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28 febrero, 2015

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Paso nocturno del Guadalquivir por el Puente Romano de Córdoba (Fotografía de LJ)
Febrero es un mes que transcurre con la misma rapidez con la que un río cambia sus aguas, lo que provoca que sea un mes de resultados bajos en comparación al resto del año. Sin embargo, hemos continuado en el número de visitas con un gran pico gracias a los Oscars y también con el concierto de nuestros amigos del octeto Sietemásuno. Una entrada menos que en enero, aunque conseguimos nuevos seguidores en todas las plataformas: 2 más en Blogger, alcanzando los 156, 8 más en Facebook, con 148 me gustas, y 10 más en Twitter, con 462.

Billy Wilder con Marilyn Monroe y Jack Lemmon
En nuestros contenidos hemos sido más variados este mes, con cierto predominio del cine con ejemplos como La teoría del todo, que consiguió el Oscar a Mejor actor por la interpretación de Stephen Hawking que hizo Eddie Redmayne, la gran comedia de Billy Wilder, Con faldas y a lo loco, o la comedia francesa Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?, sobre tópicos. Además, en cuanto a lo cinematográfico, hemos recuperado para este mes nuestra sección En tres, dos, uno con tres cortometrajes sobre igualdad. Con nuestro especial de San Valentín estuvimos analizando cómo funciona el negocio del amor en la publicidad y también nos acercamos a un clásico literario francés: Las flores del mal.

Pero también ha sido un mes de tristes despedidas y de recuerdos para los que nos abandonaron en 2014. De manera reciente, lamentamos los fallecimientos de Demis Roussos, José Manuel Lara Bosch, con motivo del cual hablamos del Grupo Planeta, y, de manera mucho más reciente, el actor Leonard Nimoy, que dio vida al vulcaniano Spock, por primera vez en la serie original de Star Trek

Para marzo, seguiremos a buen ritmo y finalizaremos con el especial de Semana Santa, a caballo entre marzo y abril. Esperamos que sigáis aquí con nosotros, comentando el cine, la literatura, la música y demás artículos que os traigamos como cada mes.

Un saludo,
L.J.

PD: Os dejamos con este vídeo-homenaje a Leonard Nimoy.

"Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma"

                  -Cicerón

Sonrisas y lágrimas, de Robert Wise

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Un mundo no necesariamente mejor da paso a otro cuando el anterior ha abandonado sus credenciales identitarias y culturales. Viene esto a cuento porque, aun de forma subrepticia, es este el tema principal y el ambiente que sobrevuela los parajes austriacos de finales de los años treinta en Sonrisas y lágrimas (The sound of music, Fox, 1965), dirigida por Robert Wise (1914-2005).

Por supuesto, la película venía precedida por el considerable éxito del musical de igual nombre (en inglés) que adapta. Razones no faltaban para ello, The sound of music (1959) se nutre de una historia atrayente, de corte familiar y noblemente folletinesca, situada en escenarios exóticos y articulada por una serie de canciones muy inspiradas, todo ello obra del compositor Richard Rodgers (1902-1979) y del libretista Oscar Hammerstein II (1895-1960). Y, por qué no, también cuenta lo que el relato evoca en cada espectador. La película recrea fielmente el “espíritu” del musical, con el añadido de la puesta en escena de Robert Wise, la fotografía de Ted McCord (1900-1976) y la adaptación del libreto del gran Ernest Lehman (1915-2005), con quien Wise ya había colaborado en la excelente La torre de los ambiciosos (Executive Suite, MGM, 1954). Los felices resultados de Sonrisas y lágrimas permitieron al realizador acometer su anhelado proyecto de filmar El Yangtsé en llamas (The Sand Pebbles, Fox, 1966). 

Tras el logo nocturno de la Fox, las nubes y el incomparable paisaje de las tierras de Salzburgo inician la secuencia de apertura, cuyo núcleo central será, precisamente, un canto a la naturaleza, entonado por la novicia María (Julie Andrews).


Según algunas compañeras de noviciado, la soñadora María silba, canta fuera de la abadía y hasta emplea rulos. Como buen musical, las canciones resultan fundamentales para adentrarnos en la psicología y el desarrollo argumental del relato. En efecto, María es una persona que se siente fuertemente unida a los elementos de la naturaleza. Como sabemos, la vida de María da un giro cuando es postulada para instruir a los siete hijos de un oficial de marina retirado y viudo (Christopher Plummer). La envergadura del cometido le queda clara a María cuando observa primero y atraviesa después la sala principal de la mansión von Trapp.

El capitán es un hombre estricto y maneja la casona como si fuera un navío, a toque de pito. Un ambiente que hará que la nueva institutriz pregunte que “cuándo juegan” los niños. En ese mundo austriaco y austero, apenas se habla durante las comidas. Más adelante, el joven Rolfe (Daniel Truhitte) comenta del Capitán que “es muy austriaco”, penetrando la cuestión ideológica, foco de la disensión.


María no es la única que parece alejada de su ámbito. La Baronesa (Eleanor Parker) es una persona adinerada pero sola (que no es lo mismo que solitaria, como lo es el Capitán). De alguna manera, este personaje encarna aquello que queda cuando se han desvanecido los bailes, las compañías interesadas y el deslumbrante esplendor de Viena (una situación aplicable a otras culturas). Pese a todo, concluye que debe regresar a su propio entorno. De hecho, y de forma aún más concreta, la Baronesa pregunta a un ausente von Trapp algo tan aparentemente sencillo como “¿dónde estás?”, a lo que el Capitán responde que “en un mundo que desaparece”.

Pues bien, en este cosmos que se aleja, María empleará sus mejores recursos, descubriendo a los chicos otro mundo, el de la música, vedado a la familia desde la muerte de la madre, como forma de cultura que se puede transportar (algo que no pueden llevarse los nazis), de igual modo que confeccionará unos trajes de recreo partiendo de unas viejas cortinas (la renovación del patrimonio).


Todas las canciones son destacables (en su versión original, por supuesto), especialmente Do-Re-Mi, el A-B-C de la música cuando María les enseña a cantar, o Edelweiss, una tonada que simboliza a la misma Austria, en un momento en que la libertad ha sido sustituida por la parafernalia nacionalsocialista.

Son unas canciones que el padre aún recuerda pero que prefiere no cantar ante el público (finalmente, se verán forzados a hacerlo en un Festival), en una coyuntura que permite incorporar otro personaje, que a su vez representa la parte más “materialista” de esta expresión cultural. Se trata de Max (Richard Haydn), un arribista cuya grisura ética habrá finalmente de decantarse.


La música es componente fundamental de una cultura desarrollada, además de una forma de expresión de sentimientos que son universales. Gracias a esta, destaca en la película otro momento, aún no siendo cantado. Aquel en que María y el Capitán bailan en el patio, de forma paralela a la fiesta que se desarrolla en el salón principal de la casa.

Escrito por Javier C. Aguilera


El gran dios Pan y otros relatos de terror sobrenatural, de Arthur Machen

26 febrero, 2015

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Pese a que solemos tener puesta la vista en lo que nos circunda y los pies sobre la Tierra, parece que cada vez somos menos conscientes de nuestra conexión con el terreno que pisamos. De hecho, ¿qué extraños lazos nos ligan a la Tierra?

Cada vez se ha hecho más evidente que lo que abarcan nuestros sentidos no es toda la realidad y que, más allá de las creencias de cada persona, existen impulsos y conexiones que, sin necesidad de quedar atrapados en una mística psicodélica, nos permiten asumir mejor nuestro papel en el mundo. Son elementos que se corresponden con los ámbitos de la física o la ontología, y que son empleados por el escritor Arthur Machen (1863-1947) para tender literariamente los puentes que nos unen a los aspectos más mitológicos y extraordinarios del ser humano. Un buen modo de comprobarlo, y de acercarse a la minuciosa y bien elaborada escritura del galés, es, sin duda, la selección propuesta por El gran dios Pan y otros relatos de terror sobrenatural (The great god Pan and other weird stories, 1894; Valdemar Serie Gótica, 1999), cuya traducción corrió a cargo de Vicente Molina Foix (1946).

Insatisfecho con la labor periodística, Arthur Machen ejerció de traductor, corrector de imprenta e incluso actor. Pero, en su haber, son los misterios paganos, razas ocultas, maleficios y fuerzas elementales, las armas de sus particulares letras, los mecanismos con los que conjura aquello que nos suele pasar desapercibido.

El relato con que se abre la antología es el totémico El gran dios Pan, cuyo punto de partida es la experimentación de la “medicina trascendental” por parte del doctor Raymond ante su amigo Clark. El doctor sostiene que existe un mundo real más allá de lo contemplado, un universo espiritual tan cierto como el material, y está dispuesto a demostrarlo. Operando en el aún ignoto terreno del cerebro humano, obtendrá su particular engendro psíquico en forma de femme fatale.

Pero otro asunto se solapa con el tema principal, el de la obstinación, no tanto en vislumbrar esa otra realidad, como en aceptarla y asumir sus consecuencias, pese a unas pruebas concluyentes para los personajes, puesto que constituye una posibilidad demasiado desestabilizadora.

En El gran dios Pan, Machen expone los hechos mediante algunos saltos espaciales y temporales (evitando la confusión siempre) e incluye cambios de foco narrativo, que entretejen las manifestaciones del particular dios de la naturaleza y la sexualidad, por vía de unos personajes cuyas vidas –experiencias- quedan entrelazadas.

Simulación de Pan, por Sinmadison
En La luz interior el objeto de estudio es la “ciencia de una gran ciudad”, en este caso Londres. El estupendo punto de partida pone en relación a dos amigos que hace tiempo que no se veían. Coinciden en plena calle y deciden almorzar juntos. Durante el transcurso de la charla uno de ellos refiere al otro un extraño incidente (el diálogo que ambos mantienen acerca de la naturaleza ontológica del londinense está perfectamente estructurado y resulta cautivador). De nuevo el suspense se agazapa en el interior de una cotidianidad puesta al descubierto por medio de descubrimientos fortuitos. Estos manifiestan el impulso ineludible que impele a cada científico loco a llevar a cabo una serie de experimentos, aun siendo conscientes de las funestas consecuencias (lo que revierte en la narración, más que la especificación del proceso en sí mismo).

En estos relatos –como en otros muchos- nos encontramos con un personaje escéptico que ve alteradas sus convicciones debido a una experiencia traumática. En La novela del sello negro, el personaje que evoluciona es una joven dama que, acuciada por la necesidad, vaga sin rumbo fijo hasta que lo insólito sale a su encuentro. Acabará hallando ocupación y acomodo al servicio de los hijos de un notable científico, el profesor Gregg, que como muchos investigadores de lo sobrenatural, padece la búsqueda en soledad. Un aislamiento ya sea consentido –por pudor- o impuesto por el desprecio de sus colegas –lo establecido oficialmente-. De hecho, Gregg es comparado con Colón, en una acertada analogía.

La novela del sello negro es un nuevo relato magnífico en las descripciones, tanto externas como intrínsecas (valga como ejemplo la impresión de la llegada al pueblo por parte de la mujer) que potencia “ese miedo a lo desconocido y sin forma”, que se localiza, en esta ocasión, en el pueblecito de Caermaen, pródigo en historia y en secretos.


Y es que el misterio también suele quedar asociado a un lugar. Los relatos de Machen son muchas veces historias “de posesión”. Incluso a veces de una doble posesión. En primer lugar, la del entorno con el sujeto -“un paisaje más desconocido para los ingleses que el corazón mismo de África” (La novela del sello negro; “N”)-; percepción que bebe directamente de las fuentes del romanticismo y en la que el escenario revierte en el ánimo de los protagonistas (y viceversa, en La novela del sello negro esto resulta evidente). Y finalmente, en algunos casos, la posesión del sujeto por cualquier tipo de ente extraño.

En El polvo blanco el elemento distorsionador será un preparado químico adquirido en una botica, que nos cuestiona acerca de cuál es la verdadera naturaleza del ser humano. Un “remedio” que tanto pudo ser producto del azar como del transcurrir del tiempo. Por otro lado, dos amigos, Ambrose y Cotgrave, filosofando literalmente acerca del bien y del mal como categorías morales casi físicas, dan pie en El pueblo blanco a la lectura del manuscrito de una muchacha, en posesión de una mayor capacidad sensitiva, cualidad que le permite vislumbrar ese otro mundo (de aparente ensueño), y recurso por el cual el resto de la narración pasa a primera persona. El procedimiento se enriquece además con las extrañas anécdotas que la narradora va intercalando, las consejas que le narraba su niñera.

Imagen de Chris Cole
Después de dejar la universidad en Oxford, el joven Joseph Last se pregunta qué demonios hacer con su futuro y su título. Pese a gustar de la enseñanza, no le seduce la idea de pasar el resto de su tiempo enderezando jóvenes mastuerzos y enfrentándose a “los pormenores del ámbito docente”. Joseph es descrito como un “humanista aceptable” (razón más que sobrada de su frustración para con los demás). Irónica y aparentemente, el joven hallará una buena ocupación como preceptor de un inteligente chico de familia acomodada; un destino soñado aunque demasiado perfecto para ser verdad. Una verdad que supera la ficción, en este caso gracias a que los demás suelen ver aquello que desean ver. El relato se cierra con un apunte acerca del inclemente paso del tiempo, un hiato hacia una vida progresivamente triste y gris.

Más parecido a un ensayo, algo disperso, es la intuición de un misterio relacionado con otro pueblecito de Gales en El gran retorno, donde Machen (pues el narrador habla por boca de él) recuerda como “lo maravilloso brilla ante nuestros ojos para eclipsarse después”. A continuación, signos de pedernal trazados en el suelo ponen en contacto a los protagonistas de La pirámide resplandeciente con unos seres ignominiosos apenas entrevistos, moradores de la referida y subterránea estructura piramidal.


Niños que entonan misteriosos cánticos y se congregan en otro pueblecito costero (Los niños felices), la nueva aparición de una raza pre-céltica (De las profundidades de la Tierra), la percepción distorsionada de un condenado (La habitación acogedora), los cambios urbanísticos que alteran para siempre las puertas hacia lo maravilloso que sobreviven en una ciudad, y que solo algunos pueden percibir (“N”), el poder de la sugestión (Los niños de la charca, con unas irónicas conclusiones acerca de “lo psicológico”)… Son experiencias transcritas que nos advierten de las barreras de los sentidos y nos recuerdan que no debemos limitar la realidad solo a aquello que percibimos.

(El lector familiarizado con el género distinguirá los guiños que proponen los nombres de Ambrose, Blackwood o Meyrink).

Escrito por Javier C. Aguilera


En tres, dos, uno... (XIII): Cortos para la igualdad

25 febrero, 2015

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Regresamos a esta sección de cortometrajes del blog, que teníamos algo abandonada, y lo hacemos con la palabra igualdad como justificante. Hemos seleccionado y comentado tres cortometrajes que tratan temas diversos: racismo, maltrato, homofobia, acoso escolar... pero que remiten a un mismo sentimiento: el de señalar que por encima de nuestras diferencias, somos seres humanos. Esperamos que os hagan reflexionar y que los disfrutéis.


Corto:  
Swing of Change (La trompeta mágica)
Dirigido por Harmony Bouchard, Andy Le Cocq, Joakim Riedinger y Rafael Cenzi

Comentario:
Nueva York, años 30, aunque perfectamente podríamos pensar en otra ciudad o referirnos al apartheid, vemos cómo Harry, un barbero racista, se enfrenta a una revelación a través de la música: no somos tan diferentes como él pensaba. Bajo una premisa tan sencilla como esta, el cortometraje animado encaja perfectamente los estilos musicales entre la marcha militar y el swing, además de sumergirnos cada vez en mayor oscuridad, quizás en la profundidad del pensamiento de Harry, donde se produce la catarsis a través del espejo. El regreso del primer cliente y la escena final nos revelan un montaje cíclico, pero donde se produce un cambio efectivo.

El lenguaje cinematográfico se nutre de la música para su completa expresión y la animación permite desplegar la luminosidad adecuada para la escena del solo de trompeta, íntimamente relacionado con la ideología que rodea a un concierto de jazz. No sobra ni falta nada en este cortometraje.



Corto:  
El orden de las cosas
Dirigido por los hermanos Alenda.

Comentario:
Desde el cuarto de baño, Julia ve pasar su vida bajo el control de su marido, maltratada, asustada, viviendo en un continuo infierno. El cortometraje se llena de simbología y en sus prácticamente veinte minutos de duración, nos presenta todos (o casi todos) los elementos que se reúnen alrededor del maltrato. El principal de ellos es el cinturón, como dominio y agresión hacia la mujer, que permanece oculto en el metraje, precisamente escondido por Julia y como elemento tentador para su hijo, Marquitos, que al rechazarlo, abre una salida que su madre no es capaz de seguir. La bañera continuamente llenándose de agua, ocultando las heridas, como un encierro íntimo donde la mujer está expuesta de manera frágil, pero a nadie parece importarle. La alianza matrimonial como la atadura a una relación envenenada basada en falsas promesas de amor y protección, las mismas que el hijo rechaza y que se revelan de manera metafórica en el avión de juguete roto. En definitiva, estamos ante una especie de trato feudal en la que la esposa debe ofrecerse sumisa a un amo, su esposo, que debe aparentar fortaleza.

El cortometraje también revela en cierta medida la presión social que sobre la pareja hace el resto de personas: otras mujeres maltratadas que recriminan la actitud de Julia tachándola de mala esposa o avisándola de que la resistencia al maltrato desencadena algo peor. Pero también los hermanos de Marcos le insisten en ese orden de cosas, en la necesidad de domar a la mujer tal y como hacían nuestro padre, y el padre de nuestro padre. En la liberación final, cuando la habitación se inunda, todo vuelve a su tiempo original y Marcos queda atado y ahogado en ese orden de cosas mientras su esposa se marcha, por fin, hacia la simbólica playa de las mujeres que han escapado de una vida cuyas reglas nunca debieron ni deberían aceptar.

Los planos del cortometraje están cuidados y revelan detalles que se convierte en símbolos con los enfoques precisos. De la misma forma, el uso de la música incrementa una tensión que no se revela físicamente, pero sí indirectamente. Un ejercicio de contención que revela a partir de lo que no dice todo lo que deberíamos escuchar.



Corto:  
Love is all you need? (Heterofobia)
Dirigido por Kim Rocco Shields.

Comentario:
Finalizamos con un corto que une dos cuestiones: el odio hacia las personas de diferente orientación sexual y el acoso escolar. Se realiza en el corto un planteamiento con el que se gira nuestro mundo: aquí donde lo habitual y aceptado de forma general son las relaciones heterosexuales, allí se presenta como lo extraño, lo mal visto, lo extraño. De manera paralela encontramos el rechazo que han sentido en nuestra historia reciente los homosexuales desde el ámbito social, pero también desde el familiar, incluso en las preferencias que van más allá de la orientación sexual, como revela la diferencia entre los deportes y el teatro en el cortometraje.

El cortometraje juega muy bien con todos los elementos de los que disponía y narra con dureza una realidad que ha afectado a muchas familias, a muchas personas, en el mundo. Y de manera tan reciente como la presencia de los mensajes de acoso en el móvil, que conforme avanzamos en el visionado se hacen más insistentes y con mayor crudeza. El montaje del tramo final es angustioso para el espectador, pero muy efectivo, en cuanto a que marca perfectamente la intención de aviso y alarma que ofrece esta obra. La empatía que pretende crear el cortometraje se consigue con un profundo golpe hacia el dolor interno.


Esperamos que los tres cortometrajes os sirvan para colocaros en el lugar de otros, para aceptar que existen diferencias, sí, pero que ello no debe producir odio. Situémonos en el dolor de los demás para comprender qué hacemos cuando damos la espalda a estas realidades.

Escrito por Luis J. del Castillo


Con faldas y a lo loco, de Billy Wilder

23 febrero, 2015

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Cuando al realizador Billy Wilder (1906-2002) le preguntaron acerca de las molestias ocasionadas por Marilyn Monroe (1926-1962) -retrasos e inseguridades-, durante el rodaje de la película que hoy comentamos, este atajó diciendo “sobre la impuntualidad de Marilyn debo decir que tengo una vieja tía en Viena que estaría en el plató cada mañana a las seis y sería capaz de recitar los diálogos incluso del revés, pero, ¿quién querría verla?... Además, mientras esperamos a Marilyn Monroe todo el equipo, no perdemos totalmente el tiempo... Yo, sin ir más lejos, tuve la oportunidad de leer Guerra y Paz y Los miserables”. La vida observada bajo el prisma del humor es lo que, míticas aparte, ofrece la que aún sigue siendo una de las mejores comedias cinematográficas jamás filmadas, en la que todos –incluyendo a Marilyn- están sensacionales, Con faldas y a lo loco (Some like it hot, United Artist, 1959).

En un momento en que los apodados Felices Años Veinte tocan a su fin, cierta alegría se resiste a morir, y uniendo ambos conceptos, será precisamente en una funeraria donde Billy Wilder presente a sus alborozados personajes, pues el local se ha convertido en un garito de bullicio, bebidas e ingenio.

Esa inventiva ofrecida por el prisma de Billy Wilder y su colaborador I.A.L. Diamond (1920-1988), se posa sobre la llamada Ley Seca (1920-1933), necia regulación por la que quedaba prohibida toda fabricación, comercio y consumo de alcohol. Una situación progresivamente violenta (como a su vez recordó Raoul Walsh), aunque envuelta en un nuevo y trepidante ritmo, el proporcionado por el jazz y el charlestón (el Hot al que alude el título original). Como guiño a esta etapa histórica, también reflejada en el cine por medio de un género como el de gángsters, principalmente, el reparto cuenta con la presencia de un eficaz George Raft interpretando al bandido Botines Colombo (Spats Colombo). Todo el ambiente queda resaltado por la sólida fotografía de Charles Lang (1902-1998) y los estupendos arreglos musicales a cargo de Adolph Deutsch (1897-1980).


Se dice que todos tenemos una mitad femenina o masculina, según sea el caso. Ocasión tendrán de comprobarlo nuestros protagonistas, dos comparsas en una delicada situación personal e histórica, en el Chicago de 1929. Ellos son el saxofonista Joe (Tony Curtis) y el contrabajista Jerry (Jack Lemmon), que andan de mal en peor porque pese a los rescoldos de un optimismo desenfrenado, parece claro que las ganancias seguras no existen. Los músicos son testigos involuntarios de una matanza del Día de San Valentín, y como Joe no carece de inventiva, ambos acabarán ocultándose en una orquesta femenina como Josephine y Daphne, formando parte de ese ritmo vertiginoso que se ha instalado en las aceleradas vidas de los personajes.

Durante su itinerario en tren, entablan amistad con Sugar Kane (Marilyn Monroe) y el resto de las chicas de la orquesta. La insegura Sugar huye más de sí misma, y de su flaqueza con los saxofonistas tenores, que de un sitio concreto. Además, le da a la petaca, aunque ella se justifica diciendo que “todas las chicas beben, pero es a mí a quien pillan siempre”. Por otra parte, no podemos dejar de mencionar la excelencia de todos los actores de reparto, como el policía Mulligan (Pat O’Brien), el ricachón Osgood Fielding III (Joe E. Brown), la directora de la orquesta, Sweet Sue (Joan Shawlee) y su allegado Beinstock (Dave Barry). Todos confluirán en el escenario del Hotel del Coronado en San Diego, lugar al que acuden los millonarios como los pájaros migran al sur.


Pero antes de que esto ocurra tienen lugar otros incidentes durante el trayecto, como el “acceso de fiebre” de Daphne cuando se encuentra en el compartimento del tren, a solas con Sugar, una situación que desemboca en una improvisada fiesta “marxiana”. También mediante un acierto de guión será, curiosamente, el hielo el elemento que una a Josephine y a Sugar, permitiendo a esta última sincerarse con su nueva amiga. Una vez instalados en el hotel, el buen gusto del realizador se concreta en el momento en que Daphne y el señor Fielding comparten el ascensor: sabemos lo que les ha pasado aunque no haya sido mostrado. De hecho, la totalidad del relato revela como todos aparentan lo que no se es, caso de Josephine, volviendo a simular otra personalidad, la del joven y frustrado millonario Junior; de Sugar, presumiendo de su ascendencia social ante Junior; de Daphne con Fielding, o incluso de los matones, fingiendo asistir a una convención operística.

Una simulación continua y un intercambio de roles, probablemente con ecos del travestismo de la época berlinesa que experimentó Wilder, cuando ejerció de bailarín (boy), entre 1927 y 1933. Cambio de géneros que hace que el propio Jerry llegue a creerse su nueva situación, o que Joe simule un “bloqueo mental” con las chicas (una de las muchas burlas de Wilder hacia la psiquiatría): curiosamente este se ve forzado a navegar marcha atrás en una motora con Sugar. Más adelante, Wilder exhibe a Junior y Sugar en un yate, y a Daphne y Osgood bailando La Cumparsita, de forma alterna, en instantes enlazados mediante barridos de la cámara, que muestran unos personajes que se entremezclan, que fingen pero que contemplan la vida como una casualidad gozosa.

Con faldas y a lo loco se construye en base a un guión perfecto –como siempre reclamaba Wilder-, cuajado de otros buenos detalles, como el de Botines presentando a sus colegas matones como abogados, “todos de Harvard”. Hasta el Pequeño Bonaparte (Little Bonaparte, Nehemiah Persoff), un jefe mafioso, se define como un “hombre de empresa”, dentro de esa simulación múltiple de los personajes.

El guión también queda apoyado por otros buenos momentos de realización, como la huida de Joe y Jerry de la “funeraria” en la que se efectúa una redada, fuga narrada por medio de un plano general; la hilera de millonarios caducos que aguardan la llegada de chicas jóvenes en el porche del hotel, los pendientes que Joe se deja puestos, o el plano que muestra a Daphne tocando su contrabajo del revés cuando Sugar Kane canta por primera vez, en el vagón del tren que les lleva a California, hacia una nueva vida.

Escrito por Javier C. Aguilera


La teoría del todo, de James Marsh

22 febrero, 2015

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Estamos ante otro biopic de un personaje relevante a nivel internacional; es el caso del renombrado científico Stephen Hawking, cuyos valiosos y demostrados estudios sobre cosmología y astrofísica le han convertido en una de las mentes más brillantes de la historia. La película se centra en su figura, narrándonos casi tres décadas de su vida, desde su paso por la universidad, su relación con Jane y el avance de su fatídica enfermedad degenerativa.

El núcleo de la historia reside en la relación con su primera esposa, Jane, a la que conoció en la universidad. Con poco más de veinte años le diagnosticaron una enfermedad motoneuronal relacionada con la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), que empezó por ir paralizándole el sistema motor, músculo a músculo, que acabaría dejándolo inmovilizado de por vida, incluso perdiendo la capacidad de hablar por si mismo debido a diversas complicaciones respiratorias.


Como decíamos, la película es abordada en forma de biopic, con elementos tópicos, una escena y fotografía elegante, con una estructura lineal y, sobre todo, una de esas historias que entusiasman tanto al público como a la crítica. Con un guión convencional e inteligente, resulta en ocasiones demasiado frío, tanto al inicio del romance con Jane como en su final, teniendo, incluso, diálogos que dan por hecho información que el espectador desconoce.

Pero, sin duda, la emotividad y el amor incondicional son transmitidos por sus protagonistas, Eddie Redmayne y Felicity Jones, recreando a la perfección una Jane y un Stephen cuya maravillosa y trágica historia renace en dos horas de cinta. El joven intérprete, Eddie Redmayne, encarna el papel de su vida, basando toda su fuerza interpretativa en la impresionante labor física necesaria para plasmar el deterioro de su personaje. Una historia y un esfuerzo sacrificados, capaz de llevarnos a los rincones más oscuros del sufrimiento, desde su pérdida de movilidad hasta el demoledor momento de sentarse en una silla de ruedas. Y es que Stephen siempre ha intentado volar más allá de los límites del universo, en una demostración de tenacidad y valentía digna de elogios. La simbiosis que llega a producirse entre Redmayne y Hawking sirve para ofrecernos una de las mejores interpretaciones de este año y, sin duda, una de las más brillantes a nivel físico de los últimos tiempos.

Stephen Hawking y Jane Wilde & Eddie Redmayne y Felicity Jones
En cuanto a Felicity Jones, su templanza y coraje la hacen ser una digna Jane en la gran pantalla. Sus emociones y generosos actos componen un retrato perfecto de la esposa sacrificada y, en ocasiones, olvidada, que vive buscando su esencia a través de un amor muy distinto al que imaginaba en un primer cruce de miradas. La manera en que la que Felicity Jones transmite su carácter esperanzador, su fortaleza y debilidad, la contención de emociones de su personaje, dejando que estallen en impactantes escenas cargadas de emotividad, hace que su esencia fluya durante toda la película, sirviendo de inspiración a lo largo de la historia. Ante lo que están viviendo, los ojos de Felicity Jones, y sin mediar palabra, son capaces por sí solos de transmitir la sorpresa, cariño y el dolor que siente Jane. En definitiva, una unión fabulosa cuya historia consigue inspirar los sentimientos del público, gracias al espléndido trabajo de su pareja protagonista.

«Fue precisamente en Granada cuando me di cuenta de que me había enamorado de Stephen», recuerda Jane con el brillo de la nostalgia en sus ojos en una entrevista concedida al periódico El Mundo. «Después de terminar la carrera, pasé un verano viajando por España y estuve mucho tiempo en La Alhambra. Me senté en los jardines del Generalife, pensando mucho sobre mi vida, y me di cuenta de que verdaderamente estaba enamorada de Stephen porque no quería estar allí, en el lugar más romántico del mundo, sino que quería volver a Inglaterra para estar con él». También revela que, paradójicamente, la fe religiosa fue un pilar fundamental para ella a la hora de afrontar unos cuidados tan exigentes como los que necesitaba su marido enfermo (y ateo). «Yo entendía las razones de su ateísmo, porque si a la edad de 21 años se le diagnostica una enfermedad tan terrible, ¿va a creer en un Dios bueno? Yo creo que no», admite Jane.

Y es que la gran figura, y a su vez ensombrecida, de esta película biográfica reside en Felicity Jones, en Jane, siendo la compañera, esposa y cuidadora que tuvo que dejar a un segundo plano sus inquietudes y estudios (la filología y su afición por la literatura medieval española, entre ellas), para dedicarse en cuerpo y alma a su marido y a sus hijos. Además, La teoría del todo se basa en el mismo libro autobiográfico que ella misma escribió, Travelling to Infinity: My Life with Stephen (1999).


Nacida de las emociones y fluyendo a través de los sentimientos, La teoría del todo se confirma como una de las grandes favoritas en la ceremonia de los Oscars 2015. La pareja protagonista consigue eclipsar muchos otros factores relevantes de la película, como su cuidada elaboración, una preciosa banda sonora a cargo de Jóhann Jóhannsson y la correcta labor del resto del reparto, con nombres tan destacados como los de David Thewlis o Emily Watson. Sin duda, su director James Marsh y su guionista Anthony McCarten (Muerte de un superhéroe, 2006) consigue uno de los grandes títulos del año. Una película hermosa, que descansa en la infinita belleza de la teoría del todo y de la nada.


Escrito por Mariela B. Ortega 





El autocine (X): This Island Earth (Regreso a la Tierra), de Joseph Newman

20 febrero, 2015

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This Island Earth (Ídem, Universal, 1955), conocida en España por su título original o, a veces, como Regreso a la Tierra, es una de las películas de ciencia ficción más queridas por los aficionados. Desde ese título original se remite a la vastedad y aislamiento de nuestro planeta, contemplado como uno de los muchos mundos infinitos que forman parte del universo. Pero este aislamiento ha sido roto por la presencia de otros seres entre los humanos.

Producida por William Alland (1916-1997), con arreglos musicales de Joseph Gershenson (1904-1988), en base a un crisol de composiciones elaboradas por Hans J. Salter (1896-1994), Herman Stein (1915-2007) o Henry Mancini (1924-1994), This Island Earth fue dirigida por uno de esos realizadores “todoterreno”, Joseph Newman (1909-2006) aunque, según parece, puntualmente socorrido por su colega Jack Arnold (1916-1992). Su argumento se nutrió de la combinación de dos relatos del escritor Raymond F. Jones (1915-1994): The alien machine y The shroud of secrecy (ambos de 1949 y, desgraciadamente, inéditos en español).


La historia comienza por medio de una panorámica de situación sobre Washington, donde el profesor Cal Meacham (Rex Reason) departe con unos periodistas en la pista de despegue de un aeródromo. Posteriormente, cuando Cal pilota su avioneta con destino a Los Ángeles, otra imagen muestra el Monte Rainier. Los aficionados al fenómeno OVNI conocen la relevancia de este guiño, puesto que de allí arranca, finiquitados los avistamientos de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), la etapa contemporánea –y de elevada casuística hasta los años ochenta- del citado fenómeno.

Recordemos, brevemente, que fue sobrevolando aquel emplazamiento cuando otro Arnold, Kenneth (1915-1984), distinguió varios objetos insólitos, que la prensa dio en llamar “platillos volantes”, de acuerdo con la descripción del piloto y empresario. Pero además es una imagen pertinente dentro de la trama, porque al igual que Kenneth Arnold, Cal tendrá dificultades durante su trayecto (en forma de interferencias con el aparato). Meachan es un científico dedicado a la investigación de las aplicaciones industriales de la energía nuclear y, en tal condición, es “reclutado” por un misterioso grupo “en la sombra” que, en primer lugar y para captar su atención, envía al científico unos avanzados condensadores.


Estos “ummitas” contactan y reclutan personal cualificado para unos propósitos que no desvelaremos, pero que no son necesariamente los que en un principio parecen (de conquista). Por medio de un sofisticado aparato de comunicación, el Interocetor, Cal entra en contacto con Exidor (Exeter en el original, Jeff Morrow), y un brillante apunte consiste en el hecho de que, como asegura Exidor, las imágenes del Interocetor no puedan ser fotografiadas. También lo es que el transporte aéreo que recoge a Cal sea capaz de aterrizar en medio de la niebla (todo ello mostrado con la debida exigüidad presupuestaria, pero eso no resta eficacia a lo señalado).

Una vez instalado, el recién llegado conocerá a otros colegas, como los doctores Ruth Adams (Faith Domergue) y Steve Carlson (Russell Johnson), y también su miedo ante tanto secretismo, aspecto que proporciona otro buen detalle, el de la placa de plomo que aísla de interferencias y escuchas ajenas. Este selecto grupo, que se afana por aplicarse en un objetivo común que desconoce, “dejando al margen los intereses personales”, comienza a sospechar la naturaleza de los mecenas. En otra chispeante ocasión, Exidor habla de “su compositor” -refiriéndose a los terrícolas- cuando expone su opinión acerca de Mozart.


Pero los visitantes de Metaluna, que tal es su planeta de origen, están divididos entre los que pretenden convivir con los terrestres (Exidor) y los que prefieren someterlos (caso de su ayudante, “John Wilson”; Robert Nichols). Como averiguaremos, los “metaluanos” o “metaselenitas” no solo están en conflicto con un planeta rival, Zenón, sino también con ellos mismos, que es el principio de toda autodestrucción. La posterior visita a Metaluna, situado en otro sistema solar, no solo certifica esta situación, sino que permite a los invitados terrestres (Cal y Ruth) conocer otras formas distintas de viajar.

Entre los momentos más recordados de la película, se encuentra la abducción de la avioneta en la que Cal y Ruth tratan de escapar, por parte del platillo volante, que como podrán comprobar sus huéspedes forzosos, además es capaz de generar su propio campo de gravedad y reconvertir la estructura molecular con el fin de soportar las distintas presiones y atmósferas.


Bajo un consecuente tono pulp, también hará su aparición un monstruo clásico, en forma de insecto-mutante. Es el honorable representante del pasajero “que se cuela a bordo” sin haber sido invitado. Y de la estancia en Metaluna, no podemos dejar de señalar la estimulante imagen del cráter que deja entrever la entrada a una base subterránea, sobre la superficie del dañado planeta.

Escrito por Javier C. Aguilera


Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?, de Philippe de Chauveron

18 febrero, 2015

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En esta época de lo políticamente correcto, es inevitable ruborizarse cuando nos damos cuenta de que comentarios que antes considerábamos normales, ahora sabemos que rozan o son directamente discriminatorios. Incluso nuestra manera de pensar y desear el futuro forma parte de una tendencia concreta, aquella que nos han inculcado de manera inconsciente: cásate con alguien de tu mismo estatus y etnia, forma una familia tradicional, con un mismo y único credo religioso, mantén la estabilidad familiar y honra a tus padres a pesar de ellos mismos.

Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? (2014) propone en clave de humor revisar esta clase de pensamientos desde la perspectiva de un matrimonio francés de corte conservador que ve cómo sus hijas se casan con un repertorio étnico que lejos de ser aceptado abiertamente, pretende ser ocultado a las amistades del pueblo. Hasta la ilusión de ver casarse a una hija en la misma iglesia donde se casó la madre se ve destrozada por la variedad de religiones que tienen sus yernos.

La película es la primera del director, Philippe de Chauveron, que atraviesa los Pirineos para llegar a España después de una carrera iniciada en 1989 con Gros y que ha sumado un total de seis cintas, incluyendo esta última, una comedia que podemos relacionar claramente con una producción española reciente como es Ocho apellidos vascos (Eduardo Martínez-Lázaro, 2014).


Partiendo de un matrimonio de características burguesas y de pensamiento conservador, que vive además en el campo y con un credo católico, nos encontramos con la aceptación a regañadientes de conformar una familia multicultural gracias a sus yernos: un musulmán, un judío y un chino. A pesar de las circunstancias y de un enfrentamiento inicial, deciden crear un ambiente abierto a todos, sepultado el hacha de guerra y colaborando mutuamente para impedir que la madre evolucione en su depresión. Sin embargo, cuando la última de sus hijas aparece con un novio africano, comienzan las disputas familiares tanto por los prejuicios del matrimonio como por la ruptura de la armonía alcanzada. Su principal apuesta está en el humor y en la historia, mientras que en el aspecto técnico no destaca nada especialmente. Incluso los personajes están desdibujados la mayor parte de la trama, especialmente las hijas del matrimonio, empleando precisamente características contrarias a los estereotipos habituales para crear humor con los yernos. Hasta el trabajo realizado para fundamentar a los padres se tambalea con actitudes dispares, dejando escenas incoherentes hacia la mitad de la película.

La película juega con humor con los prejuicios que mantiene la sociedad francesa, aunque en este caso nos encontramos con tópicos muy extendidos que funcionan perfectamente en el público europeo, tal y como los tópicos andaluces y vascos eran eficaces en el público español de Ocho apellidos vascos, de ahí el éxito en taquilla de este film francés. No obstante, no es un humor excesivamente inteligente, incluso se juega con la competición entre consuegros debido a los prejuicios racistas que tiene el padre del novio africano. Los chistes se distribuyen en distintos gags que pueden ocasionar carcajadas entre el público, pero que no ofrecen más que un entretenimiento con un mensaje sencillo y evidente: por encima de los prejuicios, existen las personas. La película considera lícito conservar y mantener nuestra cultura, pero propone abrir los brazos y la familia a las diferencias. Por encima de todo, el ideal de que las personas que queremos sean felices a pesar de que hagan algo que no nos gusten se desliza en el film como mensaje positivo final.


Para pasar un buen rato, con la comedia como vehículo para hablar de un asunto de tanto calado como la convivencia intercultural entre varias formas de entender la vida, reconociendo a su vez la existencia de unos estereotipos de los que los propios afectados muchas veces se burlan, aún cuando puestos en boca de otras personas pueden resultar hirientes. La globalización y el intercambio cultural actual nos permiten vislumbrar el crisol de culturas que nos encontramos hoy en nuestra sociedad y que será cada vez mayor en el futuro; en ese sentido, Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? nos proporciona en su visionado la clave humorística de cómo entender y afrontar estas mezclas con un buen espíritu de apertura, pese a quien pese.

Escrito por Luis J. del Castillo



¡A ponerse series! (XX): Cosas de marcianos

17 febrero, 2015

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Sally: Esto de la televisión es asombroso. No he pensado en nada desde hace tres horas 
(Dick se enfada)

¿Cómo hemos de parecer los humanos a unos visitantes del “espacio exterior”? Una forma de averiguarlo es disfrutar de Cosas de marcianos, simplona traducción de Third Rock from the Sun (NBC, 1996-2001), cuyo título original se puede entender como un guiño hacia uno de los más celebres relatos del escritor Richard Matheson (1926-2013), editado en español por Edhasa Nebulae, en 1977. Se trata de una serie creada por Bonnie y Terry Turner (-), introducida por un pegadizo tema musical de Ben Vaughn (-), en la que el protagonismo, más que en los marcianos per se, parece recaer en los propios terrestres, objeto del estudio y análisis.


Dick: En este planeta, el tamaño cuenta.
(Cerebros y óvulos)

Como en toda sitcom -comedia de situación-, existen algunas convenciones espacio-temporales que, en esta ocasión, se centran en las reflexiones de los alienígenas en el interior de su vehículo terráqueo -primera temporada- o, sobre todo, en la azotea de su residencia en la Tierra, situada en Rutherford, Ohio (a las afueras de Cleveland, EEUU).

En el capitulo “piloto”, Cerebros y óvulos, nuestros sufridos extraterrestres ya están asentados en la Tierra (es una pena que se nos hurte la llegada) y, debidamente transfigurados en humanos, desarrollan sus correspondientes actividades como cualquier hijo de vecino. Es este un método eficaz a la hora de mostrar la idiosincrasia terrestre por vía de la comedia, aunque estos visitantes acaben formando su propia familia; no mucho más extraña que la de algunas de las que andan sueltas por ahí. Sin lugar a dudas, la terrestre será su misión más entretenida y arriesgada.


Mary (muy ofuscada -¿o cabría decir, ufoscada?-): ¿¡Nunca oyes una vocecita en tu interior que diga, menuda mala idea acabo de tener!? 
(Me encanta ser Dick)

Ellos son la familia Solomon (un camión de mudanzas les sugirió el apellido), compuesta por Richard “Dick” Solomon (John Lithgow), el comandante de la misión, que ejerce, a modo de infiltrado freelance, como profesor de física en la descafeinada Universidad de Pendleton, escenario que es en sí mismo un personaje más: cuenta en su haber “tres monedas y una cuchara” como trofeos (de hecho, se asemeja bastante a la descripción que de la "Universidad de Wildstone" hicieran Les Luthiers). Le sigue en el mando el jefe de seguridad, transmutado en la fémina, aunque hombruna, Sally (Kristen Johnston); el oficial de información Tommy (Joseph Gordon-Levitt), y el tripulante de “pocas luces” Harry (French Stewart).

Colaboraciones especiales aparte (Dom DeLuise –cuyo hijo, al igual que en el caso de Lithgow, interpreta a uno de los alumnos de Dick-, Ed Begley Jr., George Takei, Elvis Costelo, Mark Hamill, Elaine Stritch, George Grizzard, John Cleese, William Shatner, David Hasselhoff o Kathy Bates, esta última como una cazadora de alienígenas), el cuadro de personajes fijos se completa con Mary Albright (Jane Curtin), antropóloga de ardoroso pasado y colega de Dick, la señora Dubcek (Elmarie Wendel), casera de los Solomon, su hija Vicky (Jan Hooks), la secretaria de Dick y Mary, Nina (Simbi Khali), Judith (la malograda Ileen Getz), directora del Comité Disciplinario, siempre enfundada en un traje oscuro, y el abnegado oficial de policía y custodio de la ley, Don Orville (Wayne Knight), que a la larga mantendrá una apasionada aunque tumultuosa relación con Sally (uno de sus mejores encuentros cercanos tendrá lugar en El primer beso de Sally y Don). Podemos incluir a la Gran Cabeza Gigante (un cantarín William Shatner), jefe supremo -o presidente del gobierno- del planeta de los expedicionarios, remedo de Oz (y tan “incompetente” como el mago), que se sirve de Harry como transmisor.


Tommy: He recorrido cuarenta millones de años-luz sin un incidente ¡y ahora me ponen una multa y me obligan a examinarme! 
(Sensible Dick)

Cuando el profesor Dick Solomon pide a sus alumnos que le expliquen qué se siente al emplear tan solo un diez por ciento del cerebro (Cerebros y óvulos) nos damos cuenta de que la adaptación al gran teatro del mundo terrestre no ha hecho más que empezar. De hecho, a nuestros visitantes aún les queda mucho por descubrir de los habitantes del planeta Tierra y sus manías. De ahí el deslucido destino de una suculenta sopa de pollo, empleada como ungüento para los pies por los inexpertos Solomon (Un catarro de narices), o el espanto que provoca el organismo unicelular de la gelatina, pavor que da comienzo durante El primer cumpleaños de Dick y que se convierte en un tema recurrente (¿qué querrá esa cosa?, se pregunta Sally); la sustancia casi llega a cumplir la función de la kriptonita.

Cosas de marcianos (que en español emplea el complemento como una metonimia clásica, la parte por el todo) es un experimento catódico-antropológico que nos invita a redescubrir nuestro planeta y los seres que lo habitan, gracias a la mirada alucinada aunque complacida de tan ilustres huéspedes. En su batalla sin cuartel para comprender el planeta Tierra, tendrán que enfrentarse desde a los libros de auto-ayuda o las tarjetas de felicitación hasta la tan temida rutina diaria (La misma canción y Dick), por suerte sofocada por otros descubrimientos como el Monopoly o las despedidas de soltero (Dick se porta mal).


Harry: Nunca olvidaré la noche que perdí mi virginidad con… ¿cómo se llamaba?
(Dick loco por el poder)

De este modo, participando de los sentimientos humanos, su ética y sus costumbres (el primer beso entre Dick y la doctora Albright se resuelve a tortazo limpio), y mediante la experimentación con los roles y estereotipos (Dick sale del armario), se pone de manifiesto el egoísmo de los terrícolas, la hipocresía, la adulación, la mentira, las relaciones personales, los celos -sexuales o profesionales-, la muerte, la tele por cable, el sexo -primero contemplado mediante prismáticos-, la burocracia y, por supuesto, el lenguaje, con sus dobles y sencillos significados, tan hostiles a la sinceridad.

Principalmente, será el personaje de Dick el que, como portavoz de una honestidad casi siempre políticamente incorrecta se atreva a expresar todo aquello que pensamos pero no nos atrevemos a decir. Como ejemplar humano resulta hipócrita, cicatero y egoísta (¡hasta se apropia de los títulos de los capítulos!), pero adora al Míster Potato de la mesa de su despacho y siempre se muestra dispuesto a “mejorar”. También será revelador el divertido hallazgo por parte de Sally de los lenguajes especiales de las embarazadas (Mascotas y niños), así como del fenómeno acústico del eco por parte de Dick (Encerrada con Dick). El que peor lo lleva interactuando con los terrícolas es Tommy, porque seleccionó un cuerpo “en plena pubertad” pese a ser el tripulante más veterano de la expedición, lo que no deja de ocasionarle trastornos de diversa índole.


Dick: ¿Qué sentido tiene una democracia si los votantes votan mal?
(El voto de Dick)

En este proceso de adaptación y aprendizaje, los Solomon también descubrirán las adicciones. Por ejemplo hacia el ordenador por parte de Dick, una dependencia por la que experimenta los típicos sofocones ante el traicionero aparato; o con respecto a una eterna adquisición de complementos y aplicaciones para el televisor, por parte de Sally y Tommy (más el endeudamiento que conlleva: Dick, efecto dos). Sumisiones extendidas a la cosmética (El solitario Dick), el fascinante mundo de la ferretería (Dick supersticioso), o las telenovelas (por parte de Don; El amor nunca muere). Pero de entre todos, destaca el afán coleccionista de los esponjosos “amiguitos blandos” (Fuzzy Buddies), una serie de peluches de pequeño tamaño que se regalan con las hamburguesas (Llamada a la razón para Dick), paroxismo de todas las dependencias terrestres.

Otras situaciones, como el “fin de semana de misterio” con asesinato incluido (Dick, el detective), nos remiten a capítulos como El caso de la Bella Libertina de Las chicas de oro (The Golden Girls, NBC-Touchstone, 1985-1992). No será el único punto de contacto entre ambas series: el personaje que cae fulminado de forma inesperada, la necesidad patológica de hacer amistad con alguien deplorable, el recurso de las bromas o de la cirugía estética, concursos de baile al estilo de los años cuarenta (aquí, ¿Bailamos, Dick?), el chollo de la reventa de entradas (Tú no conoces a Dick), todo ello envuelto en un humor gamberro e imprevisible. No en vano, la mayoría de capítulos, mediada la serie, los dirigirá Terry Hughes, precisamente el realizador de Las chicas de oro).


Tommy: He de ir a algún lugar donde mi potencial no destaque. Ya sé. ¡Iré a la Universidad! 
(InDicksreción)

Entre los momentos más ocurrentes protagonizados por los Solomon, no puedo dejar de señalar el miedo de Dick a pasar por un reconocimiento médico, a Sally hablando con una planta de tomate (ambos en Moby Dick), o la elección de nuestro docente para formar parte de un jurado, y de paso conocer los entresijos del sistema judicial (Once hombres furiosos y Dick: por supuesto, aquí la figura a emular será la de Henry Fonda [1905-1982]). Los coqueteos con la justicia no acaban ahí, como sucede cuando Dick se empeña en rehabilitar a un delincuente (La cárcel de Dick) o, más difícil todavía, cuando se afana en interpretar la Declaración de la Renta (Dick y los impuestos).

Otros descubrimientos sorprendentes serán el populismo demagógico (Dick tiene una misión), donde el profesor se transforma en una caricatura amable de Roosevelt (1882-1945), silla de ruedas incluidas; o el deslumbrante programa televisivo La Tienda en Casa (Tom, Dick y Mary), el pudor ante la desnudez (Indecente Dick, InDickscreción), las “fantasías eróticas” (La belleza de Rutherford), la huelga (Dick va a la huelga), las “relaciones esporádicas” (Auto-erotismo), o la (in)gratitud, entre otros experimentos con los humanos, tales como la “mortificación” de Sally hacia sus incontables pretendientes (Dick busca citas). Aunque con apariencia de hembra, el comportamiento de Sally oscila entre lo varonil, la típica “rubia tonta”, dada su ingenuidad terrestre, y la resolución de una femme fatale (lo que proporciona otros instantes divertidos, como aquel en que Sally organiza una partida de bolos como si se tratara de una operación militar -Dick, Día del Juicio-).


Don: Siempre que he desmontado mi pistola he tenido que comprar una nueva. 
(El amor nunca muere)

A veces les da por cantar (o así) todos juntos. Les fascina la música y a Tommy la profesora del coro (El Cuatro y Dick, Dick se declara); disfrutan sobremanera con Expediente X (The X Files, 1993-2002; Dick y la chica soltera) y respetan toda forma de vida.

Entre la información más útil recopilada, está el rascador de espalda (Dick se enfada), la parranda de los sesenta (Un Dick diferente), las convenciones tanto lingüísticas como de ciencia-ficción (Hotel Dick), el tiempo atmosférico en un planeta “que solo tiene un sol” (El arca de Dick, Tú no conoces a Dick), los insospechados efectos de la nieve (Dick se queda helado), la tarjeta de crédito, invento utilísimo (Asalto con un Dick letal, El regreso de la Gran Cabeza Gigante), o la experiencia de unos cambios de personalidad por parte de un Dick malvado, momentos que ofrecen el reverso jocoso del personaje que Lithgow interpretara para Brian De Palma (1940) en En nombre de Caín (Raising Cain, 1992), una especialidad del actor en Mira como sigue alejándose Dick, Dick busca la felicidad, ¿Qué tiene que ver el amor con Dick? o El Dick de las dos caras.

El recuerdo de Gloria Swanson (1899-1983) emerge al experimentar otro fenómeno terrícola: la popularidad (Los quince minutos de Dick), y gracioso también resulta el hecho de que cuando un rayo le borra la mente a Harry, nadie nota la diferencia (El orgullo de Dick). A todo ello podemos añadir la presencia de unas modelos (Beverly Johnson [1952], Cindy Crawford [1966] y otras, en 90-60-90-Dick), tomándose a guasa a sí mismas bajo la idea de que el aspecto y las formas seducen y dominan a la población de un planeta fácilmente controlable por medio del deseo (y por parte de unas conquistadores provenientes de Venus, como mandan los cánones).


Dick: Me siento más humano ahora que Hacienda nos ha estafado.
(Dick y los impuestos)

Claro que también habrá lugar para los tragos amargos, como cuando Dick atropella a una ardilla y teme por su vida (El frenazo de Dick), situación por la que comenta “la arbitrariedad con la que los seres humanos deciden qué animales adorar y cuales comerse”; o Tommy, pasando por una fase de confraternización con los matones del instituto (Dickmalion). Especialmente áspera es la relación del profesor de física con una fotocopiadora en Trabajando para Dick, momento en que se da cuenta de que no puede hacerlo todo él solo. También lo será el enfrentamiento con otro congénere extraterrestre, Liam (John Cleese [1939], en Dick y el otro hombre y Mary quiere a Puchi), o la aparición de los referidos celos, cuando Mary es nombrada nueva decana de las Artes y las Ciencias (Dick loco por el poder) u otro colega obtiene reconocimiento a través de un libro (Dick contra Strudwick).

Igual de trascendentes resultan otros momentos, como la primera vez que los Solomon sueñan –o recuerdan haber soñado-, un proceso novedoso para ellos (Pesadilla en Dick Street), junto a la comprensión de acontecimientos como Halloween (Dick tiene miedo), la Navidad (Feliz Dick Nuevo) -donde la arbitrariedad en la medida del tiempo da paso al descubrimiento de un instante único e imperecedero-, San Valentín (Dick hace de Cupido), el mundo de la magia (No hay nada como el mundo del espectáculo), o la tradición del Ratoncito Pérez, con una inolvidable salida por parte de Harry, depositando dinero sobre la mesilla de noche de su enamorada Vicky Dubcek (Harry, ratoncito Pérez). Hasta habrá ocasión para la mística, tras haber salvado la vida de forma milagrosa (La Experiencia Cercana de Dick), o la experimentación de un “universo paralelo”, situado en Nueva York  mismo (Dick conquista Manhattan).


Gran Cabeza Gigante (William Shatner): ¡Vi algo en el ala del avión!
Dick: ¡Lo mismo me pasó a mí!
(El gran dolor de cabeza gigante de Dick)

Cosas de marcianos nos recuerda que la vida en este planeta puede afrontarse como un divertido juego, en el que, no obstante, hacer esfuerzos por convertirse en una familia “típica” puede acarrear el estar a punto de perder la propia singularidad (Un Dick corrientito, episodio que lega la imagen de todos los Solomon leyendo la misma novela de John Grisham [1955]).

Otras situaciones inolvidables de su paso por la Tierra, recordemos para concluir, las hallamos el día en que Sally pierde la virginidad, ocasión que la familia celebra con una gran fiesta (Dick loco por el poder), la “máquina del amor” pensante del bar donde trabaja Harry, Dick pronunciando el español de Cervantes (1547-1616; ambos en ¿Qué tiene que ver el amor con Dick?), alarde encaminado a presumir ante la profe de Literatura Comparada (Laurie Metcalf; El romancero Dick), el hecho de que el matrimonio no funcione tampoco en el espacio exterior (La Gran Cabeza Gigante regresa de nuevo), el descubrimiento de que ser paranoico “es como ser adivino” (Dick paranoico), el divismo del joven Tommy, convertido en un joven Kane cuando se hace cargo del periódico de su Instituto (Ciudadano Solomon), o Dick entonando con arrobo el Himno Nacional hasta que descubre gracias a su pasaporte que es canadiense (Dick el patriota).


Sin olvidar la descacharrante escena en el interior de un círculo de las cosechas, donde para desviar la atención, Tommy -un alienígena- inventa una explicación acerca de cómo se formó “realmente” el dichoso círculo (Diversión con Dick y Janet). O el portal espacio-temporal situado en el armario de la vivienda, que tanto sirve para deshacerse de la basura como de los congéneres gorrones. O, por qué no, las evidentes carencias de Dick como profesor de física (Por qué Dick no sabe enseñar), pese a lo cual ahí lo tenemos, como un gran especialista en su materia pero un negado para la docencia -y como se descubrirá además, “informáticamente analfabeto” (en el sensacional Dick, efecto dos, capítulo en el que Harry y Vicky también se lanzan en “busca” de un bebé).

Irreverente, alborotadora, encaminada a recordarnos lo complejas que somos las personas, Cosas de marcianos convierte el viejo adagio de allá donde fueres haz lo que vieres en un estimulante antidepresivo.



Próximamente: Anno Domini


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