Otros mundos (VII): Relatos fantásticos, de Luciano de Samósata

23 marzo, 2014

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Siempre se ha dicho que con el tiempo llega la parodia; hasta Alan Alda lo recordaba en Delitos y faltas (Crimes and misdemeanors, Columbia-Orion, 1989), de lo último bueno que hizo Woody Allen (1935-), pero el caso del –presuntamente- sirio Luciano de Samósata (125-181 D.C.) es especialmente interesante, por constituir uno de los más antiguos referentes del relato de ciencia ficción, aunque sea por vía irónica. En este caso, el blanco de Luciano son las narraciones aventureras y las hazañas legendarias de buena parte de su época y entorno, aunque conviene tener cuidado a la hora de señalar esto, puesto que los presentes relatos, recopilados por Alianza (2008), basculan continuamente entre la necesidad del ser humano por la invención y la credulidad más rampante.

En cualquier caso, el interesado por el autor puede completar su cosmovisión con sus Diálogos cínicos y Diálogos de los dioses (recogidos por la misma editorial).


Algo sabemos de este escritor, como que desempeñó tareas jurídico-administrativas en la por entonces provincia romana de Egipto, y que nos encontramos en el siglo II D.C. cuando alumbra estos relatos.

Soslayando la costumbre -que nunca entenderé- de parafrasear parte o la totalidad de los contenidos de un texto que el lector se dispone a leer a continuación, digamos que, en efecto, estas narraciones de Luciano de Samósata se caracterizan por “lo extraño del argumento y lo gracioso de su tema”, y resumen con desparpajo la idea de que por vía de un envoltorio “maravilloso” o pretendidamente irreal, se pueden abordar asuntos comprometidos que de otro modo, y en determinados momentos, no se podrían tratar. Es cierto que los relatos de Luciano son “fantásticos” en un sentido paródico, incluso nihilista, pero no dejan de ser ingeniosas invenciones. Es por ello que lo incluimos en nuestra sección Otros Mundos, que no debe ser ajena a la sátira (de hecho, muchos de los mejores divulgadores de “lo extraño” se han valido de ella, que una cosa es informarse y otra aburrir al personal). Además, las traducciones se benefician de un tono cercano y ameno.

A la sombra de Homero, los Relatos verídicos están narrados en primera persona y en ellos se testimonia la visita del protagonista a varios lugares quiméricos: una Isla Maravillosa, una Luna donde se enfrentan dos pueblos enemistados, el bullanguero interior de una ballena, la Isla del Queso, la Isla de los Aventurados -con la gracia del banquete en la llanura Elísea- y finalmente, la Isla Engañosa.

En todo este recorrido el humor es fundamental compañero de viaje (como ejemplos destaquemos las secciones cuarta del “Libro primero”, acerca de la “sinceridad” del autor con respecto a sus ficciones; y las decimo octava y decimo novena del “Libro segundo”, sobre las distintas corrientes filosóficas y a costa del sufrido Platón).

El rayo de Arquímedes
En Ícaromenipo asistimos al diálogo entre el astrónomo Menipo y un amigo. Sobresale aquí la idea de un ser humano incapaz de evolucionar, pues se limita a cambiar unos dioses por otros nuevos, aunque no sea consciente de ello. En este metonímico teatro del mundo, “se lleva la palma quien grita más alto”.

Siguiendo la estructura de un diálogo platónico, Cuentistas o el descreído es un pulso entre la necesidad de la fantasía y la caída en la más aberrante superstición, cual dogma de fe. Por ejemplo, en las causas atribuidas al rapto de una doncella o a las presuntas posesiones del maligno. En el fondo lo que subyace es la conveniencia de razonar por uno mismo, apartándose de la corriente dominante -que no siempre tiene por qué ser la más numerosa-.

Divertido es el fragmento en que el filósofo amedrenta a un aparecido en el interior de una casa encantada -lo que subraya la idea de algunos investigadores de que más que a los muertos, a quien debe temerse es a los vivos-. En este sentido, resulta gratificante hallar aquí la referencia original a la aventura de El aprendiz de brujo, que sirvió de base al poema de Goethe y al magistral capítulo de Walt Disney para Fantasía (Fantasia, 1940).

Grabado de Atalanta fugiens representando el sol y la luna, 1618, de Michael Maier
El gallo es la obra maestra del conjunto para quien esto suscribe. En él, Micilo charla con su gallo, que es filósofo. En realidad, el espíritu que lo anima ha sufrido varias reencarnaciones, por lo que la experiencia del animal resulta inapreciable para el joven Micilo, un chico deseoso de amasar una gran fortuna (y no necesariamente por obra de su esfuerzo personal).

Curiosamente, al inicio del relato, el canto del gallo representa la quiebra de la imaginación –de nuevo entendida como cosa vana-, del mundo de las ensoñaciones. Junto con la codicia, la reencarnación es aquí el blanco de una sátira que alcanza su mejor momento en la narración de Micilo acerca de la cena en casa de su amigo Éucrates.

Lucio o el asno, el relato con el que se cierra esta recopilación, es una dura fábula, hasta el punto de anticipar ficciones posteriores como las de Jonathan Swift o Anthony Burgess. En Tesalia y a causa de un ungüento tan portentoso como cruel, un joven es convertido en borrico por error (no, en este caso el prodigio no es metafórico), y hasta que se deshaga el entuerto -menos mal- habrá de aprender una vertiente más de la crueldad de los hombres –no todos, pero sí muchos-: la del maltrato a los animales. En sentido estricto, este relato de metamorfosis es una narración de ficción fantástica.

Obra de George Grie, n. 1962
No dejando títere con cabeza en el Panteón, Luciano de Samósata se posiciona frente a la superchería, contra las “mercancías intelectuales” y la retórica bonachona que las adorna, denunciando el idealismo hueco, huérfano de todo análisis realista, señalando la extendida mentira de la media verdad (arma sutilísima de las tarimas).

Por otro lado, siempre ha sido relativamente fácil valerse de la credulidad de la gente, pero ello no ha de enfrentarse con el deseo de conocimiento, o el goce ante lo mistérico, que en el fondo, aunque bien enjuiciado, interesa a buena parte de la humanidad. Dicho de otro modo, el referido sarcasmo, incluso cinismo, de los relatos de Luciano de Samósata, no desactiva -a día de hoy- el placer ante lo maravilloso, lo misterioso, lo inquietante, como afluente de la propia tradición mitológica; una tradición que es pilar fundamental de ese otro mundo que es el literario, tal vez el único refugio para un autor tan certero como implacable. Y autor que, puede que algunos días, aún siendo ciertos los defectos que critica, olvidase recordar que si a la tragedia de la vida le arrebatamos la épica y lo arcano, privamos al ser humano de sus mejores armas para poder sobrevivir (¡y todavía hay quien se interroga acerca de la utilidad del arte!).

Escrito por Javier C. Aguilera


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