Se suspende la función, de Fernando Lalana

11 febrero, 2018

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Aunque tópico, conviene recordar que el teatro solo está completo cuando se representa. Nos hemos acostumbrado a tener los textos teatrales en nuestras estanterías, a recordar algunas de las frases o escenas más célebres o incluso a reproducirlas a través de las adaptaciones cinematográficas, pero la pura esencia del teatro se encuentra en el escenario, en la conexión directa entre espectadores y actores, o cuanta parafernalia se quiera incluir por parte del ala vanguardista. Reitero esta idea como defensa necesaria de ciertos textos del género dramático que pierden todo su potencial y fuerza sin la representación, que es la que le otorga todo el sentido. Sin duda, podría ser el caso de esta pequeña y humorística pieza teatral escrita para niños: Se suspende la función (2004).

El autor de esta obra es Fernando Lalana (1958), quien forma parte esa pléyade de escritores españoles dedicados al mundo de Literatura Infantil y Juvenil (LIJ), como Juan Muñoz Martín (1929), Concha López Narváez (1939), Jordi Sierra i Fabra (1947) o Laura Gallego (1977). A lo largo de una trayectoria de más de cien libros, ha obtenido premios como El Barco de Vapor y el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, por su novela más destacada, Morirás en Chafarinas (1991), el Premio Cervantes Chico en 2010 o el Premio Edebé de Literatura Infantil y Juvenil en 2012.

En este caso, nos acercamos a su labor como dramaturgo. En Se suspense la función encontramos una obra metaliteraria y que desde el principio rompe con la cuarta pared, un recurso que si bien moderno, está bastante extendido en las obras dirigidas al público más joven, a fin de conectar mejor con estos espectadores. El argumento nos lleva a una función a medio preparar, en pleno montaje, con los tramoyistas preparando la escena y el director ultimando los detalles. En ese momento, se quedan observando al público y se percatan de que se han equivocado de día y es la fecha del estreno: la función debería estar empezando. A partir de ese momento, los trabajadores del teatro tratarán de realizar la obra para impedir que cierren el teatro.

De esta forma, la taquillera, la limpiadora, los tramoyistas y hasta el portero se encargarán de realizar diferentes escenas que se convertirán en sketches, parodias o reconstrucciones absurdas de diversas escenas famosas. Lalana recurre a diferentes recursos humorísticos que proceden de la tradición más clásica de la comedia, como los papeles que se mezclan, el personaje que se debe enfrentar al público por primera vez o el usurpador de un rol que no es el suyo. Sin embargo, todos estos recursos no llevan a ninguna parte. El argumento es bastante visual y atractivo para verlo representado en vivo y disfrutarlo, pero no tiene ningún interés más allá del puro entretenimiento, sin desarrollo alguno. Tan solo el principio y el final contienen cierta crítica social a partir de la propia parodia, sobre todo la que incide sobre cómo los teatros están desapareciendo, la diferencia salarial o el destino incierto de todos esos trabajadores, pero, de nuevo, bajo el prisma de un humor poco innovador y ligado en su mayor parte a la acción.


Por otra parte, resulta curioso pensar que una obra publicada en 2004 contiene multitud de referencias de un mundo muy diferente al actual, aunque no hayan transcurrido ni veinte años. Los avances tecnológicos y las situaciones sociales, económicas y políticas de la última década han acelerado y cambiado tanto el panorama que existen en esta obra multitud de chistes que han perdido su referencia, que han quedado descontextualizados. Por ejemplo, la televisión seguía siendo la principal fuente de entretenimiento y por ello se parodiaba en la escena teatral, incluyendo las pausas publicitarias. Este aspecto no se ha perdido, pero a los ojos de los actuales lectores, sobre todo de los más jóvenes a los que se dirige, existen otros medios que le han ganado el terreno al televisor, como internet.

En definitiva, Se suspende la función es una obra graciosa y atractiva para ver representada junto al público al que va destinado, sobre todo si la compañía renueva sus chistes más anticuados. No obstante, pierde gran parte de su encanto como libro, donde se pierde la fuerza dramática de gran parte de sus sketches. Como aspecto positivo, cabe destacar cómo transmite algunos mensajes sociales a través del humor, siendo bastante agradecido ese aprecio hacia el arte más allá de lo económico. Aunque más allá de esos pequeños elementos apreciables, no encontramos nada más que entretenimiento algo vacío que bebe de obras mejores.


2 comentarios :

  1. Sabía que existían las obras de teatro para niños, pero sinceramente, las había olvidado de mi mente O___o De hecho, creo que jamás me he leído ninguna.
    A mí aún me llama la literatura infantil... pero voy muy sobre lo seguro: busco clásicos directamente. El escaso tiempo me obliga a ser selectivo. Así que por lo que comentas, éste lo dejaré pasar.
    De todas formas, de Lalana creo (creo) que tengo por casa la novela juvenil que citas: Morirás en chafarinas. Y si la tengo por casa, es cuestión de tiempo que le lea.
    Lo que comentas sobre las referencias del humor y su descontextualización suele ocurrir mucho, pero tengo la sensación de que todo cada vez es más rápido, hasta me da vértigo recordar cosas de diez años atrás.
    Un saludo.

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    Respuestas
    1. El principal problema del teatro para niños, al menos del poco que he leído, es que son obras muy circunstanciales, que suelen dirigirse al público para que este permanezca atento o activo en la función. Este aspecto no es negativo per se, es más, funciona muy bien en escena, pero para una lectura pierde encanto. Dentro de la literatura infantil y juvenil, prefiero la narrativa, los otros dos géneros no me han acabado nunca de convencer. Aún así, como comentas, yo tampoco me he despegado de esta clase de literatura y también por trabajo me gusta conocer títulos.

      Por último, sobre la descontextualización, en este sentido es mejor buscar un humor más universal y atemporal. Hoy en día, bromas realizadas por autores grecolatinos siguen funcionando, mientras que otras realizadas hace veinte años han perdido sus referencias, pero por haber quedado atadas a una anécdota. Recuerdo que en una ocasión leí un monólogo donde todos los chistes se basaban en anuncios publicitarios del momento, lo cual provoca una desconexión rápida en el lector que no los conozca. O nostalgia en el caso de quien sí.

      Un saludo, Letraherido, y gracias por pasarte por el blog ;)
      Luis J. del Castillo

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