también habitual en esta edad: ¿adónde ir, qué hacer, qué esperar del futuro? Todo ello sin que él sepa que su vida corre peligro, según las autoridades mágicas, al haberse escapado de la prisión de Azkaban, de máxima seguridad en el mundo de los magos, Sirius Black (Gary Oldman), antiguo seguidor de Lord Voldemort y supuesto asesino de Peter Pettigrew (Timothy Spall).

Precisamente, el futuro y el pasado se dan la mano en esta entrega, siendo el nexo de unión entre un pasado oscuro cuyas consecuencias aún alcanzan al presente (todo el caso de Sirius Black tratado en la película, el recuerdo a los padres asesinados de Harry) y un futuro que no se detiene en avisar de sus tenebrosos sucesos (la continua presencia del Grim, la nueva profecía de Sybill Trelawney [Emma Thompson] acerca del regreso de Voldemort y la repentina destrucción de las ilusiones de Potter y Black ante la huida de Pettigrew). Además, cabe destacar que mientras el resto de películas tiene como claro contrincante a Lord Voldemort (en cualquiera de sus formas), en esta no hace aparición, aunque siempre permanece presente tanto por la mención a la época oscura que protagonizó como al futuro que puede alterar.


La trama se desarrolla como una nueva aventura negra en Hogwarts, como había sucedido en las anteriores entregas, pero aún cuando los protagonistas fallan en su acercamiento a la verdad, se acercan a otras verdades interesantes para su historia personal. Aún cuando se trata del personaje principal, en esta entrega tenemos una historia más cuidada y centrada en torno a Harry Potter, especialmente en las secuencias en que comparte diálogos con el nuevo profesor para la Defensa contra las Artes Oscuras, Remus Lupin (David Thewlis), que se erige como un guía del personaje para enfrentarse a sus miedos, otro de los grandes temas que se explora en la película gracias a la presencia de los dementores y con una divertida secuencia durante la clase de Lupin contra un boggart (un ser que adopta la forma de lo que más temes), que en el caso de Potter será precisamente la representación del propio miedo: el dementor.


Los dementores eluden visualmente a la muerte, pero en su forma de actuar, arrebatando la felicidad de las personas para traer de regreso sus peores recuerdos, funcionan como la depresión. Ante ellos, Potter, que siempre había demostrado una gran valentía ante las criaturas mágicas, se ve indefenso, especialmente cuando toman cierta predilección por el joven. Lupin se lo explicará rememorando la muerte de sus padres y todo el pasado vivido en la ignorancia y en la pérdida por la que ha pasado: de todo ello se alimentan los dementores, igual que la depresión.

Harry no es débil, sino que puede caer más fácilmente en los recuerdos más oscuros, experiencias que otros compañeros no han tenido. La lucha contra sus miedos será constante en la película, a través en este caso del hechizo expecto patronum, de magia superior, que servirá para luchar contra los dementores a través de la propia fortaleza, aún cuando no siempre dé resultados, lo que nos ofrece la imagen del héroe adulto en que se está convirtiendo Potter: alguien que, aún habiendo triunfado en varias ocasiones, tiene sus propios miedos, aunque sigue siendo capaz de luchar para enfrentarlos. En este caso, el enemigo ya no está fuera, sino dentro.

Se marca aquí una distinción más entre el protagonista y el resto de personajes para ahondar en su evolución. Si en la anterior entrega se comenzaba a entrelazar su destino y sus habilidades con Voldemort (el uso de lengua pársel, entre otras cosas), cuestión sobre la que se ahondará en las próximas películas y que aquí se nota especialmente en las ansias de venganza hacia Black, en esta se trabajaba más la distancia entre quien es diferente por estar marcado por la tragedia.


Los vínculos de amistad que se trabajan junto a Ron Weasley (Rupert Grint) y Hermione Granger (Emma Watson) dan también cabida a otros temas relacionados con la adolescencia, donde el dolor es compartido entre todos, aún cuando la distancia está marcada y Harry se suele mostrar más iracundo con el resto del mundo por el descubrimiento de hechos dolorosos y como actitud rebelde. Nos estamos alejando aquí de la melancolía quieta de la infancia.

Por otra parte, las averiguaciones alcanzadas por el trío protagonista les llevan no tanto a la certeza de la verdad como a la duda en lo que creían firmemente, como la cuestión de la lealtad en los lazos de amistad. Se sigue creando un juego de apariencias, constante en toda la saga, donde los giros en la trama de los personajes son constantes (el caso primordial es el de Sirius Black).


A esto se une los cambios en Hermione, que también muestra su rebeldía ante la autoridad y las normas morales establecidas anteriormente en el caso de la clases de adivinación, a las que termina por tachar de supercherías, su agresividad con Malfoy (Tom Felton) o su liderazgo en el rescate de Sirius mientras es consciente de que están incumpliendo una gran cantidad de leyes mágicas.

El trato entre Ron y Hermione también se muestra distinto a lo ofrecido hasta el momento, incluso en sus discusiones. Otro aspecto habitual era el hecho de saltarse normas de Hogwarts, pero en esta ocasión las posibilidades aumentan gracias al mapa de los Merodeadores. Incluso se incumplen las restricciones de edad en el bar Las Tres Escobas o se viaja a Hogsmeade sin autorización. En estos casos, la resistencia de otros personajes, como Hermione o incluso Neville en la primera película, es de un nivel muy menor, mostrando tan solo un leve disgusto.


A nivel cinematográfico, debemos destacar el cambio estético que sufrió la película, arrastrando consigo también interpretaciones entrelazadas con lo ya comentado. Por ejemplo, a nivel de vestuario destaca el uso de las túnicas por los estudiantes, empleadas de forma más libre que anteriormente, simulando la rebeldía frente a la uniformidad de las entregas anteriores. A nivel escénico, podemos percibir los cambios en el castillo y en sus alrededores, que gracias a la fotografía empleada por Cuarón destacan de tal forma que comienza a ser un personaje más en la historia.

En esta película tenemos la sensación de estar en un universo vivo, con sus propias criaturas y peculiaridades habitándolas. Ahí tenemos, por ejemplo, la presencia, esperad por los lectores, del hipogrifo, que nos proporciona, por otra parte, una bella escena empleando el lago y el paisaje del castillo como una armónica sensación de liberación del personaje de su temor inicial a montar a la criatura; se trataba de la mejor forma que tenía Cuarón de otorgar al espectador ese sentimiento de sentirse libre de miedos, haciéndolo además de una forma tan natural. Incluso la presencia de cuervos o de un huerto de calabazas en la cabaña de Hagrid (Robbie Coltrane) colaboran en la creación de un mundo que se presta a ser real. 

Alfonso Cuarón (de rojo) dirigiendo a Daniel Radcliffe y a Gary Oldman
En la técnica, Cuarón filmó con angulares anchos, prefiriendo mostrar planos más abiertos y declinando el uso de primeros planos, destacando así el lenguaje corporal de los actores dentro de un escenario vivo, potenciado a través de una fotografía casi naturalista y menos saturada, fruto del trabajo del neozelandés Michael Seresin. Con todo ello, se logran escenas que presentan colores más fríos, en contraposición a la preferencia por la calidez en escena de las dos películas anteriores, logrando así un tono más oscuro adecuado para el argumento tratado, reforzado a su vez por la nueva composición de John Williams, incluyendo nuevos leitmotivs así como un tema usual en la cinta en A Window to the past, cuya envergadura la hace perfecta para las ocasiones de reflexión e introspección que ofrece la película, como las conversaciones entre Lupin y Potter.

Se nota también en esta obra un montaje más dinámico, favoreciendo el uso de planos secuencia. No obstante, también hay un uso excesivo del fundido a negro, en imitación a fórmulas del cine mudo. Entre todas estas características, podemos destacar las escenas correspondientes a los cambios de estación en Hogwarts, donde la naturaleza, representada sobre todo por el sauce boxeador, toma especial protagonismo, el partido de quidditch en mitad de una tormenta, los diálogos dentro de la Casa de los Gritos y los hechos posteriores, incluyendo la lucha contra los dementores, así como las escenas correspondientes a la trama del giratiempo en el tercio final, que juegan perfectamente con la coherencia narrativa. 


Como adaptación de la tercera entrega literaria, se suceden algunos cambios sin excesiva importancia, en ocasiones para potenciar el carácter personal que Cuarón le otorgó a la película, como la inclusión de cabezas reducidas o de un coro que abre la presentación del (nuevo) director Dumbledore (Michael Gambon, tras el fallecimiento de Richard Harris) con el tema realizado por Williams, Double Trouble, una especie de villancico de aires medievales y con letra extraída de Macbeth. También se omite la introducción de personajes como Cedric Diggory o Cho Chang, que hubieran servido para establecer una mejor conexión con los sucesos de la siguiente entrega.

No obstante, donde seguramente más falló la adaptación fue en la trama de los Merodeadores, que hubiera reforzado aún más la relación con el pasado de esta película. Se podría haber ahondado con mayor eficacia en el grupo de amigos, quizás mediante el diálogo en la Casa de los Gritos o mediante algún flashback más propio del lenguaje cinematográfico. Queda en este sentido suelta la relación para el espectador de la película la conexión, evidente por otra parte, del mapa de los merodeadores con Sirius Black, Peter Pettigrew, Remus Lupin y James Potter, además de la creación de vínculos entre estos cuatro personajes a través de sus vivencias conjuntas como animagos.


En conclusión, la entrega que dirigió Alfonso Cuarón consigue formar una novedosa y viva recreación del mundo de Harry Potter y avanzar en la evolución de sus personajes, contando a su vez con una estética que aumenta la capacidad de alcance de los mensajes transmitidos a través de la historia. Nos ofrece una digna película más allá de la franquicia, con la construcción elaborada del protagonista en su entorno y en relación a su pasado y a su futuro, dentro de un capítulo autoconclusivo en el que existen correlaciones con el género del cine negro y del thriller, aunque se deje pasar la oportunidad de crear una mejor conexión con la historia de algunos personajes secundarios o con la inclusión de personajes futuros.



1 comentario :

  1. Hola :) Genial entrada la verdad, un analisis realmente maravilloso. La verdad que es mi película favorita de la saga, por la evolución como dices y porque consigue transmitir la esencia de los libros de una forma diferente a las demás. Lo dicho, genial analisis. Un abrazo ;)

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