¡A ponerse series! (XIII): El ala oeste de la Casa Blanca (1999-2006)

07 febrero, 2014

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Con la política hemos topado (otra vez). Y es que resulta difícil zafarse de una esfera que lo abarca absolutamente todo, como un ente omnímodo.

En su día, series tan populares como Centro médico (Medical Center, 1969-1976), o la espléndida Lou Grant (1977-1982), habían llevado el “realismo” a un ámbito concreto, en estos casos, el médico y el periodístico. Siguiendo esta estela de prestigio, en 1999 se estrenó el drama El Ala oeste de la Casa Blanca (The West Wing, Warner Bros. Television, 1999-2006), una creación del guionista Aaron Sorkin (1961), y trabajo con el que alcanzó un –merecido- prestigio, probablemente no superado.

De hecho, la idea para una serie le vino a Sorkin cuando se dio cuenta de la cantidad de material dramático acumulado -real o ficticio-, durante la documentación y posterior elaboración de su guión para la película El presidente y miss Wade (The american president, Rob Reiner, Warner Bros., 1995).

Toby: Me pregunto cómo hemos ganado las elecciones.

Tal y como Sorkin ha relatado, en un principio la idea de El Ala Oeste era focalizar los conflictos en los componentes del equipo presidencial, si bien la propia dinámica de los episodios, ya en su fase de escritura, aconsejó una mayor presencia de la figura del presidente, como personaje pivotal y de relevancia, y no solo como estampa testimonial (sus apariciones iban a ceñirse a una breve aparición al final de cada capítulo).

En el episodio piloto, ya ha transcurrido año y medio desde que el “actual” presidente alcanzó lo que definimos como el Poder. La casa ya está en marcha, y el espectador se ve arrastrado a la vorágine del mundo de la política, en toda su extensión. Unos intersticios no tan solo ideológicos, sino físicos, retratos lo más fieles posible del escenario real -salvo excepciones, como la presencia de unos ventanales mucho más amplios-.

Ya en este primer capítulo de “toma de contacto”, somos testigos del ritmo frenético de un equipo trabajador y organizado, en el que vamos conociendo detalles de su relación: por ejemplo, que el presidente Josiah Barlett (Martin Sheen) y su consejero Leo McGarry (John Spencer) se conocen desde hace bastante tiempo. No obstante, no será hasta A la sombra de los tiradores, sito al inicio de la segunda temporada, que sabremos como fue reclutado cada uno de ellos. Una cosa, no obstante, queda clara: saben que son inquilinos de la Casa Blanca -el personaje indirecto-, y que el tiempo de que disponen es limitado.


Leo: Creo que tengo razón en lo que he dicho.

Como decimos, la dinámica se plasma por medio de unos personajes en constante movimiento, aunque esta planificación extenuante será “aminorada” a lo largo de las temporadas siguientes.

Además del jefe de personal y consejero en asuntos internos, Leo, el resto del equipo lo componen el director de comunicaciones Toby Zeagler (Richard Schiff) -a mi modo de ver el personaje con un carácter y andadura más interesantes-; su colaborador, el también abogado Sam Seaborn (Rob Lowe); el ayudante del jefe de personal, Joshua Lyman (Bradley Whitford); la secretaria de prensa, Claudia Jean (o “C.J.”; Allison Janney), y las secretarias personales de Leo y Josh, Margaret y Donna (Nicole Robinson y Janel Moloney). A estos se sumarán, en relación con el presidente, un joven ayuda de cámara, Charlie Young (Dulé Hill); el jefe del Estado Mayor, Fitzwallace (John Amos); una secretaria personal, la sra. Landingham (Kathryn Joosten; después Debeorah Fiderer, interpretada por Lily Tomlin); una hija, Zoey (de tres; Elizabeth Moss), y la Primera Dama, Abigail (Stockard Channing). Como adversario, el avieso vicepresidente John Hoynes (Tim Matheson). El resto, como dijo algún lord, solo son los oponentes.

Esporádicamente, tendrán cierto peso -sobre todo en las primeras temporadas-, el periodista Danny Concanon (Timothy Busfield); Mandy, asesora de medios y ex de Josh (uno de esos personajes que parecen “evaporarse” en el aire, Moira Kelly); la analista Joey Lucas (una estupenda Marlee Matlin), el abogado de la Casa Blanca (Oliver Platt); la asesora y también abogada Ainsley Hayes –de signo opuesto: la otra visión también puede ser sensata- (Emily Procter; será en En esta Casa Blanca); la hija de Leo, Mallory (Allison Smith); la también asesora Amy Gardner (Mary Louise-Parker, lo más flojo del reparto, con diferencia); la ayudante de la consejera nacional (Mary McCormack); el adjunto de medios, Will Bailey (Joshua Malina, en sustitución de Rob Lowe, que reaparecerá al término de la serie), y el asesor de imagen para la reelección, Bruno Gianelli (un excelente Ron Silver).

De igual modo, otros muchos rostros conocidos de la pequeña y gran pantalla desfilan por el Despacho Oval. Rostros tan entrañables como los de Karl Malden, Bob Balaban, Edward James Olmos, David Huddlestone, John Goodman, Laura Dern (en otro de los más bonitos episodios de la serie, La poetisa laureada de los Estados Unidos, este en la tercera temporada), Austin Pendleton, Jay Leno o David Hasselhoff.


Josh: La política es éticamente dudosa.

Naturalmente, a lo largo de la serie se abordan, entre otros asuntos, temas relacionados con crisis militares, unos conflictos mostrados ya en el segundo capítulo de la primera temporada, Post hoc ergo propter hoc (Por lo tanto causado por), y en su continuación, Una represalia proporcional; junto a Lord John Marbury, con India enfrentada a Pakistán; El viaje de Portland, acerca de unos secuestros de las FARC colombianas, y centrado, además, en las desilusiones políticas; El tercer debate de Barlett sobre el Estado de la Unión y La guerra en casa. Situaciones que recuerdan lo importante que, pese a todo, continúa siendo el poder comunicarse, más aún teniendo a la persona delante, enfrentándose con el problema (en Shibboleth).

Otros asuntos tendrán que ver con los votos necesarios para que se apruebe una anhelada ley (A falta de cinco votos), relato donde cobran peso las campañas para la reelección que financian los particulares, y episodio en el que se constata el hecho de que existen profesiones –o dedicaciones- que no admiten el poder tener una familia comme il faut.


Presidente Barlett: No tiene que preocuparle la duración de su pregunta, sino la de mi respuesta.

Entre esos otros asuntos, destacan la puesta en marcha de una tarjeta de “seguridad nacional” y el desfile de las muchas asociaciones que acuden a mamá Casa Blanca en busca de su subvención (Los chalados y estas mujeres), o la historia del señor Willis de Ohio -en el capítulo del mismo nombre-, en el que un “anónimo” profesor de sociales ocupa esporádicamente el puesto de congresista de su esposa fallecida, en torno a una decisión para la enmienda al censo, y que es consciente, por primera vez, del riesgo que entraña el poder de decisión. Se trata este de (otro) excelente relato, que recupera el espíritu de la –auténtica- democracia; esa que demuestra que pueden ser dos cosas muy distintas: hacer lo que se cree mejor y lo que, muchas veces, establece un partido.

Más asuntos serán el envío de una sonda a Marte bajo los resabios de la Guerra Fría, empecinada en no desaparecer del todo (Galileo), y las cenas oficiales, aderezadas por algún que otro huracán, una huelga de camioneros y los tejemanejes de una secta en Idaho; y es que cuando un día se tuerce… (Cena oficial). Junto a estos argumentos, se dan cita en el Ala Oeste las a veces complicadas relaciones laborales y extra laborales del equipo (por ejemplo, en Y seguramente es mérito suyo).


C.J. Cregg: En democracia, los otros ganan a veces.

Por su parte, el presidente Barlett ya ha sido tres veces congresista, dos gobernador y atesora un Nobel en Economía (eso es un presidente y no lo que se observa por otras latitudes; para colmo, en la serie ¡parece que ningún cargo es vitalicio!). Además, el humor será una buena aliada a la hora de abordar temas complejos o delicados, aparte de definir la personalidad -cada cual según su estilo- de los personajes.

Entre esos otros temas delicados, están la redacción de un discurso para una cena de estado, labor casi imposible (Cena de estado); la redacción de discursos “alternativos” junto a la toma de decisiones sin “cortapisas internas” (Dejad que Barlett sea Barlett); los sondeos de opinión (Malditas mentiras y estadísticas); el sacrificio de una ley al haberse sentido manipulados (Enemigos); la elección del mejor candidato posible para el Tribunal Supremo (La lista final), de un nuevo senador (Elecciones legislativas), la suplencia de vacantes para el Congreso (El Congreso saliente), o la nombradía de embajadores (El anexo).

Frente a estos cargos públicos, el anónimo ciudadano muerto de frío frente a la Casa Blanca en el extraordinario In excelsis Deo, y la presencia de relatos con estructura en flashback, comenzando por Navidad, donde sabremos como un incidente en el que ha perdido la vida un joven piloto ha afectado psicológicamente a Josh (la devolución de una pintura a sus legítimos dueños será la adecuada sub-trama), y siguiendo por los inicios de la campaña de Barlett (Qué clase de día ha sido), los que atañan al atentado contra el presidente (los citados A la sombra de los tiradores, 1 & 2), y a su juventud, a la sombra –esta vez- de un padre tirano (Dos catedrales). El flashback se convierte así en un elemento narrativo predominante, también durante la narración del senador obstruccionista, en el capítulo del mismo nombre, que nos retrotrae –algunas cosas nunca cambian- a la excelente Caballero sin espada de Frank Capra (Mr. Smith goes to Washington, Columbia Pictures, 1939).

Con Ron Silver
Presidente Barlett: Estoy cansado, de mal humor y mi mujer está en Argentina.

Soy de los que piensan que la serie ofrece lo mejor de sí misma a lo largo de sus dos primeras temporadas, sin que esto quiera decir que las restantes no sean intrínsecamente interesantes o contengan episodios excelentes. Al margen de los resultados, la razón es simple: a Sorkin se le dio luz verde para una o dos temporadas, por lo que no se pensó en principio en una renovación a largo plazo, de modo que lo más destacado fue incluido en ambas. Después, la buena acogida por parte de los espectadores determinó la continuidad, hasta que el desgraciado fallecimiento de John Spencer (Leo) dio por concluida la serie.

Por ejemplo, en un primer visionado, me pareció que todo el asunto acerca de la enfermedad del presidente, en teoría interesante, derivaba en un inoportuno añadido. Volviendo a ver la serie, creo que dicho asunto está mejor planteado de lo que recordaba -aparte de que una materia como son las mentiras de un cargo público siempre es motivo de interés-. La cuestión “se deja caer” ya la primera temporada como posible banderín “de enganche” (Lo hará, de vez en cuando, episodio donde, además, tiene gracia escuchar al presidente comentar los “convencionalismos” de las series de televisión). Más tarde, se desarrollará en 17 personas, Se avecinan malos tiempos, Os mataréis en la caída y buena parte de la tercera temporada. Pero siempre en base a un respeto por la propia Constitución y sus Fundamentos.


Sam: Creo que nada de lo que dicho tiene importancia, así que seguiré escribiendo.

Sorkin no teme ser descarnado cuando “toca” serlo. A este respecto, resulta tremebundo el ácido retrato de la Primera Dama, no tanto por tener sus propias ideas “a los respectos”, sino por cierto autoritarismo confundido con fortaleza. Así, si muchas Primeras Damas a lo largo de la Historia han creído que interferir en la política de su marido (como presidente) era asunto, como poco, inoportuno, hay ocasiones en que la señora Barlett parece considerarlo una obligación, algo así como una promesa religiosa. Así sucede, por ejemplo, con el cargo de director para la Reserva Nacional en Profesionales y amateurs en la Casa Blanca, de tan ilustrativo título.

Sumando material, nos topamos con las noticias “fin de semana” para la prensa en el también ilustrativo Sacar la basura (en el que, además, conocemos el trágico destino de un muchacho homosexual); la tiranía de determinados lobbys, en 20 horas en L.A., centrado de nuevo en la financiación de los partidos; la compensación a descendientes de esclavos, en Seis reuniones antes de almorzar; las manifestaciones estudiantiles, en Alguien va a urgencias y alguien va a la cárcel; el tabaco, en Decimoctava con Potomac; la posible despenalización de la marihuana, en Ellie; y finalmente, la separación de Poderes y la llamada Pena Capital en el excelente El Sabbath.

Por otro lado, técnicamente la serie contiene buenos momentos de realización (que no solo de guión vive una serie), como el asombroso plano-secuencia, a la altura del mejor De Palma, en A falta de cinco votos; junto a un acertado empleo dramático de la luz o la disposición de los actores dentro del cuadro. Elementos que nos ponen frente a una institución, la Sede del Gobierno de un Estado que, independientemente de sus formas ideológicas, estructura un proyecto nacional basado en la libertad; es decir, la representación del Estado como instrumento y no como fin (y de nuevo que cada cual componga su “mapa político” mundial).

Con J. Smits y A. Alda
Josh: ¡¡Donna!!

El enfrentamiento final entre el demócrata Matt Santos (Jimmy Smits) y el republicano Arnold Vinick (Alan Alda), será la materia con la que se construya la última temporada.

Huelga decir que los actores están espléndidos y que El Ala oeste de la Casa Blanca constituye un ejercicio de ficción-realidad tan estimulante como bien logrado, que, en ejercicio meta-verídico, recuerda que, mejor que dar consejos, es dar ejemplo. ¡Lástima que esto solo ocurra en la dimensión desconocida de la televisión!

Escrito por Javier C. Aguilera


Próximamente: Masada

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