El club de lectura del final de tu vida, de Will Schwalbe

15 febrero, 2015

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Este libro podría ser perfecto para encuadrar en el Día del Libro, o quizás en el Día de la Madre, incluso podría tener sentido en el Día Mundial contra el Cáncer, pero su lectura ha coincidido con la cercanía del día de San Valentín, el día del amor. Y seguramente sea lo más adecuado, porque, en efecto, esta obra habla de libros, de una relación materno-filial y de la dura experiencia de ver a una persona tan cercana como tu madre morir lentamente de cáncer, en concreto de uno de los más mortíferos, el de páncreas, pero sobre todo es un cántico de amor a la vida, a las oportunidades que nos brinda y a la lucha constante que en ella afrontamos.

El espíritu enérgico, completamente vital, de Mary Ann nos da la oportunidad de mirar la vida con otro punto de vista, reconociendo que existen cosas terribles, sí, pero que pese a ello hay que buscar lo bueno. No es una obra complaciente y conformista, pero sí llena de esperanza, abierta y con un sentido de vida que abre los brazos también a la muerte y a las penurias, aunque sean difíciles de aceptar. Como se señala, Mary Ann vio lo peor, pero creyó en lo mejor que podíamos hacer las personas.


Will Schwalbe es el autor de esta historia real, antiguo editor jefe de Hyperion Books y fundador de la web de cocina Cookstr.com, tan solo coescribió junto a David Shipley un libro sobre la escritura correcta de correo electrónico antes de esta novela, El club de lectura del final de tu vida (2012) que se mantuvo durante cuatro meses en la lista de los más vendidos del New York Times. En esta obra recopila los últimos dos años de vida de su madre, desde que le diagnostican un cáncer pancreático hasta su inevitable muerte.

Will Schwalbe
Me di cuenta de que para todos nosotros el proceso de la muerte de mi madre conllevaba llorar no solo su muerte, sino también la muerte de los sueños que albergábamos sobre el porvenir. En realidad, uno no pierde a la persona que ha sido: quedan todos sus recuerdos. [...] Ahora, en cambio, íbamos a tener que despedirnos de que [...] los pequeños recordasen a su abuela, más allá de una imagen fugaz o un recuerdo imaginado a partir de alguna fotografía [...] de verles aprender que había alguien en el mundo que los quería tanto como sus padres: una abuela que estaba encantada con todos sus caprichos y que los consideraba las criaturas más asombrosas sobre la faz de la tierra. (págs. 138-9)

El regreso de un viaje a Pakistán y a Afganistán es el punto de partida de esta historia narrada en primera persona por Will. Toda la historia interpela a las conversaciones que mantuvo con su madre alrededor de las lecturas que realizaron juntos en esos dos años, una especie de club de lectura que les sirvió para reflexionar sobre diversos temas y recordar su vida. Sin idealismos, aunque sí con optimismo, el autor retrata a su madre desde el cariño obvio, pero también revelándonos a los lectores la labor en la sombra de una mujer que fue activista y colaboradora en diversas organizaciones a favor de refugiados de guerra, de mujeres y de niños. Un perfil de mujer fuerte que afrontó persecuciones y tiroteos en los países donde iba a ayudar además de ser una trabajadora que también pudo educar a sus hijos, combinando la vida laboral con la doméstica en una época donde no era algo frecuente.

Mary Ann Schwalbe
Tranquila y afable, muestra una gratitud hacia la vida y a las personas que sorprende a su hijo y a cualquier lector, pero con las interesantes reflexiones que Will añade a sus conversaciones, se vislumbra una forma de vida sensible y apetecible de llevar a cabo, aunque realmente sea complicada de llevar a cabo.

Lo cierto es que en una lectura más crítica podemos ver que las posibilidades que tuvo Mary Ann forman parte de las oportunidades que tuvo por su buena posición social, pero sería hipócrita no advertir que pese a que tenía efectivamente recursos económicos y una buena posición gracias a sus trabajos, también realizó muchos sacrificios en su vida a favor de muchas personas. El libro va desgranando los agradecimientos que Mary recibe en esos dos años, pero también recuerda la cantidad de inmigrantes recién llegados a Estados Unidos que tuvieron la puerta de su casa abierta, los refugiados que encontraron una nueva vida gracias a su mano o incluso la labor anónima de donar dinero para que un alumno pueda realizar un viaje que le cambiaría la vida.

Mi madre también estaba convencida de que existe algo que se puede considerar un secreto bueno. Igual un gesto amable que tuviste con alguien y preferiste que no se enterase, porque no querías ponerlo en un aprieto o que se sintiera en deuda contigo. Me vino a la memoria un alumno de mi madre en Harvard, un autor teatral en ciernes que obtuvo una beca para viajar a Europa, solo que la beca no existía. Mi madre sencillamente aportó el dinero, anónimamente, para que emprendiese un viaje que acabó cambiándole la vida. (pág. 68)

Estamos ante una historia triste, que no evade los momentos más complicados: llagas, virus, esperas en el hospital, sesiones de quimioterapia, la degradación física y la tediosa y agotadora experiencia de una lenta agonía. Will está en el lado de los que se quedan, de los que se daban cuenta de que su madre estaba peor de lo que ella misma quería revelar por no preocupar, pero también está del lado de los que eran animados por quien se marchaba, de quien iba descubriendo, como nos descubre a los lectores, todo lo que realmente se pierde no solo cuando una persona cercana se nos va, sino también cuando dejamos de compartir nuestra vida con esas personas. Este tipo de ideas se intercalan con las lecturas que hicieron de una gran variedad de libros, que además se agrupan al final en un índice para los lectores. Libros de muy distinta índole, algunas tocados con mayor profundidad que otros, pero la mayoría al menos explicados en la trama, entresacando fragmentos que a ambos, madre e hijo, interesaron, y aquellos que les dieron para reflexionar sobre la vida y sobre la muerte.

Algunos ejemplos son La elegancia del erizo (Muriel Barbery, 2006), Un largo camino: memorias de un niño soldado (Ishmael Beah, 2007), Los detectives salvajes (Roberto Bolaño, 1998), El año del pensamiento mágico (Joan Didion, 2005), Carol (Patricia Highsmith, 1952), Cometas en el cielo (Khaled Hosseini, 2003), José y sus hermanos (Thomas Mann, 1943), Suite francesa (Irène Némirovsky, 2004), Cita en Samarra (John O'Hara, 1934), Kokoro (Natsume Sōseki, 1914), En lugar seguro (Wallace Stegner, 1987), El hobbit (J.R.R. Tolkien, 1937) o La última lección (Randy Pausch, 2008). Varios de ellos se referirán a la labor con los refugiados, incluyendo el último proyecto en vida de Mary Ann, relacionado con la creación de una biblioteca en Afganistán, otros servirán para hablar sobre la muerte, El hobbit nos introducirá precisamente en el capítulo dedicado a cómo se formó la familia Schwalbe y cómo fue la infancia del narrador, pero también a cómo afrontar los obstáculos, mientras que La última lección nos dejará reflexiones sobre cómo las circunstancias personales nos otorgan la percepción de nuestra fortuna.

Mary Ann Schwalbe y sus hijos sobre 1967
Carol permitirá hablar de la homosexualidad en la familia, incluyendo las interesantes palabras de Mary Ann, en contrapartida a otras obras que se referirán a la religión, en un sentido familiar de apertura a cualquier determinación, pese al disgusto maternal. Incluso Will se permite dejarnos consejos que a él le valieron para enfrentarse a la enfermedad de quienes amamos.

Tras leer la escena, dejé el libro y empecé a pensar en la manera que tenía mi madre de saludar a la gente. A todos los que accedían al pequeño cubículo donde seguía el tratamiento de quimioterapia los recibía mirándolos a los ojos para saludarlos efusivamente o darles las gracias [...] Se nos había insistido mucho en el asunto del agradecimiento cuando éramos niños […] De niños, detestábamos esa obligación, pero cuando veía a mi madre dar las gracias al personal médico con gesto radiante, caí en la cuenta de una cosa que había intentado inculcarnos desde siempre: el agradecimiento encierra auténtica alegría. [...] la gratitud no es lo que se da a cambio de algo, sino lo que se siente por saberse afortunado: afortunado de tener familia y amigos que se preocupan por ti, y que quieren verte feliz. De ahí la alegría de dar las gracias. (págs. 215 y 222)

El club de lectura del final de tu vida se desenvuelve en un tono cercano, en una especie de diario y reflexiones donde se intercalan fragmentos de otras obras, de blogs en internet, de cartas y de otras textos del momento, incluyendo una nota necrológica. Esta forma de escritura nos acerca a la historia haciéndonos partícipes de una realidad palpable, que existe aunque no se vea o no se hable de ella. La historia es lenta, sobre todo en su inicio y en el tramo final, pese a lo cual, el contenido de la novela merece la pena, por ofrecernos no solo el retrato de una situación y de una persona, sino también un modo de vida, una forma de entenderla en la que sonreír a la adversidad es el principal motor, sin engañarnos, porque quien acepta que existe la bondad, debe saber que también lo hace la maldad.

Escrito por Luis J. del Castillo



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