Los domingos de un burgués en París, de Guy de Maupassant

07 diciembre, 2014

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El recorrido propuesto por Los domingos de un burgués en París (Les dimanches d’un bourgeois de Paris, 1880; Periférica, 2014), de Guy de Maupassant (1850-1893), es tanto emocional como físico. El señor Patissot es, al comienzo de los mismos, una persona que aún confía en las jefaturas (pasadas o por venir). No será exactamente así al término de sus caminatas por el centro o los alrededores de la capital francesa.

Una serie de diez artículos que aparecieron en forma de libro (póstumo) en 1901 componen este recorrido. Tras un primer episodio dedicado a las razones y preparativos de las futuras marchas pedestres del señor Patissot, otros nueve episodios relatan sendas caminatas, ya salpicadas de un saludable humor desde el primer párrafo. El resto queda trufado por comparaciones hiperbólicas bien concebidas, encaminadas a hacer notar la existencia gris de un personaje que Maupassant, víctima él mismo de ataques nerviosos, trata de dignificar por vía de la bondad y la ironía.

Gris será la descripción impresionista del enquistamiento funcionarial que lastra la adecuada administración de un país, aspiración estatal convertida por los políticos en el fin último de los piadosos ciudadanos, que no siempre aciertan a ver la asfixia de sus naturales aspiraciones.

Patissot, que aún no ha tenido tiempo ni luces para plantearse una serie de interrogantes, es definido por la búsqueda de una personalidad propia, una “distinción” que le ahorre la semejanza de aquellos que le rodean. Este será su trayecto más trascendente y conmovedor. Lo que le sale al encuentro en esos paseos dominicales en forma de paseantes, es la contradictoria naturaleza humana.

Patissot emprenderá la tarea con ganas neonatas, en comunión con el mundo campestre, aunque las ciudades puedan llegar a ser, pese a su insalubridad, lugares tan fascinantes como reveladores frente a la incómoda naturalidad del agro. Al final, el transporte de muchedumbres queda reflejado en las riadas de pescadores que lo son “por hacer como los demás”. Paisajes con figuras que se confunden continuamente (qué pensaría hoy Maupassant al comprobar cómo se puede encumbrar a cualquiera, para inmediatamente desecharlo, toda una moderna proeza tecnológica).


Hombre caminando de Alberto Giacometti
De este hombre pulcro, educado y que se deja llevar por las corrientes (incluso las de un río), presa del buenismo más desaforado, surgirá una persona algo más consciente de estar superada por la sociedad, aunque aún esperanzada en los demás debido a su naturaleza noble. Pero entre tanto llega su botadura final, Patissot habrá de brincar por encima de los ardides de un vendedor de ropa deportiva (I), de caminantes tan perdidos como él (II), de amistades efímeras (III), la idiosincrasia de dichas amistades (IV), los cumplidos a los artistas, “que nunca fallan” (V), las algarabías populacheras que tanta atención suscitan (VI), el emotivo relato de un “compañero de parque” (VII), su propia necesidad de ternura (VIII), el inevitable almuerzo de trabajo (IX), y un impagable mitin, de esos que pretenden cambiar el mundo con la coartada del igualitarismo (X), episodio que en sí mismo es una pequeña obra maestra.

En cualquier caso, para Patissot, el final de sus paseos supondrá la vislumbre de algo más esperanzador, con una nueva amistad fruto del azar, y puede que no tan efímera. En efecto, encontrarse siempre supone un largo recorrido.

Escrito por Javier C. Aguilera


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