WALL-E, de Andrew Stanton

13 febrero, 2018

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Como si fuera el destino de un solitario superviviente, un robot en silencio prosigue en una eterna tarea de limpieza mientras se salta su programación para descubrir una humanidad perdida en forma de objetos de un pasado perdido y de películas románticas e idealistas. Esos minutos iniciales y poéticos de WALL-E (Andrew Stanton, 2008) nos recuerdan a los grandes artistas del cine mudo que desprendían con el humor una gran humanidad, caso de Harold Lloyd (1893-1971) o Charles Chaplin (1889-1977), marcando así un prólogo que sigue en la misma calidad de Up (Pete Docter, 2009). Y no acaba ahí, sino que prosigue en una aventura de estilo bizantino, donde dos robots enamorados enfrentarán grandes obstáculos para estar juntos... mientras recuperan a la humanidad que perdieron los últimos seres humanos.

En WALL-E, como en Up, a la que podemos considerar una película hermana en su estructura, tenemos una gran división entre una primera parte y una segunda. La primera parte se inicia con el prólogo mencionado, que transmite toda una serie de sensaciones con recursos clásicos y que culmina con el encuentro con EVA y su posterior marcha forzada por su misión. A partir de ahí da comienzo la segunda parte, la odisea del robot por volver a estar junto a EVA mientras que con sus inocentes y torpes actos va desvelando el destino sin rumbo de una humanidad perdida en el espacio.

Podemos considerar que el prólogo es la mejor parte de WALL-E, pero lo cierto es que desarrolla grandes ideas dentro de la parte trepidante y más infantil de la aventura. Por una parte, nos encontramos con el reflejo de una sociedad prácticamente robotizada, o idiotizada. Una sociedad que, al vivir enganchada a la tecnología y al entretenimiento, con lo que ya se ha empezado a denominar nomofobia, ha dejado de pensar, de cuidarse físicamente y de, en definitiva, ser humanos. Aunque en gran medida el ser humano sirve de personaje de fondo general, representado sobre todo por el comandante de la nave, lo cierto es que guarda uno de los grandes mensajes de advertencia para el espectador, en la línea de la utópica Un mundo feliz (Aldous Huxley, 1932). 


No en vano, se hace hincapié en cómo la curiosidad se va extendiendo por este personaje para intentar aprender cada vez más sobre la Tierra y, por ende, sobre el ser humano, redescubriendo y planteándose preguntas acerca de una humanidad que es muy distante a aquella vida vacía en que ahora se encuentran, en la que todo es satisfecho de inmediato y donde no cabe cuestionarse nada. Una crítica a un tipo de sociedad acomodaticia y que ha perdido una de las señas de identidad del ser humano: la curiosidad, la capacidad crítica para plantearse el mundo, en la línea de lo que sugiere el cortometraje ¿Por qué desaparecieron los dinosaurios? (Mar Delgado y Esaú Dharma, 2011). Además, el sistema que controla toda la situación es una versión de HAL 9000 de 2001: Odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968), siendo un claro homenaje, aunque poco original. Entre medias, también habrá críticas a las empresas corruptas que ocultan información a la sociedad. WALL-E no se aleja de ser una distopía encubierta en una película para un público infantil.

Por otra parte, nos encontraríamos el mundo animado de los robots, alejado de la simpleza en que se hayan instalados los humanos. WALL-E procede de la Tierra y ha heredado esa curiosidad innata que a los demás les falta, erigiéndose como un ser humanizado, como también sucederá con el resto de robots defectuosos. En este punto, merece la pena comentar cómo algunos de estos personajes marginados o apartados de los demás tienen defectos que se asemejan a enfermedades mentales de nuestra actualidad, como pudiera ser el TOC en el caso de un robot de limpieza. Ni en estos detalles se escapa la oportunidad de realizar una crítica a partir del humor. 


Continuando con lo mencionado sobre el protagonista, si este ha desarrollado sentimientos y curiosidad, es decir, se ha humanizado, el punto álgido de esta humanización se produce cuando se enamora de EVA. La relación entre ambos personajes no es novedosa, dado que parte de esquemas ya conocidos, incluyendo un rechazo final, el descubrimiento de los actos bondadosos del personaje que amaba desde el principio, en este caso WALLE, y finalizando en una conexión reforzada que, en este caso, vence a su propia programación electrónica. Sin embargo, que no sea original no le quita mérito a un desarrollo bastante logrado, tierno y emotivo, que remite a ciertas obras clásicas y que conecta a la perfección con el espectador.

Por último, y no menos importante, debemos destacar el mensaje ecologista de la película, que apuesta claramente por mostrar las consecuencias no solo del tipo de sociedad que estamos creando, sino también de los efectos que estamos causando en el planeta. Cuando advertía que no se alejaba de una distopía, bastaba con referirnos a ese prólogo ya citado o al momento final de la película, donde queda espacio para la esperanza. No podemos olvidar que el público objetivo de esta obra sigue siendo infantil, o juvenil, y por ello también existe una invitación a cambiar las cosas: a tener curiosidad, a plantearse un nuevo mundo, sin olvidar que para ello hay que esforzarse y luchar contra la adversidad.


En conclusión, WALL-E tiene la suerte de tener dos lecturas: la del robot simpático que se embarca en una aventura espacial para conseguir estar junto a su amada y la lectura crítica de una sociedad que es el reflejo de nuestro futuro si continuamos en la misma senda. Eso enriquece lo que aparentemente sería una obra infantil y le da un carácter maduro sin perder su capacidad para entretener a grandes y pequeños, con momentos de anticlímax y tensión incluidos.


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