Tulipanes de Marte, de Javier Yanes

16 noviembre, 2014

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El sugerente título de Tulipanes de Marte nos lleva a descubrir la que se ha convertido en la tercera novela del autor madrileño Javier Yanes, un escritor que comenzó su andadura literaria en 2009 con la publicación de El señor de las llanuras y que nos deslumbraría con un viaje a la infancia en Si nunca llego a despertar (2011). Sin duda, la vida de Yanes ha dado muchas vueltas, como él mismo nos confiesa en su página web, pero debemos agradecer que decidiera entrar al mundo de la literatura, especialmente si con cada uno de sus libros va a conseguir mantener el mismo nivel.

Aunque considero importantes las sinopsis como forma de acercarse a las novelas, en ocasiones pueden delatar más de la cuenta. Plaza&Janés optó por tomar una cita del principio de la obra como contraportada en Tulipanes de Marte, y lo hizo de manera acertada, pues la experiencia de recorrer la vida de Ismael debe hacerse con la misma ignorancia con la que él la vivió: sin saber nunca cuándo su vida daría un giro, aunque el propio narrador nos vaya dando pistas de las tragedias que le sucedieron y que protagonizó.

Nuestro protagonista, Ismael, nos escribe como un astronauta en Marte cuyas circunstancias nos son ignotas, pero donde sabemos que estamos presenciando el desenlace agónico de una vida, la que él mismo se encargará de escribir a un futuro lector y que desmenuzará sus vivencias desde su más tierna infancia hasta los motivos que le llevaron a convertirse en el primer martenauta. Con él, partiremos desde su infancia en su Kenia natal, como hijo de emigrantes españoles, donde se crió junto a Samuel Waitiki, prácticamente su hermano, y trabó amistad con un antiguo astronauta de carácter excéntrico y deslenguado, pero de buen corazón, llamado Pancho Monaghan. Educado alrededor de un mundo creativo que dejaba sus sueños volar hacia el firmamento estrellado, su paraíso se quiebra hacia el final de su adolescencia, provocando que recorra caminos que nunca llegó a sospechar y que le acabarán llevando hacia Marte.

Atardecer en Marte por el Curiosity (2013)
La narración pivota entre fuentes diferente índole. La parte principal y más importante es el diario dejado expresamente a un lector futuro y desconocido por Ismael, cuya auténtica realidad solo conoceremos al final, ya que como pasa con todos los narradores subjetivos, ellos nos expresan su verdad, aún cuando su realidad es diferente. El resto de fuentes lo forman archivos privados y públicos relacionados con Samuel Waitiki y sus proyectos, desde su diario hasta artículos de prensa de Rita Heller, que servirán para mostrarnos una trama que avanza ajena a la historia de Ismael hasta el tercio final de la novela.

Gracias a estos textos conoceremos mejor la personalidad del niño Samuel Waitiki, importante para conocer sus reticencias con la religión y las creencias en el adulto en el que se convierte, pero también el avance tecnológico y científico que este personaje impulsa, especialmente en lo referido a la creación de Jacob y el posterior viaje a Marte.

Marte visto desde el Hubble
Durante la primera parte de la novela, nos encontraremos en la infancia de sus protagonistas, en un paraíso que se referirá siempre posteriormente como un lugar ansiado y querido, en la consideración de lo que podemos llamar paraíso perdido. Para los personajes, era un mundo más sencillo, pero a su vez, una vida rota que nunca se podrá recuperar. La muerte, el descubrimiento del sexo, la pérdida de la inocencia y, sobre todo, la cada vez mayor distancia entre los dos amigos servirán de brecha entre el pasado de ambos niños y su futuro como adultos.

En el caso de Samuel, el empeño en cumplir sus sueños infantiles y superar su situación social provocará precisamente la ruptura con este pasado, aunque en el fondo sea la etapa que le persiga en sus obsesiones adultas. Ismael, por su parte, se adentrará en la segunda parte de la novela con cierto convencimiento en sus acciones, comenzando por viajar a Sevilla, aunque sintiéndose perdido en un mundo que le es ajeno, pero que irá haciendo suyo con la ayuda del amor. Se produce entonces un ascenso con la recreación de un nuevo universo cuyo destino será volver a romperse, para comenzar la caída hacia una vida desolada y cargada de culpas, violencia y pesimismo, cuya conclusión nos llevará, tras un viaje invadido por la casualidad, al origen de la historia: el sueño infantil de viajar a Marte.

Plaza de España (Sevilla)
Uno de los personajes de mayor relevancia, aunque algo ensombrecida por los protagonistas, es Nadine, joven promesa del atletismo, clave involuntaria en la ruptura de la amistad entre Samuel e Ismael, cuya vida se ve afectada por la tragedia, aunque también por la superación y la búsqueda de un nuevo destino. A diferencia de Ismael, asumirá sus pesares y perseguirá una vida digna. Su pasado común con los dos protagonistas la eleva a ser un personaje relevante especialmente en la primera parte de la obra y hacia el final de la misma, aunque de alguna forma u otra estará siempre presente a lo largo de la novela, como sucede con los recuerdos de infancia.

En la primera parte tienen precisamente más importancia los padres de los protagonistas, como ocurre en la relevancia de la familia en la infancia, desapareciendo su presencia prácticamente en la segunda parte. Atado precisamente a esa infancia se encuentra el astronauta Pancho Monaghan, representante de las locuras e ilusiones de los niños que fueron. A su lado, los enigmáticos Ayesha y Wewe, el segundo supone para Ismael un ancla a sus anhelos pueriles, aunque es empleado eficientemente por Yanes para proporcionar pistas a sus lectores sobre el devenir de la historia así como para crear la duda sobre el fenómeno de los clarividentes, sin faltar la crítica a la aberrante caza de los niños albinos en África.

Masai en Kenia (fotografía de Txema Moreno)
En el otro lado, el de la vida adulta, tenemos la influencia de Miranda del Mar y su hijo, el profesor de arte, Kurt, que ofrecerán al libro la presencia de un lado más desenfadado de la vida, así como tendencias de vida libre o liberada de prejuicios, abierta en definitiva a nuevas experiencias sin restricciones. Fiona también será clave en esa felicidad despreocupada que ocupará la vida de Ismael tras superar la ruptura de su adolescencia, aunque como demuestra el retorno a Sevilla, ella acabe por eclipsar la presencia de nuestro protagonista ante el resto de personas. Fiona se convertirá en una obsesión para Ismael hasta el final de la novela. Javier Yanes logra crear una bella historia romántica donde no falta la tragedia y todo ello sin necesidad de centrarse en exclusiva en esta temática amorosa.

En el último tramo de la novela tienen mayor presencia personas del mundo empresarial y periodístico, perfectamente representados por Khan, un hombre centrado en el mundo de los números y nada agradable en el trato, y Karen Heller, cuyos artículos en The Post nos servirá para seguir la trayectoria de Samuel Waitiki así como para observar el daño que la prensa puede llegar a provocar. En último lugar he dejado a Jacob, la inteligencia artificial y emocional cuya participación es leve en el relato, pero de gran importancia, especialmente en esta trama final. 

La escalera de Jacob (Murillo, 1665)
A diferencias de otras obras de ciencia ficción, Tulipanes de Marte nos ofrece una visión de un mundo y una sociedad no muy diferente a la actual, al contrario, se trata de la evolución de los patrones sociales actuales, especialmente si observamos el tejido empresarial y tecnológico presente en el último tercio de la novela. Se está visionando el devenir de las redes sociales, de la comunicación actual, de la globalización y de la tecnología, con claras simetrías con los actuales Facebook o Twitter, así como marcas como Apple o gurús como Steve Jobs e incluso a reality shows.

La descripción de este mundo deja a la luz a una sociedad de moralidad subjetiva, pero abierta a las distintas opiniones, aunque esto no evite la confrontación entre diferentes posturas ni la manipulación a través de la influencia provocada tanto por la fama como por el criterio de que la prensa debe ser veraz y auténtica, pese a que pueda no serlo o actuar por sus propios intereses. Se deja espacio así a la manipulación tanto por las grandes empresas como en el periodismo, aceptando de manera definitiva el precepto de que el fin justifica los medios. En este sentido, el personaje de Sam Waitiki nos muestra la degeneración de un ser humano que pretendiendo ser completamente racional, ha acabado siendo esclavo de su emoción más recóndita: el sueño de no estar solos, en definitiva, el anhelo de que hay algo más.


Aunque Tulipanes de Marte es, como hemos podido observar, muy diferente a Si nunca llego a despertar se notan las preocupaciones y las preferencias de su autor, Javier Yanes, en ambos. No falta el apego a África o al ansia de viajar y descubrir mundo, el recuerdo de una infancia de aventuras, que recuerdan a las pandillas clásicas de películas como Los Goonies (Richard Donner, 1985) o libros como los protagonizados por Los cinco, pero también el sentido de un paraíso perdido, un estado de las cosas feliz, aunque ignorante.

Incluso está presente el amor a la naturaleza y cierta esperanza en el ser humano no tanto como ser racional, sino también como ser emocional, aceptándolo en todas sus vertientes. En este sentido, resulta muy clara la referencia de la inteligencia artificial Jacob al afirmar a Ismael que ambos son iguales, cosa que el protagonista no dudará en confirmar, "En cierto modo, los dos somos criaturas del mismo autor". Ismael acepta a Jacob y también su reflexión mejor de lo que lo hace Samuel, seguramente por haber formado una personalidad que no busca cumplir un sueño por cualquier medio y que ha conocido la desgracia en su vida.


Pero las referencias no acaban solo en la parte infantil, también encontraremos referencias a Bradbury y sus Crónicas marcianas, a Melville, a Julio Verne, a Shelley y su Frankenstein (1818), a Wilde, a 2001: Una odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968) y a la Biblia. Incluimos también el recurso del narrador que cuenta su vida a través de un manuscrito hallado por alguien ajeno, un elemento ya presente en El Quijote y que ha sido empleado en diversas ocasiones a lo largo de la historia como excusa para la disertación de una biografía ficcionada a la par que reflexiva. 

Además, la idea de un viaje sin retorno a Marte parte de la noticia real acerca de la misión Mars One, cuyo objetivo es crear una colonia en el planeta rojo; Yanes se basa así en un reportaje que él mismo realizó bajo el título "Viaje de ida a Marte" en el periódico Público. Como nota curiosa, mi lectura y posterior reseña de esta obra ha coincidido en el tiempo con el aterrizaje en el cometa Rossetta del módulo Philae, una buena ocasión para observar el avance de la tecnología espacial y cómo las preguntas que plantea la novela están completamente vigentes. Os dejo además con este fantástico artículo sobre el asunto en el blog Ciencias mixtas del propio autor de Tulipanes de Marte.

Javier Yanes
Javier Yanes ha dejado en esta novela una interesante mezcla donde hallamos reflexiones profundas sobre la identidad humana y nuestra sociedad, la recreación de unas vivencias únicas, la crítica a ciertas acciones humanas en nuestro mundo y las preguntas que nos persiguen desde hace mucho tiempo y para las que aún no tenemos ninguna respuesta segura. Todo ello con una escritura que resulta cercana, que logra emocionar y que está construida con buenos recursos, sabiendo reproducir los tonos que cada momento necesita e incluyendo simbolismo, giros a la trama, escenas falsas (un recurso que ya empleó en Si nunca llego a despertar) después desmentidas y una gran capacidad para captar la atención hasta el final, aunque quizás la sobrecarga de géneros literarios pueda confundir a los lectores. En definitiva, una novela para rozar Marte y que el planeta nos sirva de reflejo a nuestra felicidad, a nuestras mayores desgracias y a las grandes incógnitas de la vida humana.






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