California Suite, de Herbert Ross

12 septiembre, 2013

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Hablar de Neil Simon (Nueva York, 1927) es hablar de uno de los más importantes comediógrafos de toda la segunda mitad del XX. Retratista mordaz, pero sin abandonar nunca, como diría Graham Greene, el factor humano, Simon comenzó su brillante trayectoria trabajando para cómicos de la talla de Sid Caesar y Phil Silvers. No es difícil intuir que, junto a su naturaleza intrínseca, ello le ayudó a convertirse en el agudo observador de idiosincrasias antropomorfas que es. ¡Lógico de alguien que siendo un niño recibió como regalo de cumpleaños un estetoscopio relleno de caramelos! Como seña reconocible de identidad, Neil Simon ha trabajado con naturalidad la identificación con el público. Sus personajes están vivos; de hecho, creemos que tienen una existencia anterior a la obra, y que tendrán una futura: su carnalidad les predispone a acometer su propia vida.

California Suite (Columbia Pictures, 1978), es la adaptación de una de sus obras teatrales, estrenada dos años antes, de la cual se ocupó el propio Simon, corriendo la dirección a cargo del competente realizador Herbert Ross.

A día de hoy, continua siendo un refrescante e irónico retrato, al margen de algunos apuntes de corte caricaturesco, que actúan a modo de “alivio cómico”.


Cinco parejas, una de Nueva York, una de Filadelfia, una de Londres y dos de Chicago, convergen en un hotel de Los Ángeles, California, para proporcionar todo un rosario de “personalidades”, celebridades ficticias o modelos-tipo reconocibles. Éstos no dejan de representar ciertos estereotipos (en el sentido más positivo), filtrados por el agudo sentido del humor y la observación de su autor. Están desde el que se “crece”, porque considera que en esta sociedad el que cede es considerado un débil, al que se muestra vulnerable para salvarse de la pena “por desliz”.

Cinematográficamente, ante la avalancha de reproches agudos y reconcentrados -convención asumida en una obra teatral por cuestiones de tiempo-, Herbert Ross deja que la acción respire cambiando de decorado durante el desarrollo de los distintos “actos”, los cuales no se acumulan, se entrelazan, proporcionando además una puesta en escena dinámica en la cual los actores se mueven por el “escenario” como reflejo de su nerviosismo, e interpretan con todo el cuerpo (y como se dice en política, con los tiempos “bien medidos”).


Desglosando las citadas parejas, encontramos a Diana y Sidney (espléndidos Maggie Smith y Michael Caine), un “matrimonio de circunstancias” inglés. Sus conflictos se centran en la inseguridad y el envejecimiento del personaje femenino, una actriz curtida en el teatro de qualité, que ha sido nominada al Oscar por una comedia tontorrona (cameo de James Coburn incluido), pero que hace las delicias de los espectadores (maldad de Simon), y su apego a un esposo sardónico aunque comprensivo, que cambió su mismo oficio, probablemente por los mismos temores que ahora la acosan a ella, para hallar cierta estabilidad en la profesión de restaurador, y en la aceptación de su propia naturaleza.

Otra pareja es la que ya no forman Hannah y Bill (Jane Fonda y Alan Alda). Hannah es sinónimo de la fortaleza que conviene adoptar ante un mundo despiadado, y madre sobreprotectora, emocional e intelectualmente, enfrentada a su ex marido, ya asentado en Los Ángeles, por la custodia de la hija.

El psicoanálisis, las apariencias, la sexualidad, el egoísmo, la rivalidad, el engaño y la intelectualidad neoyorquina frente a la aparente banalidad “playera” de la ciudad de las estrellas de cine, se desarrollan con corrosiva astucia en este otro excelente segmento.

 
El episodio de Marvin y Millie (Walter Matthau y Eleine May), y el de las dos parejas de color, los doctores Gump y Panama y sus esposas (Bill Cosby, Richard Pryor, Gloria Gifford y Sheila Frazier), son más intrascendentes en apariencia (una infidelidad conyugal y la rivalidad profesional y personal), pero suponen el adecuado contrapunto humorístico, y no están exentos de detalles malévolos.

El primero está resuelto a modo de situación vodevilesca clásica, y el segundo se muestra más cercano al espíritu del slapstick, no menos clásico; una comedia destrozona e hiperbólica en la que soportarse durante las vacaciones hace aflorar inquinas y rencores, provocando toda una batalla campal, “rematada” por un partido de tenis que se convierte en una competición a vida o muerte.

Neil Simon
California Suite es una obra sobre la frustración, a varios niveles: intelectual, profesional o artístico, y familiar. Por supuesto, también sobre las relaciones que se han roto, las que están a punto de romperse y aquellas que demuestran que, transitada ya la época de la pasión, lo que al final importa más es el cariño y el respeto mutuos, por cursi que parezca.

Entre los actores de apoyo encontramos a Herbert Edelman, el inolvidable Stan de Las chicas de oro (impagable su aparición con el chándal), asiduo del teatro, la televisión y también de las adaptaciones de Neil Simon.

Finalmente, pero no menos importante, hacer mención a la vivaracha e inspirada música de Claude Bolling, que imprime una personalidad bien definida a todo el conjunto.






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