Animando desde Oriente (III): Recuerdos del ayer, de Isao Takahata

21 enero, 2015

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Cuando nos referimos al mundo del anime, la animación japonesa por excelencia, muchos pensarán en las aventuras mágicas diversas entre las que se encuentran piezas maestras como El viaje de Chihiro (Hayao Miyazaki, 2001) así como numerosas series seguidas en gran parte del mundo, comenzando por la popular Bola de Dragón (1986-1989), conocida también como Dragon Ball, Sakura, cazadora de cartas (1998-2000) y por algunas más recientes que ganaron seguidores por todo el mundo, como Naruto (2002-) o One Piece (1999-). Estos nombres son tan solo cinco ejemplos de una producción vastísima a lo largo del tiempo. Pero aparte de estas aventuras mágicas y las más cercanas a la ciencia ficción, donde cabría destacar las ya míticas películas Akira (Katsuhiro Ōtomo, 1988) y Ghost in the Shell (Mamoru Oshii, 1995).


Sin embargo, estamos poco acostumbrados a encontrarnos con anime que no realce de alguna manera elementos algo extraños para nuestra realidad, seguramente porque la animación permite este tipo de historias. Aún en aquellas producciones que narran historias realistas, podemos observar cómo se emplean elementos característicos como miniaturas de los personajes, llamados chibi, como sucedía en la serie Kare Kano (1998-1999). Sin embargo, Recuerdos del ayer (1991), también conocida por su traducción literal Los recuerdos no se olvidan, representa todo lo contrario. De la misma forma que sucedió con su película anterior, la dramática y dura La tumba de las luciérnagas (1988), Takahata nos revela que la animación no es solo para niños o adolescentes, sino que hay un terreno para las historias adultas y para el intimismo.

El cineasta japonés Isao Takahata ha estado ligado al Studio Ghibli desde sus inicios, habiendo colaborado con su amigo Hayao Miyazaki desde los años ochenta, cuando mutuamente se produjeron las películas que dirigían. Ya en los años setenta Takahata realizó unas series que en España han sido bastante populares entre muchos niños: Heidi (1974) y Marco (1976). Su largometraje más conocido y seguramente el de mayor calidad es La tumba de las luciérnagas, que ya mencionamos antes. Por otra parte, este año ha sido nominado al Oscar a la Mejor Película de Animación por El cuento de la princesa Kaguya (2013), una original película en su estilo de animación, aunque suponemos que la nominación es también el reconocimiento a un cineasta que ha dedicado su vida a este arte y que ya cerca de los ochenta años se encuentra al borde de la jubilación.


La historia parte del viaje en el que Taeko Okajima se embarca durante un permiso de vacaciones, pero a la par que comienza este viaje espacial, comenzará un viaje también temporal, hacia el pasado, y eso inevitablemente la hará plantearse su futuro. En un momento en que su vida parece estable, Taeko parece necesitar el recuerdo de una época de cambios, una época donde comenzó a ser consciente de las cosas que sucedían a su alrededor, quizás como un mensaje para cambiar su vida. El espacio del campo, que le era desconocido, junto a la acogida de la familia de su cuñado, en especial del granjero Toshio, le servirán para comenzar a vivir de un modo distinto y para ahondar aún más en su memoria.

A la película se le ha achacado un ritmo excesivamente lento para sus dos horas de duración, lo que es cierto e innegable, especialmente para un espectador habituado a las rápidas producciones norteamericanas o incluso a otras creaciones niponas, pero se corresponde con la forma de crear cine asiático. Nos encontramos ante el traslado del cine habitual en la animación. Por tanto, también sus temáticas se han trasladado. Al contrario que La tumba de las luciérnagas, no es este un repaso histórico a las consecuencias de la guerra, ni un viaje hacia la muerte ni una historia dramática. Nos encontramos más bien ante un viaje hacia el interior, con el reencuentro con el pasado para reencontrarse en el presente, un cuadro intimista que también nos dibuja el avance de la sociedad japonesa desde los años sesenta hasta los ochenta en una comparativa que transcurre paralela en la película.


Un retrato costumbrista que nos acercará al modelo tradicional de familia japonesa de ciudad, con elementos como la autoridad del padre de familia, que suele mantenerse en un segundo plano en las conversaciones familiares salvo para tomar la decisión pertinente, la importancia de las calificaciones escolares, el desagrado por el mundo del espectáculo o las herencias y peleas entre hermanos, zanjadas por la autoridad de los padres.

Taeko nos hace partícipes de momentos importantes de aquella infancia, tanto en su aspecto familiar, como la manera brusca en que tuvo que dejar su carácter caprichoso, también escolar, en el trato con compañeros y la diferencia entre chicos y chicas, y por supuesto, femenino, como el descubrimiento de los cambios que conlleva la pubertad, especialmente la menstruación. Pequeños retazos de una vida que transcurren con parsimonia por las distintas escenas y que sirven como diálogo y reflejo a una generación, la de Taeko, pero también al espectador futuro, puesto que las inquietudes de su yo adulto, esencialmente en la cuestión de encontrar nuestro lugar en el mundo y de hacer lo que realmente queremos, son ideas afines a nuestra condición.


Estas tres pinceladas finales relacionadas con la historia del presente servirán para definir aún mejor esta película. En primer lugar, la defensa de la agricultura orgánica y de un modo de vida más campesino, simple, pero dado al trabajo y al esfuerzo por lograr estar en afinidad con la naturaleza. Esta idea es contraria al éxodo rural que se dio en el siglo XX no solo en Japón, sino en muchos otros países, pero también refuerza un tanto el tópico del beatus ille, que pronto Takahata sabe desmontar al mostrarnos las dificultades de quienes escogen la vida en el campo, como la propia Taeko revelará en el tramo final. Esta defensa de la naturaleza y de nuestra convivencia con ella también está presente en otras producciones más conocidas del Studio Ghibli, como El castillo en el cielo (1986) o en La princesa Mononoke (1996), ambas de Miyazaki.

Las otras dos cuestiones tienen relación con las relaciones y los recuerdos que Taeko mantiene con tres muchachos. Los dos primeros forman parte de su pasado y se corresponde en gran medida con la incomprensión que tuvo hacia el amor inocente de uno de ellos y la admiración distante del otro, compañero de pupitre. Este último esencial en la parte final durante la conversación que mantienen Taeko y Toshio en el coche sobre la interpretación que hace el granjero de la actitud desdeñosa del muchacho, otorgándole a nuestra joven protagonista otra mirada hacia lo que ella había zanjado como un desprecio. La escena final, durante los créditos, de una gran belleza, nos supone la conciliación entre aquel tiempo pasado y el presente para lograr un futuro deseado, un lugar en el mundo alcanzado por decisión propia.


Takahata logra así una película con matices, con escenas y reflexiones que dejan leer entre líneas y alcanzar un significado mayor, aunque para ello toma un ritmo que puede llegar a aburrir al espectador, dando la sensación de que realmente no está pasando nada. Sucede como en un cuadro, la labor artística es tal que trata de expresarse por sí misma.

El realismo de los gestos y las expresiones faciales fueron realizadas así por anticipar la grabación del doblaje antes que el dibujo, logrando transmitir una conexión perfecta entre el movimiento facial dibujado y el sonido; no sucede lo mismo con los flashbacks, que contienen un dibujo más similar al de las producciones corrientes, pero que logra transmitir así una curiosa unión en los momentos en que ambas líneas de tiempo se unen en escena.


En definitiva, una pieza menos conocida del Studio Ghibli y seguramente la menos popular de sus producciones, aunque fue un éxito en Japón durante su estreno, seguramente porque supo reflejar las inquietudes de aquellos espectadores, igual que ahora nos permite ahondar en cuestiones más intimas del ser humano, disfrutando a la par de un dibujo de una calidad excelente. Más de una década tardó en salir de su país, llegando a distribuirse en España en un año tan reciente como es 2010.

Del gozo completo de esta película solo pueden alejarnos dos cuestiones: una expectativa errónea al afrontar su visionado y no aceptar los tiempos y ritmos que el director decidió dar a esta historia, cosa esta última difícil de superar, convirtiéndose seguramente en su principal defecto. Aún así, vale la pena no dejar pasar la oportunidad de verla.


Escrito por Luis J. del Castillo


2 comentarios :

  1. Hola :D Amo la animación japonesa, me encanta, por la forma en que esta hecha y porque siempre deja reflexiones o moralejas sobre muchas cosas. Soy obviamente gran fan de Ghibli, pero también de otras como tu nombras Akira o Ghost In the Shell, que también son grandes joyas. Esta no la conocía la verdad, pero si al director, por La tumba de las luciernagas como tu nombras, asi que sin duda me la apunto y muy pronto la espero ver. Me ha encantado la entrada, como todas las tuyas. Un saludo^^

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    1. Hola :) Miyazaki ha tenido mayor éxito internacional y Recuerdos del ayer es de las más desconocidas de Ghibli. La verdad es que hay que tomársela con calma y con ganas de ver una historia completamente realista cuyo argumento es más reflexivo que de activo. Si te acercas, espero que te guste, al menos tanto como mi entrada ;) ¡Gracias siempre por tus geniales comentarios!
      Un saludo,
      Luis J.

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