¡A ponerse series! (XVII): El Velo (1958)

22 octubre, 2014

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Desde su confortable sillón nos recibe Boris Karloff (1887-1969), el maestro de ceremonias de esta mini-serie de suspense y misterio titulada El Velo (The Veil, Hal Roach Studios, Art House, 1958), perteneciente a otra etapa dorada de la televisión anterior a la actual (que las hubo).

La forman diez relatos producidos por Hal Roach Jr. (1918-1972). En cada uno de ellos, Karloff interpreta un papel, principal o secundario, y en conjunto constituyen una opción estupenda para esta época del año.

El primer relato es Visión de un crimen (consigno entre paréntesis al realizador y guionista de cada episodio: Herbert L. Strock / Fred Schiller). En él, un crimen en Inglaterra es “visto” a kilómetros de distancia por el pasajero de un barco (Robert Hardy). La víctima es el hermano, tras lo que se inicia una investigación para descubrir al culpable. El saludable sentido del humor recae en Karloff, que se reserva el personaje jocoso de un sargento de policía. Su ayudante, Constable, es un joven Patrick McNee.

A Una chica en la carretera (George Waggner, ambos), lo podíamos retitular “Retrato de Lila”, pues narra el encuentro de un viajante de Boston (Tod Andrews) con una apurada muchacha (su coche no arranca; Eve Brent), que tal vez “no esté ahí”, aunque su aparición sea recurrente y sólida… El protector de la chica es un individuo misterioso y solvente, Morgan Debs (Karloff).


En Alimentos en la mesa (Frank P. Bibas / Jack Jacobs), un capitán de barco (Karloff) no muy enamorado de su mujer (Kay Stewart), no deja escapar la oportunidad que se le presenta en forma de viuda rica, con resultados insospechados. Destaca la idea de una plaga de serpientes en el lugar del que regresa, aunque el mayor de todos los peligros será la ambición. Después de todo, el capitán tiene razón cuando asegura que en el mar “hay menos problemas”. El suspense juega desde el principio con varios motivos: la referida plaga, un veneno y una celebración…

Los doctores (Waggner / David Evans) son un padre (Karloff) y su hijo (Tony Travis), ambos cirujanos. Este último solo está de visita, ya que no desea permanecer anclado en una aldea remota (situada en Italia) como su progenitor. Hemos de destacar las logradas y camaleónicas metamorfosis de Boris Karloff, aquí destinadas a proporcionar una historia más emotiva y (sobre) humana, cuyo suspense se prolonga hasta el final. Como sabemos, no todo lo que ocurre tiene necesariamente una explicación… científica.


En La bola de cristal (Herbert L. Strock / Robert Joseph), el escritor Edmund Vallier (Booth Colman), recibe el extraño obsequio de una bola de cristal de manos de su casquivana y futura ex novia. Pero, ¿es real lo que Edmund ve reflejado en el objeto?, ¿hasta que punto la bola le devuelve una imagen de sí mismo? ¿Son únicamente sus celos lo que Edmund contempla en las imágenes? El caso es que al final acierta, pero la ironía es aún mayor, y reside en la mudanza de unos sentimientos amorosos que pasan de la más desprejuiciada frivolidad a convertirse en un grave asunto de honor (nos movemos en el ambiente parisino).

En Génesis (Waggner / Sidney Morse), asistimos al enfrentamiento de dos hermanos, los Haney (Peter Miller y Lee Far), a causa de un testamento. Se trata del capítulo menos convincente, no por la raigambre sobrenatural, que argumentalmente resulta de lo más atractiva (el mensaje enviado por alguien ya fallecido), sino por el desdibujado comportamiento del personaje de la madre: su figura es, a causa del guión, inverosímil e irritantemente apaciguadora.


En Rumbo a la pesadilla (Paul Landers / Ellis Marcus) lo extraño aterriza en plena compañía aérea de los Wade. Peter Wade (Ron Haguerty) es testigo de un extraño suceso en las alturas, unas coordenadas dictadas enigmáticamente en pleno vuelo, que encaminan al joven piloto a la resolución de un misterio del pasado. Como curiosidad, la cabecera y el escenario de las presentaciones varían en este capítulo.

En El calor del verano (Waggner / Rik Vollaerts), Edward Paige (Harry Bartell), un común ciudadano de Nueva York, observa desde su ventana al llegar del trabajo un robo con crimen. Lo más interesante del episodio consiste en esa “puesta en escena cambiante” que constituye el apartamento de la víctima. Aunque la “explicación” se evidencia ya en la primera mitad, el relato mantiene el suspense hasta el final. Un buen apunte lo encontramos cuando un policía afirma que Paige debe averiguar qué es lo que está pasando “para poder seguir viviendo consigo mismo”.

En esta ocasión, Karloff se transmuta en el médico que atiende al protagonista (es sorprendente comprobar como los personajes de soporte también presentan cierta entidad, esquivando los arquetipos de otras producciones Serie A).


Un caso de reencarnación acontece en el excelente relato El regreso de Madame Vernoy (Strock / Stanley H. Silverman), por el que la joven india Santha Naidu (Lee Torrance), está convencida de ser la reencarnación de la fallecida señora Vernoy, complicando las aspiraciones de su pretendiente Rama (Julius Johnson). Pero el argumento no se centra en estas dificultades, sino en la relación de la mujer con su anterior marido, el señor Arnold Vernoy (Jean De Val). El supuesto hijo de ambos será un asombrado Khrisna (un jovencito George Hamilton).

De igual modo, Jack el destripador (David McDonald / Michael Plant) es otra pequeña obra maestra. Una recreación del funesto mito del destripador pero bajo la perspectiva del vidente Walter Durst (Niall MacGinnis), que por medio de sus ojos puede presenciar y hasta anticipar los crímenes. Una idea retomada años más tarde por la espléndida Asesinato por decreto (Murder by decree, Bob Clark, 1978), y en el mismo año, por la estimable Ojos (Eyes of Laura Mars, Irvin Kershner, 1978), si bien la resolución del capítulo se aleja estas referencias: por suerte, porque finalmente plantea otra incógnita sugestiva sobre la autoría de “Jack”.


El atribulado Walter Durst hasta somatiza parte de las visiones que lo conectan con el criminal. Además, pide respeto por su talento, que desea convertir en un don y no en una maldición. De hecho, todos los personajes “tocados” por alguna capacidad sensitiva que circulan por la serie parecen reclamar lo mismo al espectador.

De igual modo, nosotros rendimos homenaje a las personas que legaron un trabajo tan disfrutable como es El Velo, que junto a la posterior Thriller (1960-1), igualmente presentada por Boris Karloff, constituye una de esas gemas que ha proporcionado la (buena) televisión, y ha servido de inspiración a futuros realizadores.

Escrito por Javier C. Aguilera


Próximamente: Poirot: Telón


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