Otros mundos (XXI): El misterio del Triángulo de las Bermudas (Solucionado), de Lawrence David Kusche

15 julio, 2017

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Barcos de la era del vapor o recientes cargueros de la Armada norteamericana. Hasta un escuadrón entero de la marina, el famoso vuelo diecinueve, sucumbió al incómodo misterio del Triángulo de las Bermudas, un área de un millón de kilómetros cuadrados en mar abierto, con sus vértices en Florida, las islas Bermudas y Puerto Rico.

El esclarecimiento del Triángulo no es algo nuevo, aunque actualmente la tecnología sea más precisa. Lo que tampoco hace al caso, puesto que la intrigante zona, tenga la estricta forma de un triángulo, un trapezoide o un rocambolesco octaedro, burla con impasible impunidad a nuevos y a viejos instrumentos, preservando incólume su secreto. Al menos, de momento.

Con frecuencia, se vende como algo novedoso lo que no lo es tanto. Y me refiero, en esta ocasión, a recientes documentales donde se trata de aclarar una situación de misterio sin aportar ninguna conclusión científica satisfactoria o debidamente probada. Ya en 1974, Lawrence David Kusche (1940), piloto comercial e instructor de vuelo, trató de dar respuesta al cúmulo de infortunios y enigmas que delimitan el sector del Triángulo de las Bermudas, siendo bibliotecario en la Universidad del estado de Arizona (EEUU), debido a que, como él mismo relata, con frecuencia se me consultaba para buscar información sobre el tema (Prólogo). El resultado fue el libro, de título algo pretencioso -se mire como se mire-, El misterio del Triángulo de las Bermudas solucionado (The Bermuda Triangle Mystery - Solved, 1974; aunque la editorial Sagitario, de Barcelona, al menos tuvo la precaución de acotar el epíteto del título, cuando lo publicó, en 1977). En cualquier caso, bonita historia la del bibliotecario que se interesa por un tema para acabar buceando -y hasta ahogándose- en él.


Los fenómenos “anormales” pueden deberse a distintas causas, que no por desconocidas deben ser rechazadas. De hecho, una cosa son los accidentes y otra, bastante más inquietante, las desapariciones. Perturbaciones electromagnéticas y turbulencias atmosféricas hacen que existan dos lugares en la Tierra donde la brújula señala el Polo Norte: el Triángulo de las Bermudas y el llamado Mar del Diablo, en Japón, aunque no son las únicas zonas problemáticas del globo.

Tras una referencia inicial al célebre ardid contenido en el relato de Edgar Allan Poe (1809-1849), La carta robada (The Purloined Letter, 1844), Kusche explica que, en muchas ocasiones, los sucesos se diferencian de la leyenda; añadiendo certeramente que, en última instancia, es el lector quien debe decidir cuál de las versiones se acerca más a la realidad (Prólogo). En este sentido, loable es el intento de Kusche de sobrepasar la mera teoría mitológica o legendaria, como a él tanto gusta de llamarla -luego me referiré a este aspecto- y, en suma, de trascender la teoría oficiosa para tratar de aclarar el enigma, dejando al lector la última palabra. Pero lo cierto es que sus conclusiones (a veces, solo una marejadilla de intuiciones) no resuelven apenas nada. El misterio lo overchuta, como dicen los pilotos, para caer en brazos de la teoría oficial de las coincidencias, los fallos técnicos, los errores humanos y hasta una inasequible mala pata. Por supuesto que tales explicaciones pueden ser aplicables a un buen número de casos, pero en modo alguno los solucionan todos (y en cualquier caso, no dejan de ser mera hipótesis mientras no se demuestre lo contrario). Está bien que Kusche no cargue las tintas en los aspectos “sobrenaturales” (y no me extenderé ahora sobre qué deberíamos entender por tales), pero el hecho es que el ser humano ha pretendido demasiadas veces caminar sobre las aguas, constriñendo antropológica, y parece que inevitablemente, todo cuando no se le alcanza, ciñendo los datos a su limitado campo de experimentación o tomándose a sí mismo como referencia y medida de todas las cosas (¡de este y de otros mundos!); lo cual, puede estar muy bien en el arte, incluso ser necesario, pero en la ciencia resulta fatal.


Aparte de que todas estas desapariciones responden a unos nombres y apellidos muy concretos. Kusche nos recuerda algunos, no todos, trayendo a colación todo el drama humano del Triángulo, aunque pasa a manejarlos como datos integrantes de unos informes algo asépticos. No es de recibo la opinión de un personal de alta o media graduación, pero, ¿dónde queda la opinión de testigos, amigos o familiares, sus trámites y apreciaciones? Para el autor, nada de ello cuenta, porque todo se limita a unos informes oficiales que, si bien, en algunos casos tratan de esclarecer, en su gran mayoría se nos muestran precisamente irresolubles.

De este modo, Kusche cae en el mismo error de aquellos a quienes critica. Por ejemplo, la famosa luz que vio Cristóbal Colón (c. 1436-1506), es achacada a cualquier cosa, un meteoro, pone por caso, como si los antiguos navegantes, al anotar lo que anotaron, no fueran más que unos ingenuos arcaicos. Ello, cuando el propio autor admite que uno de los aspectos más desconcertantes del misterio ha sido siempre la imposibilidad de encontrar cadáveres (Capítulo I). Lo cual es, en efecto, el misterio más desconcertante que atañe al Triángulo de las Bermudas.

Aparte de que no deja de ser extraño que casi ningún piloto solicite ayuda al precipitarse al mar, si es que fue este su fin. Así sucede con el tan traído y tan llevado (¿por quién?) vuelo de pruebas diecinueve. La dispersión debida a la potente y traicionera corriente oceánica del Golfo es, una vez más, una solución plausible y acomodaticia, pero totalmente alicorta. Ya se sabe que los restos pueden ser empujados, pero hasta esto se puede calcular y delimitarse un perímetro (porque no todas las operaciones de rescate se llevaron a cabo con retraso). De hecho, se cubrieron cientos de kilómetros en la búsqueda del escuadrón, y del avión Mariner que partió a su rescate (igualmente desaparecido).

Casos no faltan (capítulos 41, 42, 48, 51, etc.) Lo que incluye, según Kusche, pesados navíos de carga ¡que se hunden con tanta rapidez que no hubiera existido tiempo para mandar un S.O.S.! (39).

Las tripulaciones del Vuelo 19
De nada sirve la (bienintencionada) repetición de las condiciones de vuelo o navegación de determinados aparatos y navíos, por la sencilla razón de que desconocemos los elementos que confluyeron en las mismas. Por otra parte, achacar una desaparición, sencilla o múltiple, a los nervios de quien ahora no se puede defender, como le fueron achacados al joven pero experimentado teniente Charles Taylor (1917-¿1945?), líder del escuadrón diecinueve, no deja de ser una bajeza indemostrable (la vía “racional” también puede ser a veces la más cobarde), hasta el punto de haber sido recusada por las propias fuerzas aéreas (más vale tarde que nunca). Al final, lo fácil es echar mano, en nombre de una malentendida lealtad a la ciencia, de la fatiga de los pilotos (otro ejemplo, el DC-3 evaporado en 1948, 27) y algún que otro chaparrón. Recursos a todas luces insuficientes pese a que, como es lógico, existen violentas tempestades que podrían resolver algunos enigmas. En suma, una pretensión excesiva cuando el propio autor reconoce que, desafortunadamente, no existe demasiada información disponible acerca de tal o cual incidente, y que los pocos artículos y documentos publicados dejan muchas preguntas sin contestar (37).

A veces, el libro resulta interesante de forma indirecta, por ejemplo, por su esporádico recuerdo de una serie de buscadores de información, muchas veces, a lo largo de toda una vida (45 o 66). Lo que Kusche propone, en breves capítulos, es una recapitulación, a veces acertada, a veces jactanciosa, de las desapariciones y circunstancias más sonadas del entorno (aunque también esta mecánica puede resultar algo cansina o anodina), a modo de una alternativa “racional”, si bien, como ya he señalado, esta resulta a veces aún más estrafalaria y dudosa que la de la propia desaparición “a secas” (valga la expresión). Por la sencilla razón de que las famosas corrientes y energías del Triángulo no permiten equilibrar la balanza hacia ningún extremo, como sucede en los desconcertantes casos de los buques Cyclops (11) o Atalanta (6). Otras veces, se nos muestra el autor más atinado -precisamente, por no forzar la balanza-, caso del literario Mary Celeste (5), o de algunos sucesos reincidentes con una misma embarcación, como la Ellen Austin (7); relaciones que hemos de tener casi como unos micro-relatos de misterio y suspense.

Ahora bien, reencontrarse con la crónica de todas estas desapariciones y fenómenos es lo que hace, a mi entender, al libro de Kusche un refrescante entretenimiento, en el que no parece casual que, además del signo de interrogación, la palabra que más repita -a su pesar- al término de cada capítulo, sea misterio (¿inconsciente justicia poética?).

El carguero Cyclops
Cementerio de barcos y meseta poblada por un ex volcán submarino, cuyo remanente son las islas que sobresalen en la actualidad, las Bermudas se acorralan con las rutas que discurren a través del inspirador mar de los sargazos, que tan bien narrara William Hope Hodgson (1877-1918; a ver si un día puedo hablar de él), y que tiene un fondo abisal (hasta siete kilómetros de profundidad).

Ya resultan mortales de por sí sus traicioneros arrecifes, sus remolinos insondables, sus cavidades naturales -o no-, los llamados agujeros azules, que tampoco parecen tener fondo y que construyen intrincados túneles laterales; las combustibles bolsas de hidrato de metano, repentinas y enormes masas de agua, u olas solitarias, como actores de un escenario tan aterrador como espectacular (si contamos las sorprendentes luces en el mar y, ¡si se vive para contarlo!).

A ello se suman testigos de nubes de extraña energía electromagnética, como le sucedió al piloto Bruce Gernon (-) al sobrevolar Las Bahamas en 1970 (Kusche ni siquiera lo nombra, probablemente porque escapa demasiado a sus parámetros). ¿Un túnel espacio-temporal?, ¿un bucle de fuerza itinerante? En un momento en que somos conscientes de que determinadas partículas aparecen y desaparecen casi como por arte de magia, es absurdo hacer encajar unos hechos en un corpus teórico tan limitado (o tan anclado en nuestro tiempo). Son los peligros de pasar de un sano escepticismo a uno enfermizo. Tal vez la ciencia pueda explicar un soleado día toda una serie de fenómenos inexplicados (no inexplicables, como tanto se repite). Para ello solo hace falta un requisito: que tenga ganas de hacerlo. Esto es, que se tome la molestia de bajar de su pedestal para reconocer que no lo sabe todo (esto ya sería bastante), para de ese modo, poder acometer estudios en mayor profundidad (¡nunca mejor dicho!).

Agujero Azul en las Bermudas
Aunque un noventa por ciento de los casos sean explicables, por la meteorología, los fallos humanos y mecánicos, queda un diez por ciento ajeno a todo ello. Cierto es que desaparecen embarcaciones en todas las partes del mundo, pero aún así, sigue siendo escalofriante el número de ausencias en el interior e inmediaciones del Triángulo.

Tal sucede con el Vuelo 19, donde convergen la observación de uno de los pilotos de estar contemplando “un mar que parece distinto”, la referencia a “un agua blanca” y unos instrumentos de navegación que, de repente, dejaron de funcionar. ¡Y aún se obstinan algunos analistas en no ver nada raro en sus investigaciones! Por otro lado, las presuntas fechorías de piratas y asaltantes no explican la ausencia de rastros humanos o restos materiales (por mucho que los enseres de cubierta vayan generalmente sujetos). Y esto, sin tener que llegar a la intervención de los atlantes (¡aunque tampoco podamos descartarlos!) o a la perogrullada de criaturas tan gigantes como para hundir un buque de varias toneladas, sin dar tiempo de pedir auxilio.

Ni un trozo de fuselaje, ni un traje salvavidas o una mancha de aceite (salvo en puntuales y menos infelices ocasiones). Nada. No en vano, la escasez de imaginación -que no es lo mismo que fantasía- de muchos de los que se afanan en investigar misterios, con el único fin de “resolverlos” a toda costa, resulta tan chocante como contraproducente, sobre todo, frente a esas mentes despiertas que realmente desconfían de todo (incluidas las versiones oficiales).

Se pueden elucubrar mil teorías, algunas de ellas muy plausibles sobre el docto papel, pero hasta que no se hallen y recuperen restos físicos de los objetos extraviados (no de los que se sabe localizados), nada se demuestra.

Charles Carroll Taylor y el célebre jockey Al Snider, también desaparecido
Como ya he señalado, en esto radica el mayor misterio del Triángulo, en la ausencia de pruebas que determinen una o varias causas (al margen de las naturalmente probadas). En tanto estas aparezcan, el podría ser afecta a los antedichos analistas y documentalistas, mal que les pese, tanto como al resto de posibilistas. Nada nos gustaría más que conocer las verdaderas razones de un alboroto que ya dura un siglo largo, pero, en este punto, habrá que recordar a los primeros que con sobrenatural entendemos fenómenos que aún no alcanzamos a interpretar debidamente. Mucho me temo que la ambigua frase de Paul Éluard (1895-1952) ha servido para que más de uno se haga un lío con ella: sus otros mundos no están en este nivel, pero si en una realidad integral que nos compete.

El altísimo número de casos llama ineludiblemente nuestra atención. En este sentido, Lawrence Kusche procura mantenerse neutro, aunque a veces no le sale. El desprecio a las investigaciones no oficiales o a las especulaciones de barlovento, que el autor tilda de leyendas, sin ambages y de continuo, como un tic, no evitan el escaso estudio (no administrativo, que en esto apenas tiene rival) de los incidentes. Una casuística abordada de un modo tan retorcido como sibilino: la información solo es buena si al contrastarla le da la razón al autor. Aparte de que tampoco es justo condensar bajo el engreído marbete de “leyenda” a todos los investigadores extraoficiales, así como asegurar que cada acontecimiento es atribuido, indefectiblemente, al “misterio del Triángulo”.

Cierto regreso a la sensatez se produce, pese a todo, en el epílogo, al concluir que no existe ninguna teoría que resuelva el misterio, si bien, a continuación, el autor insiste en el “tiempo climatológico desfavorable” como panacea (lo cual no es cierto, como se comprueba leyendo su propio libro: en él abundan los “en medio de un tiempo excelente”). Como tampoco es verdad, según se relata en el mismo volumen, el hecho de que todas las desgracias ocurrieran a últimas horas de la tarde (el Vuelo 19, a media tarde), o que rara vez se haya podido precisar el lugar donde una embarcación halló su fin completamente desconocido.

Más aún, cuando comandancias y juntas de investigación se muestran incluso más prudentes que algunos investigadores apriorísticos, al no especificar aquello que desconocen, no alegando causas al tun-tun; ello, a pesar de que un foco de incertidumbre no es algo que les convenga.


Junto al intento de Kusche, la legendaria -esta vez sí- arrogancia de algunas industrias facedoras de documentales, nada revela, por mucho que se apresuren a descartar todo lo que no cabe en su racional vara de medir (todo los demás, es irracional, según dicha vara). De este modo, los documentales basculan entre el sensacionalismo más simplón y el cientifismo más simplista. En realidad, en estos casos, lo más aconsejable sería el presentar los hechos de la forma más fidedigna y objetiva posible, en lugar de forzar las opiniones. Entre tanto, parece razonable ser escéptico con los escépticos.

En resumidas cuentas, El misterio del Triángulo de las Bermudas - solucionado pasa de lo entretenido a una irrisoria inquina en la Escala del Ridículo. Por ejemplo, a pesar de la afirmación de las Fuerzas Aéreas norteamericanas de que dos aparatos siniestrados se encontraban en contacto por radio, y volando juntos en formación, insiste Kusche en que aparentemente chocaron. ¿Es esto una precognición? ¿Su científica conclusión? (41). De nada sirve una exhaustiva investigación si se halla interesadamente encaminada. Las ondas sonoras de retorno de un mapeo por sónar pueden proporcionar forma y profundidad, pero no esclarecimiento. Muchas veces, la realidad va más allá de lo que la razón entiende en un determinado momento histórico. En el National Geographic, el libro de Kusche y alguna que otra publicación muy decepcionante, creen haber dado con la clave del misterio, algo que al Triángulo de las Bermudas le trae completamente sin cuidado.

Escrito por Javier C. Aguilera


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