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31 agosto, 2013

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Catedral de Ibiza (fotografía de MB)

Seguimos en la misma línea que en el mes anterior, pese a que el calor ha aumentado. Con 16.000 visitas de nuevo, continuamos teniendo una media de 550 a 600 diarias, continuando nuestro ascenso en las redes sociales. Tenemos 127 seguidores en Blogger, subiendo cuatro, 225 en nuestro Twitter, subiendo seis, y 58 me gusta de Facebook, con tres más que antes. Nos mantenemos en visitas generales, pero estamos mejorando en nuestros medios. Además, igualamos en artículos al mes más productivo de este año, marzo, con 16 entradas.

Continuamos como julio con reseñas cinematográficas, combinando películas tradicionales de ciencia ficción, como El increíble hombre menguante o Los pasajeros del tiempo, con otros films más recientes, como Recuérdame. Sin embargo, también los libros han ocupado este mes con más fuerza que en el resto del verano. Tenemos por ello clásicos como Werther o de ciencia ficción como Soy leyenda, sin olvidar libros novedosos, como A de amor o Los peces no cierran los ojos. Además, como siempre, una entrada de publicidad, en este caso sobre Las peores campañas del verano.
 
De esta forma estamos concluyendo agosto y los meses estivales, ahora vienen días de septiembre donde intentaremos seguir con más películas y libros. Esperamos vuestros comentarios y que disfrutéis con nuestros artículos.

Un saludo,
L.J.

PD: Para despedirnos del verano, un vídeo del concierto que ofrecieron el dúo Sortilegio en el Palacete de la Najarra (Almuñécar, Granada), grabado por Otro mundo es posible, os dejamos con la canción Cuando se apague la última estrella


"Las obras de arte nacen siempre de quien ha afrontado el peligro, de quien ha ido hasta el extremo de la experiencia, hasta el punto que ningún humano puede rebasar. Cuando más me ve, más propia, más personal, más única se hace una vida."

                  -Rainer María Rilke

Clásicos Inolvidables (XXXIII): Las cuitas del joven Werther, de Goethe

28 agosto, 2013

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El estar descontento con el destino es una de las pasiones más comunes, y de ahí la simpatía y el contagio que provoca el corazón de Werther (Chistoph M. Wieland).

Es muy habitual que los escritores acudan a su propia experiencia vital para ambientar una trama o caracterizar un personaje. Siendo joven, Johann W. von Goethe (1749-1832) también se enfrentó con la muerte, por fortuna para todos sin éxito, cuando una grave enfermedad (que no he logrado determinar) le apartó de los estudios. Más aún, el autor hace que Werther cumpla años el mismo día que él, el veintiocho de agosto. Finalmente, una vez recuperado, Goethe se dedicó a explorar varias de las esferas del conocimiento humano, sin desdeñar el ocultismo, a la par que ejercía de abogado, sin demasiado interés, en su Fráncfort natal.

De 1786 al 88, estando en Italia, se consolida en Alemania el movimiento romántico, de resultas de lo cual, a su regreso, Goethe entabla una muy productiva amistad con el poeta, dramaturgo e historiador Friedrich Schiller (hasta la muerte de este en 1805), que lo pondrá de nuevo en contacto con las ideas de este poderoso movimiento, al que él mismo ya había contribuido, sin pretenderlo, cuando con veinticinco años escribió Werther (si bien el autor revisaría la obra e incluiría algunos nuevos párrafos en 1787). Como curiosidades, en 1807, contando cincuenta y ocho años, Goethe contrae matrimonio por vez primera, y en 1812 conoce personalmente a Beethoven, lo que dice bastante acerca de los intereses e independencia del escritor y estudioso alemán.

Retrato de un joven Goethe
No podemos modelar a nuestros hijos según nuestros deseos, debemos estar con ellos y amarlos como Dios nos los ha entregado (Goethe).

Werther (1774) supone para Alemania la popularización de la novela. Y aunque su extensión lo acerca más a un relato largo, se las apaña para acabar con la influencia de los escritores extranjeros, predominantemente franceses e ingleses, dando comienzo al clasicismo literario alemán. Tal fue el impacto de la obra en la cultura alemana, que al fin consolidaba una plena identificación literaria con el idioma.

A través de su estructura epistolar, Werther narra el enfrentamiento de un individuo consciente de sí, frente a una sociedad que pretende domesticarlo a su capricho. Y es que el desencuentro, además de pasional, es también con un colectivo que fomenta las diferencias de clase (cartas del 15 de marzo y 8 de enero). El encontronazo con esa realidad clasista, sumado a su frustración amorosa, resultará devastador. Para colmo, el entorno del joven, agresivo e insensible, como rubrica el episodio de la tala de los nogales de casa del pastor, le privará de un último y muy necesario asidero vital (15 de septiembre).

De ese modo, el joven Werther toma conciencia de que las relaciones vienen marcadas tanto por las diferencias de carácter como de estatus. Se trata de una delicada etapa de aprendizaje que parece perpetuarse en el tiempo, y en la que el joven más auténtico, apasionado y sincero, llega a magnificar todos los sentimientos, sin el atemperamiento de la madurez. Es a estos que Goethe pone voz de manera franca.

Werther con su vestimenta típica

No es fácil en este mundo entenderse mutuamente (Werther).

Sin embargo, de Werther no conocemos, por ejemplo, su pueblo natal, lo que de hecho “universaliza” al personaje. Goethe libra de hojarasca biográfica a su protagonista todo lo que puede, para encarnarlo como arquetipo. Las cartas que conforman la novela, datadas en 1771, se dirigen a su amigo Wilhelm (ocasionalmente a Lotte), y por medio de ellas sabremos del carácter y personalidad del joven. Por ejemplo, el hecho de que Werther no disfruta demasiado de las carnavaladas y mascaradas de los salones (sustitúyanse por las aglomeraciones festivas del presente), más allá de su asistencia por puro compromiso o para hacerse el encontradizo con Lotte, la cual le reprende “por el ardor que pone en todo(1 de julio).

En efecto, la mirada del joven es hiperestésica, lo siente todo (18 de agosto), y en las raras ocasiones en que toma parte del jolgorio, no llega a integrase en el mismo ya que su naturaleza le otorga la lucidez de saber que “nuestro destino es ser incomprendidos”. Ejemplo de esa humanidad son sus reflexiones acerca de la maternidad, o su relación con los niños, en concreto con los hermanos pequeños de Lotte, a su cargo debido a la ausencia de una madre (como la propia joven relata en uno de los pasajes más hermosos del libro - 10 septiembre).

Igualmente, resulta muy ilustrativo el debate acerca del suicidio que Werther mantiene con Albert, el pretendiente de Lotte (12 agosto), durante el cual, el impetuoso joven pide respeto por los que han muerto de ese modo, en la más absoluta tristeza y soledad. De hecho, Werther puede intuir ya su futuro en lo acontecido a una joven sirvienta, a modo de premonición. Su carácter ciclotímico se manifiesta por medio de un corazón “desigual e inconstante(13 mayo), al cual se suma otro desencanto anterior, el de la señorita B. (sic); hasta que, por fin, en carta fechada el treinta de agosto, Werther comprende por primera vez que su fatalidad no tiene solución.

El famoso Caminante sobre un mar de nubes, de C. D. Friedrich
Nos veremos de nuevo, y más contentos (Werther).

La obra está dividida en dos, y la segunda parte se abre con una lúcida reflexión acerca del poder. Nos hallamos poco más de un mes más tarde. Werther se encuentra en otra ciudad X, en el sur, trabajando para un embajador “celoso, puntilloso, prepotente e hipócrita” (que cada cual ponga rostro al sujeto, seguro que no faltan candidatos), envuelto, según añade el joven, en una “deslumbrante miseria” y por el tedio (24 diciembre). Hasta tal punto es opresivo el ambiente, que Werther llama la atención acerca del temor de la mayoría de las personas por alcanzar la verdadera libertad.

El diecisiete de mayo escribe que “amistades todavía no he encontrado”. Más aún, Werther constata cómo, pese a lo que solemos creer, no somos precisamente el centro del universo (18 agosto), y que el auténtico misterio está en la propia naturaleza. Del mismo modo, es consciente de que somos demasiados como para no pasar desapercibidos (26 octubre), razón por la cual, es preciso comprender que el “flechazo” de Werther no es tanto físico, como intelectual: no solo se siente atraído por la belleza de Lotte, ve en ella a un igual (16 junio). La incertidumbre es una terrible tierra de nadie que abona el terreno, y cuando esta da paso a la imposibilidad de la relación, a la constatación del amor no consumado, se produce el bloqueo.

Jonas Kaufmann como Werther. Representación de la ópera de Massenet
Como tengo tan poco tiempo para leer, el libro que coja ha de ser de mi gusto (Lotte).

Sin duda, otros grandes aciertos de esta obra “de juventud” los encontramos en la crítica a las “opiniones prestadas” y a la transmisión de frases estereotipadas (11 junio), tan fáciles siempre de asimilar, junto a la descripción de un ambiente juvenil poblado de celos vanos, y cuyo mal humor resulta contagioso (1 julio). Sin olvidar la descripción del atuendo característico de Werther (6 septiembre), como elemento diferenciador y dramático que llegó a ponerse de moda; y sobre todo, ese hermoso momento en que Werther retorna a los lugares de su infancia, a su paraíso perdido (9 mayo).

En cuanto a la cuestión religiosa, Werther asegura que la religión “no es consuelo para almas tan afligidas(15 noviembre). No la desprecia, sencillamente no responde a sus preguntas. De hecho, a diferencia de aquellos falsos católicos que manifiestan verdadero pavor ante la posibilidad de la muerte, Werther no la teme.

La información final de la obra la proporciona un editor ficticio, que actúa como albacea de toda la correspondencia. Este personaje, identifica al joven Werther con todas aquellas personas que se salen de lo común (30 noviembre). Se trata ésta de una característica que convierte la obra, por ironía de su autor, en un auténtico trabajo de editor.

En la edición de Cátedra a cargo de Manuel José González, resulta muy ilustrativo el apartado que desglosa los personajes históricos que sirvieron de modelo a Goethe. Cabe destacar finalmente, que el músico Jules Massenet (1842-1912), dedicó a la obra su no menos hermosa ópera Werther (1892).


Escrito por Javier C. Aguilera


Soy leyenda, de Richard Matheson

26 agosto, 2013

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El nombre de Richard Matheson ya ha sido nombrado en diversas ocasiones en nuestro blog, sobre todo relacionado con el mundo del cine, con el que el escritor estuvo muy relacionado antes de su muerte hace apenas dos meses. Conocido sobre todo por su labor en la ciencia ficción, ha sido autor de obras como El hombre menguante (1956), que mencionamos por la adaptación realizada al año siguiente por Jack Arnold (El increíble hombre menguante, 1957), así como El último escalón (1958, adaptada por David Koepp al cine en 1999) o Más allá de los sueños (1978, adaptada a su vez en 1998 por Vincent Ward). Aparte de estos ejemplos literarios, también participó como guionista en la serie original de Star Trek y en Dimensión Desconocida (The Twilight Zone) así como colaborando con directores como Jacques Tourneur o Roger Corman, este último con el que realizaría algunas adaptaciones de los cuentos de Edgar Allan Poe. Sin duda, un autor respetable que nos dejó, entre otras cosas, la novela Soy leyenda (1954), que a continuación analizaremos.


Desde un narrador en tercera persona, la obra nos introduce in media res en la vida de Robert Neville, protagonista al que acompañaremos en su supervivencia en un mundo que se presenta hostil y diferente. En el espacio de tres años, desde 1976 a 1979, el lector convivirá con este hombre en su soledad, sintiéndose en su piel y entendiendo sus pensamientos traspasados desde las letras de Matheson.

A Neville pertenece toda la novela, es el protagonista absoluto frente a todo lo demás, apenas se presta voz a otros personajes, la mayoría pertenecientes al pasado, pero todos repercutiendo directamente en este personaje, desde su esposa, Virginia, hasta Cortman, el vampiro que todas las noches le llama por su nombre desde la puerta de su casa.

Efectivamente, esta es una novela de vampiros, pero sin el sabor romántico de las cartas de Drácula o el ambiente mágico y sobrenatural de otras tantas obras que versan sobre estos seres. Al contrario, junto a la supervivencia y la lucha del protagonista encontramos un afán por la investigación de las causas de una forma completamente científica, acompañando los fracasos de escenas de lamentable y tremebunda soledad con whisky de apoyo hasta los éxitos que conducen a callejones sin salida con cientos de preguntas más para este investigador amateur. No es fantasía, sino ciencia ficción, una de las cosas que Matheson sabe crear y de una forma terriblemente humana, como es este caso.

Fotograma de El último hombre vivo, protagonizada por Charlton Heston
El autor logra, desde un argumento tan sencillo y sólido, empatizar con el personaje, sufriendo e ilusionándose con él a partes iguales, pero también desmoronarnos con tan solo una frase en su lugar preciso. No se trata de simple ciencia ficción, sino de la condición humana expuesta en estos límites, que no deja de ser sino la demostración tangible de lo que somos realmente y de lo que podemos llegar a hacer. En su final, además, la novela logra transmitirnos la sensación de enfrentarnos al espejo de la sociedad, de una sociedad que nos puede parecer incomprensible, pero seguramente como la nuestra podría parecer vista desde fuera. El título cobra todo sentido en este final, cuidadosamente alcanzado por Matheson en menos de doscientes páginas, según ediciones, que dejan al lector con la sensación de necesitar más, de seguir descubriendo.

Acompasa la obra, además, una serie de elecciones de la llamada música clásica, sin menciones sin embargo a los libros que lee su protagonista. Por otra parte, y vislumbrando otro arte, el cine, con el que tan relacionado estuvo este escritor, no perdió oportunidad en adaptar esta obra, con más o menos acierto, en cuatro ocasiones, participando en la primera, El último hombre sobre la Tierra (1964) el propio autor, aunque su guión sería readaptado, firmando finalmente con el seudónimo de Logan Swanson. Hubo otra versión protagonizada por Charlton Heston titulada El último hombre vivo (1971). La última adaptación, Soy leyenda (2007), fue dirigida por Francis Lawrence contando con Will Smith como protagonista; no obstante, el film no capta la esencia de la novela al variar muchos de sus elementos, ofreciendo un producto bien diferente.

En definitiva, una interesante novela que nos deja un fragmento de lo mejor de Matheson y que sirve para apreciar la buena ciencia ficción, calando en la condición humana y en la sociedad que formamos. Soy leyenda nos sumerge en nuestra soledad, porque todos somos, en gran parte, como Robert Neville.

Escrito por Luis J. del Castillo




Para el sábado noche (XVII): Vinieron del espacio, de Jack Arnold

24 agosto, 2013

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Inicialmente exhibida en formato 3-D, Vinieron del espacio (It come from outer space, Universal, 1953) es otra de las muy disfrutables películas de ficción que dirigió Jack Arnold. En esta ocasión, el argumento lo proporcionó Ray Bradbury y, según parece, fue modificado solo ligeramente por Harry Essex, el cual volvería a colaborar con Arnold en la escritura del no menos clásico La mujer y el monstruo (Creature of the black lagoon, Universal, 1954).

La acción de Vinieron del espacio se sitúa en Sand Rock (Arizona), una apacible población que conoce su pasado y está segura de su futuro. Aunque, últimamente, tal vez no tan segura…

Todo en el pueblecito parece armónico; de hecho, ni militares (aunque su papel es testimonial) ni policías son retratados con mezquindad, sino con familiaridad, pese a que el buen sheriff Matt (Charles Drake) acabe por ceder a la presión de no creer en las buenas intenciones de los intrusos. 

Pero, sin duda, uno de los mayores aciertos del guión es la descripción del desierto como un organismo vivo, como un todo. Un desierto que lucha con el sol cada mañana y gime por las noches. En él hallará acomodo un joven astrónomo, John Putnam (Richard Carlson), que viene de vuelta de la ciudad. Se trata de un sujeto que es descrito por un colega como “problemático” porque es un hombre que piensa por sí mismo, lo que es toda una declaración de principios. De hecho, Putnam se encuentra con los mismos prejuicios que en la ciudad, ya que la única constante en el universo es el ser humano.


Lo cierto es que lo que parece ser un meteorito se precipita sobre Sand Rock, en una línea argumental que inevitablemente nos recuerda el incidente de Roswell y (geológicamente) el Meteor Crater de Arizona o Meteorito de Barringer. Así, en uno de los momentos más meritorios del relato, la cámara penetra en la nave siniestrada, que queda a oscuras por efectos de la avería, se desliza parcialmente, y vuelve a salir, ya desde el punto de vista del intruso.

Los travellings desde este punto de vista sobre la carretera, más el encuentro “cercano” de John y Ellen (Barbara Rush) con un alienígena, en su coche, certifican otra idea de lo más atractiva: que podemos ser vigilados sin ser vistos. Además, la suplantación de la identidad (como sucede a los técnicos Frank -Joe Sawyer- y George -Russell Johnson-), anticipa otros conocidos relatos de ficción, y encuentra en el presente una resolución muy bien trabajada, tanto a nivel argumental como visual.


Vinieron del espacio se desarrolla como una carrera contra reloj a tiempo real: en apenas dos días acontece todo. Un momento brillante es aquel en que el sheriff confiesa a John que se niega a creerle, porque de hacerlo, nada volvería a ser lo mismo. Y por descontado, destaca el bellísimo plano que depara la imagen de un John “empequeñecido” (menguado), frente a la gran nave del cráter.

Aunque el acompañamiento musical viene firmado por Joseph Gershenson, la música de la película incluye fragmentos de otros compositores, entre ellos Henry Mancini. Vinieron del espacio es una espléndida película para nuestras noches “desiertas”, sin olvidar otros grandes logros de Jack Arnold, que todo buen aficionado en ciernes no debe dejar de disfrutar, como son la ya mencionada La mujer y el monstruo, Tarántula (1955), Hijos del espacio (Space children, 1958) y Monster on the campus (1958).


Escrito por Javier C. Aguilera



A de amor, de David Levithan

23 agosto, 2013

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Intentar escribir sobre el amor es, en última instancia, lo mismo que intentar que un diccionario represente la vida. No importa cuántas palabras contenga, nunca serán suficientes. 
    Fragmento de A de amor, de David Levithan

Es difícil encasillar un libro como A de amor dentro de la literatura, ya que no se trata de una novela romántica convencional. En su páginas descubriremos una historia de amor, con sus errores y aciertos, contada mediante las entradas de un diccionario, definiendo así cada palabra trascendental dentro de esta pareja. A modo de rompecabezas, el lector deberá encajar y ordenar cada hecho en su cabeza, narrados entre continuos saltos temporales.


De una forma así de original conseguiremos ser partícipes de los momentos más cotidianos hasta los más íntimos de la pareja, de la que ni siquiera necesitaremos saber sus nombres para identificarnos con sus sentimientos desde las primeras páginas. Su primer encuentro resulta peculiar, tras una serie de coincidencias cibernéticas y desgracias amorosas anteriores. Así, tras chatear gracias a una página de contactos, decidieron conocerse, y la primera cita entre ambos marcaría un antes y un después en sus vidas. Ella, segura de sí misma, trasnochadora y amante del derroche. Él, inseguro, constante, introvertido y con valores más tradicionales. Eran la noche y el día, pero su vínculo era tan único y fuerte que nadie más podía entenderlo. Como si de un diario se tratase, el protagonista masculino es una amante de la escritura que prefiere plasmar sus sentimientos de una manera poco convencional, pero con la que, igualmente, consigue emocionar gracias a su tono intimista, sincero y conciso. Con una perspectiva realista sobre su pareja y su vida, en la novela habrá lugar para las dudas, el entusiasmo del enamoramiento, el anhelo, la decepción y, por supuesto, el amor incondicional.

Cándido

-Muchas veces, mientras estoy haciendo el amor, preferiría estar leyendo.
Admito que fue un comentario bastante raro para una segunda cita. Supongo que te estaba lanzando una advertencia.
-Pues en mi caso, casi siempre que estoy leyendo, preferiría estar haciendo el amor –dijiste tú.

Sentiremos un sabor agridulce cuando concluyamos la lectura, ya que la historia realmente no llega a comenzar ni a concluir. Conoceremos retazos, los momentos más significativos de una vida en común, como si viajáramos a través de las páginas de un álbum fotográfico. Quizás ese sea uno de los principales atractivos a la hora de conectar con el lector, su lectura amena y ansiosa por esperar esa conclusión que no llega. Además, los capítulos, o entradas de diccionario, tienen una extensión bastante irregular, ya que intercalan páginas de un par de líneas con historias de hasta una o dos páginas de extensión.


Un resultado y una conclusión algo desigual, debido al poco desarrollo general del carácter de los personajes y a la falta de hilo argumental, que se explica al ver la brevedad del libro. Por ello, no lo podemos valorar como conjunto, sino como una unión de historias, de sentimientos y de vivencias, tanto felices como trágicas, que nos llegarán a emocionar y, sobre todo, serán capaces de hacernos sentir identificados con cualquier etapa que hayamos vivido o estemos viviendo actualmente.

Frágil

Parte del motivo de que prefiriera leer que practicar el sexo era que sabía que, al menos, leer era algo que sabía hacer bien. Tuviste que echarle paciencia hasta que empezó a gustarme más. Y, finalmente, dejé de considerarlo paciencia.

Sin duda, estamos ante una emotiva y realista historia de amor actual, contada escena tras escena con ayuda de unas sutiles entradas de un diccionario, todo desde una perspectiva fresca y original. Es una ventana abierta a la intimidad de dos personas que se aman, un retrato inolvidable de una pareja de nuestros días y una forma intimista de decir te quiero, que llegará igualmente al corazón de todos los lectores.

David Levithan
Posteridad

Intento no pensar en ti y en mí envejeciendo juntos, sobre todo porque intento no pensar en la idea de envejecer. Ambas cosas (el paso de los años, los años juntos) son demasiado abrumadoras para planteárselas. Pero una mañana me rendí. Dormías, y te imaginé más y más mayor. El cabello gris, la piel arrugada y macilenta, la respiración jadeante. Y me descubrí pensando: si esto sigue adelante, sino se acaba, cuando muera los recuerdos que deje en ti serán mi mayor logro en esta vida. Tus recuerdos serán mi huella más duradera.


Escrito por Mariela B. Ortega



El mundo del silencio, de Jacques Cousteau y Louis Malle, y Calculta, de Louis Malle

20 agosto, 2013

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En la estela de los grandes documentalistas Robert Flaherty, Peter Watkins y Chris Marker, o del propio Renoir, y precediendo a otros autores como Ron Fricke y su trabajo para Koyaanisqatsi (1982), Baraka (1992) y Samsara (2011), el oficial de la armada francesa y explorador submarino (y descubridor de los restos del Britannic en 1975) Jacques-Yves Cousteau (1910-1997), en colaboración con el cineasta Louis Malle (1932-1995), realizaron la película documental El mundo del silencio (1955), Palma de Oro del Festival Internacional de Cine de Cannes.

Jacques Cousteau y Louis Malle

Tanto para Cousteau (más supervisor que realizador de sus documentales) como para Malle, se trataba de su primera experiencia “cinematográfica”. El resultado es una viva sinfonía de colores que narra la vida en el mítico Calypso, junto con los peligros de la descompresión o la “borrachera de las profundidades”, el acompañamiento de los amistosos delfines o de seres de pesadilla, la visita a una isla (casi) desierta, la formación de un mar embravecido y los momentos de espera y relax a bordo del barco científico (sin olvidar los atracones de langostas, ¡parece que inevitables!).

Curiosamente, tampoco otros aspectos que nos pudieran parecer crueles a día de hoy son obviados. El entorno marino es demasiado poderoso a la par de hermoso e implacable, y contagia a todas las especies.


Pero la intención es mostrar la fascinación de muchos de los recovecos del océano que, como los del propio barco, salen a la superficie, o mejor ven la luz, desde el momento en que los submarinistas del Calypso descienden a las profundidades, bañándolas con la luminosidad de sus antorchas. El mundo del silencio es un eslabón primordial dentro de una dilatada carrera encaminada a fascinar a los espectadores comunes, con la magia de ese “otro mundo que está en este”.

Una banda sonora entre clásica y expresionista, muy de la época, acompaña a los submarinistas sobre y bajo las aguas, y muy especialmente, durante el tenebroso recorrido por un pecio, que nos recuerda que nada nos pertenece. La imagen de una bota carcomida resulta desoladora, pero de algún modo, se trata de una bella imagen, de un símbolo del paso del tiempo.


Los aspectos cinematográficos de un documental siempre fueron importantes desde el primordial Nanook, el esquimal (Nanook of the North, 1922) de Flaherty. En El mundo del silencio pasamos del plano general al subjetivo, con cámaras construidas al efecto, capaces de navegar incluso entre las “capas difusoras misteriosas”.

Los avances mecánicos y tecnológicos resultan fascinantes en la exploración submarina. Aunque a diferencia de lo que algunos creen, resultan trascendentales solo como excelentes instrumentos de trabajo. De ese modo, a bordo del Calypso parece claro que, pese a todo, ningún instrumento puede sustituir al hombre. No en vano, los excesos de la mecanización siempre fueron una preocupación para el comandante Cousteau.


Por su parte, Calcuta (1969) es, junto a la serie documental La India fantasma (1969), uno de los reportajes más prestigiosos de Louis Malle, ya en solitario. Según se asegura al comienzo del mismo, el realizador quiso reencontrarse con la realidad, apartarse del cine de autor (que tantos estragos causó en la época, para bien y para mal) para, según sus propias palabras, establecer un puente entre la realidad y el espectador.

La captación de varios de los momentos de una ciudad (cuya “visualización” arranca en febrero del 68), en instantes concretos pero determinados por el azar de estar ahí, congela dichos momentos gracias al poder vampirizador de la imagen cinematográfica y el empleo de un sonido ambiente, como forma exclusiva de banda sonora. Se persigue la quintaesencia de un neorrealismo absoluto: la plasmación de los hechos tal cuales son, a través de un testimonio que no juzga, salvo mostrando.

Así, solo cuenta el poder individual de la imagen, la sugestión de lo mostrado sin artificios: la magia del cine mudo. Y el exotismo ambivalente de una parte de la realidad, ignorada por la mayoría. Una simbiosis límite entre la naturalidad de lo feo y lo hermoso.


Louis Malle transmite toda la desgarrada fascinación y la consternación de presenciar (de nuevo) otro mundo, simbolizado por un continuo río humano, ya sea en el agua, el asfalto o sobre ruedas. Un río que, finalmente, acabará “ahogando” la narración hasta su último plano, no permitiendo ni una imagen final de respiro, a modo de inexistente cese de una historia sin aparente solución.

Los protagonistas de Calcuta son los involuntarios actores de un mundo anquilosado. De una India desvencijada pero sonriente, de bizarros colores pero lóbrega, de ritos bajo una luz inigualable, de religiosas y ermitaños, de cerrazones foráneas y vernáculas. Y de miradas, muchas miradas… devueltas al espectador. Imágenes de una India radicalizada que aún no creía en sí misma.

Escrito por Javier C. Aguilera

Los peces no cierran los ojos, de Erri de Luca

18 agosto, 2013

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Erri de Luca
Uno de los autores italianos más reconocidos en los últimos años, Erri de Luca, nos da una pequeña muestra de su estilo en esta obra publicada en 2011, donde hablará de forma autobiográfica, quizás la única forma en la que sabe, porque prefiere, según sus palabras, no inventar. Por esta, y otras cuestiones, no podemos hablar de una novela en su sentido más estricto, pues aunque existe una cronología continua con un argumento desarrollado en el verano de 1960, se trata realmente de una serie de reflexiones sobre toda una vida, partiendo desde los diez años del protagonista hasta su vejez, como un péndulo que nos lleva desde un momento a otro. 

No obstante, la vejez no será, en este caso, novelada, sino una voz reflexiva que nos revele hechos futuros a ese verano o, sobre todo, nos regale fragmentos de cierta lírica que ocultan densas reflexiones de un hombre que ha vivido mucho desde sus diez años. En ese sentido, la obra nos muestra el proceso del fin de la inocencia infantil a la conciencia adulta, donde se percibe el mundo con desasosiego y se comienza a rechazar la protección que daba el hecho de ser un niño. 

Eran niños deformados por un cuerpo voluminoso. Eran vulnerables, criminales, patéticos y previsibles. Podía anticipar sus gestos; a los diez años era un mecánico del artefacto adulto. (pág. 14)

El protagonista adquiere una voz similar al Lorca de los paraísos perdidos, pero con una velada crítica incluso a esa ceguera infantil, como los niños golpeando perros, en un estilo más similar al Alberti que se percataba de que, en su niñez, mataba pájaros. Sin embargo, la narración desde la vejez puede romper la novela, en un afán por intentar explicarse más que por mostrar al lector lo que se pretende enseñar.

Por otra parte, en los fragmentos más novelados, Erri de Luca concibe una personalidad introvertida e inteligente, apartada del resto de niños o compañeros, a la vez que se analizan los diez años como ese momento de la vida que supone, realmente, ser un tiempo intermedio entre el niño que se es y el adulto que será, un mundo ya distante para la otra voz, que incluso ha perdido el nombre de su primer amor.

Niños en la playa de Nápoles (John Singer Sargent, 1878-9)
Había en ella la firmeza que he reconocido en la voz de los ciegos. (pág. 48)

Sin duda, si actuáramos de forma más simplista, podríamos decir que la obra nos cuenta el primer amor de verano de un niño de diez años en escenas sueltas, como una película con muchas transiciones que incluye una voz en off desde el futuro. Podríamos estar ante un ensayo autobiográfico, incluso ante un nostálgico marco de una infancia ya perdida, tanto personalmente como socialmente. Parece que ya no habrá infancias así, para bien y para mal. Este libro nos deja como su pequeño tesoro el retrato de unos días en ese pasado que ya no se recupera, como los peces que, una vez pescados, se devuelven al mar, o los amores que saben que nunca volverán a verse.

En ese lado encontramos a la otra protagonista, la chica de olvidado nombre como el pueblo de cierto caballero manchego, que como nuestro narrador, fue una niña especial. Aunque no se desarrolla esencialmente a este personaje, se percibe un aura especial a su alrededor, fruto de la narración y del carácter que Erri de Luca le imprime. El lector, junto a estos dos niños, descubrirá la importancia de palabras como mantener, tomar, justicia y amor en este pequeño volumen, con un final que tiene cierto regusto al final de un cuento del que se debe despertar, como la infancia.

En otro sentido, son notables las referencias intertextuales, esencialmente la mención al Quijote, realizando una interpretación bastante lúcida de la obra, y al Génesis, primer libro de la Biblia, en una comparación final que es, sin duda, uno de los mejores fragmentos de la obra. También sin imprescindibles las referencias italianas, bien cuidadas por una buena traducción y algunas notas en la edición de Seix Barral.

En definitiva, un libro a medias entre una prosa poética, pues contiene una lírica especial, y una novela autobiográfica, con reflexiones acerca de ese periodo en que dejamos de leer la palabra amor en las novelas y comenzamos a comprenderla. O, de otra forma, el recuerdo de un momento que, pese a no vivirlo, nos pertenecerá desde el momento en que cerremos esta obra.

Hoy pienso en un tiempo final en común con una mujer, con la que coincidir como lo hacen las rimas, al término de la palabra. (pág. 110)


Escrito por Luis J. del Castillo



Para el sábado noche (XVI): Los pasajeros del tiempo, de Nicholas Meyer

16 agosto, 2013

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Nos trasladamos de nuevo al Londres victoriano, en esta ocasión, al año 1893. Jack, el destripador continúa asesinando, pero la esperanza en un mundo más justo, con vistas al nuevo siglo, es compartida por muchos de los londinenses. Y concretamente, por H. G. Wells (1866-1946, al que encarna Malcolm McDowell), aún un escritor en ciernes, ¡pero notabilísimo inventor!

El retrato de Wells es el de un hombre comprometido (y no un extremista, como se da a entender en alguna página de uso frecuente, no muy valorada por su objetividad, precisamente), al que la contemplación del conjunto de la sociedad de su tiempo, define su carácter y moldea su ideología. O puede que tal vez no solo la sociedad de su tiempo…

Esa es la atractiva premisa de la que parte el escritor y realizador Nicholas Meyer (cuya contribución al fantástico es bien conocida por los aficionados), según la cual, y merced a la invención de una máquina del tiempo (otra de las obras más conocidas de Wells), a la que bautiza con el nombre de Argo, puede transportarse hasta el futuro, concretamente hasta 1979, aunque sea de manera forzada. Este nuevo Jasón se enfrenta de igual modo con lo inesperado.

Los pasajeros del tiempo (Time after time, Warner Bros, 1979), de Nicholas Meyer es una espléndida aventura, pese a que se sustenta en el derrumbe de las propias convicciones, el enfrentamiento con la realidad (del hombre), pero también con el renacimiento de la esperanza y la posibilidad del cambio: de resultas de su experiencia, Wells, según especula el relato, se verá más preparado para escribir sus obras maestras.

Pero antes de que el proceso culmine, el inventor deberá detener a un peligroso criminal, para lo que el tiempo sigue cruzando un papel crucial, y tratar de sobrevivir en un entorno ajeno, y a la certeza de que todo tu mundo ha sido aniquilado, y lo que es peor, que lo que lo sustituye no es mejor (lo que sería una buena definición de “crisis”).

Por ende, el joven Wells constata que, como le hace ver su contemporáneo, la única diferencia es que ahora se mata más eficazmente. La aquiescencia con el doctor John Leslie Stevenson (David Warner) es evidente. Por descontado, la elección del nombre es otro homenaje, en este caso al creador de Doctor Jekyll y Mister Hyde; y en cierto modo, Stevenson es el otro yo de Wells. De hecho, el buen doctor se encuentra en ese nuevo escenario como pez en el agua, ¡aunque tan sorprendido como el propio Wells!


Así, frente a determinados avances de orden social, otros aspectos de la sociedad parecen haberse anquilosado, o desaparecido. La solución de Wells será decisión suya, algo que al menos no le pueden quitar, y será no claudicar y ser fiel a los principios que considera fundamentales para la educación del sujeto, sin dejarse arrastrar por movimientos coyunturales, modas o lo impuesto por circunstancias mediatizadas; aunque esto, naturalmente, lo aboque al ostracismo (¡ser uno mismo es lo más subversivo que hay, entonces como ahora!).

De hecho, Wells se percata de que todos somos productos de nuestro tiempo. De ese modo, cuando propone a Amy (Mary Steenburgen) “regresar” con él, en un principio ella no se ve preparada para abandonar su siglo. Un siglo que ha permitido que fuera ella quien tomara la iniciativa de “entablar relaciones” con el despistado inglés.

Sin embargo, para Wells la oportunidad que le brinda el poder volver a su siglo es evidente; tal vez esté a tiempo de poder cambiar algo; tal vez lo relatado en Los pasajeros del tiempo no sea más que una realidad alternativa.


El relato de Meyer especula, además, con el interrogante de por qué el Destripador no dejó ni rastro, sino que pareció esfumarse en el aire. Junto a ello, está el entretenido choque de una civilización con otra. Para el inventor todo resulta nuevo y asombroso, desde un cacharro de cocina o un tocadiscos, hasta otro artefacto sumamente fascinante, el automóvil moderno.

Una diferencia cultural que no solo es de tipo temporal o mecánico. Por ejemplo, cuando Wells es invitado al apartamento de Amy, lo primero que éste le pregunta es que dónde están sus libros. Una situación que aún contrasta más, al comprobar cómo sus pertenencias forman parte de un museo, lo que por otra parte le dará ocasión de reemplazar sus lentes rotas, en un magnífico apunte. Otro momento divertido es el descubrimiento de una sucursal del Banco de Inglaterra. Para alguien que anda tan perdido como Wells, el hallazgo supone todo un alivio.


No es la primera vez que el cine propone un juego parecido. Salvando las distancias, están el Alonso Guillén de Contreras de La otra vida del capitán Contreras (Rafael Gil, 1955), el Barbanegra de Mi amigo el fantasma (Blackbeard’s ghost, Robert Stevenson, 1968) o el capitán Nemo del curioso telefilm El viaje a la Atlántida del capitán Nemo (The amazing captain Nemo, Paul March, 1978), por citar tres ejemplos que me vienen ahora a la cabeza, sin ánimo de exhaustividad.

Y sin duda, en el apartado artístico, Los pasajeros del tiempo se beneficia también de la música de Miklos Rózsa y el diseño de producción de Edward Carfagno.

Escrito por Javier C. Aguilera


Publicidad No-Subliminal (XXVI): Las peores campañas del verano

14 agosto, 2013

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Los meses veraniegos son para muchas grandes marcas el periodo más esperado para triunfar; un momento crucial para aumentar las ventas de determinados productos vinculados o con especial demanda durante esta estación del año. Aunque de forma general, muchos de estos productos siguen consumiéndose durante el resto del año, durante este periodo muchas de estas marcas o empresas intensifican las estrategias y campañas de marketing y publicidad. En la gran mayoría de casos, estas estrategias se planifican previamente durante meses para recibir la estación veraniega y los periodos vacacionales donde crece la demanda de este tipo de productos.


Pero siempre hay excepciones, y hay empresas que no acaban de usar las herramientas que proporciona el mundo de la publicidad de una forma profesional, sino cantosa y dispuesta a llamar la atención, ya sea utilizando a rostros conocidos como reclamo o con música pegadiza para enganchar al que esté viendo el anuncio en ese momento. Nos centraremos en destacar algunas de las campañas publicitarias más cutres en nuestro país, todas ellas de actualidad en este verano 2013, y que aún podréis disfrutar cualquier tarde calurosa frente al televisor.

El primer anuncio en cuestión recupera una canción y una artista que calaron en la música noventera española: la explosiva Rebeca y su Duro de pelar. Con una versión renovada y una letra retocada para la ocasión, Rebeca nos anima a ir a Aurgi gracias a su low cost en ruedas, baterías y todos aquellos accesorios que nuestro automóvil necesite. No sabemos si su departamento de Marketing ha dado en el clavo consiguiendo que la empresa alcanzase un éxito de ventas en el ámbito del motor, pero lo que sí está claro es que, si lo que Aurgi pretendía era dar la nota, lo ha conseguido.



Otro ejemplo de dar la nota lo encontramos en la explícita campaña que Tampax ha presentado para este verano. Con la colaboración de la actriz Amaia Salamanca y dos modelos que no abren la boca durante el anuncio (no es para menos), la actriz usará a uno de ellos como conejillo de indias para explicarle (y ya, de paso, a los demás) cómo diablos se coloca un tampón. Una campaña ridícula, ya que las mujeres que vayan a usarlo o lo usen comúnmente, ya conocen, aunque sea mínimamente y de forma intuitiva, cómo se usa el producto.



No hacía falta usar las dotes como actor de Antonio Banderas de esta forma. Orbit recrea una escena típica de cómo romper con una pareja, aconsejándonos usar algo así como no eres tú, soy yo... porque tú eres una rosquilla. Al más puro estilo Homer Simpsons, el actor se debate entre chicles que eliminan restos de comida o seguir disfrutando de ella. Si queréis ver la crisis de pareja entre el actor y este dulce, no os perdáis el anuncio, con un pegadizo final cuyo eslogan recuerda a Come, reza, ama.



Siguiendo la estela de contar con un famoso para dar de qué hablar en un anuncio, encontramos a Iker Casillas protagonizando la campaña de H&S. No sabemos qué le habrá picado al brillante portero para estar dispuesto a dejarse lavar el pelo en mitad del terreno de fútbol... o sí. Lo mejor es ver el anuncio para comprobarlo.



Aunque las playas se inunden de gente y la oficina quede medio vacía, el marketing sigue su curso incansable y sin descanso. Por todo ello, y para cumplir los objetivos de ventas, es de vital importancia impulsar este tipo de acciones de marketing que ayudan a destacar y posicionar cada uno de los productos y marcas. Con la llegada del verano y de forma especialmente destacada, las empresas y agencias de servicios turísticos comienzan a desplegar toda su artillería publicitaria en una guerra de precios y ofertas variadas altamente competitivas.



Escrito por Mariela B. Ortega




¡A ponerse series! (X): Sí, ministro & Sí, Primer Ministro (1980-1987)

12 agosto, 2013

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EL MINISTRO VS. EL SERVICIO CIVIL

Sir Humphrey: ¡Los ciudadanos tienen derecho a la ignorancia!

Resuena el pegadizo tema musical con las campanas del Big Ben al fondo, se han celebrado nuevas elecciones en Gran Bretaña y Jim Hacker (Paul Eddington) forma parte del nuevo gobierno que, como suele decirse, ostenta el poder. Aún no sabe qué cartera le corresponde. Finalmente, será la del Ministerio de Administración Pública o Asuntos administrativos.

Hacker dispondrá de un secretario privado: Bernard Bowles (Derek Fowlds), y recibirá el debido asesoramiento de un subsecretario Permanente de Estado y Jefe del Departamento, sir Humphrey Appleby (Nigel Hawthorne), a su vez asesorado por sir Arnold (John Nettleton), un secretario del Gabinete que sujeta con mano férrea la libertad de información. Resulta impagable el momento en que sir Humphrey le hace al flamante ministro el desglose de toda la plantilla funcionarial, una situación que alcanza su paroxismo en el asunto del Hospital de St. Edwards (La compasiva sociedad), o con el nombramiento para la “Orden del Cardo” (Haciendo los honores).

Por fortuna para Jim, puntualmente recibirá el apoyo de su esposa Annie (Diana Hoddinott) y más adelante de su asesora política en el Nº. 10, Dorothy Wainwright (Deborah Norton).


El ministro: ¿Eso es Sí o No?

Trámites eternos y papeleo burocrático, expedientes, comités inter-departamentales, decisiones no-definitivas, sindicatos vergonzantes, comisiones inútiles, estratagemas off-record, condecoraciones compradas, soplos, filtraciones, deslealtades, reconversiones lingüísticas y el diario The Sun. Junto con el deseo de incrementar su nivel de popularidad, o al menos de no menoscabarlo, este será a partir de ahora el mundo en el que se desenvuelva Jim Hacker, por obra y gracia de Anthony Jay y Jonathan Lynn, los creadores de la magistral serie.

Sí, ministro y Sí, Primer Ministro (BBC, 1980-1987), aborda, al igual que sucede con la ciencia ficción, los asuntos más espinosos, aquí bajo el prisma del humor, y en la mejor tradición del Ingenio Británico.

Esto no hace sino incrementar su incisivo reflejo de la realidad, ofreciendo además, una oportunidad de oro a un filólogo, y a todo aquel que no quiera caer en la trampa del pleonasmo del lenguaje. Los “pero” y “sin embargo” adquieren categoría de estilo y la práctica del cinismo se transmuta en mordaz razón de estado. Los eufemismos lingüísticos tan caros a los políticos (y muchos de sus votantes), se traducen en locuciones tales como “subsidio de desempleo” en lugar de limosnas, “base nacional integrada de datos” por Gran Hermano, “zonas de desarrollo especial” por barrios marginales, o “negociación creativa” por soborno (Una dimensión moral).

Los creadores de la serie en fecha reciente
Bernard: “Restringido” significa que se publicó ayer, y “confidencial” que no saldrá en la prensa hasta hoy.

Pero además, dejamos que el espectador disfrute descubriendo lo que son la “Inercia Creativa” y “Las Cinco Fases de las Técnicas de Evasión” (El guardián), los “Informes Multi-Significantes Potencialmente” (Terribles profecías), “Las funciones de un buen ministro”, por sir Humphrey, junto a las “Cinco Disculpas Clásicas” (Una cuestión de lealtad), “La Ley de la Proporción Inversa” (Gobierno abierto), “Los Tres Dogmas de Fe del Funcionario” (Igualdad de oportunidades), las virtudes políticas según Bernard (El privilegio de la clase media), y como postre, tampoco desvelamos la -en español- “S.R.N.A.” (Igualdad de oportunidades). Toda una valija lingüística que no puede estar más de actualidad.


Sir Humphrey: ¿Qué quiere decir con “ahora mismo”?

Poner en práctica la política del gobierno se convierte en todo un reto para el ministro, puesto que solo será posible, ¡siempre y cuando no perjudique los intereses del funcionariado o los sindicatos! Además, no siempre ésta política es acertada, pese a la razonable buena voluntad de Hacker. Por ejemplo, cuando el ministro trata de incluir a mujeres en puestos relevantes de la administración (Sarah Harrison –Eleanor Bron-, que pasaría de subsecretaria a secretaria diputada) en Igualdad de oportunidades. De hecho, será Sarah la única que dé en el clavo cuando defienda su igualdad no por cuota, sino por eficacia.

Y es que la sitcom no olvida la adulación, la “foto” y las sonrisas falsas que configuran las cartas credenciales del mundo de la política; un mundo donde la mayor parte del dinero que gasta el gobierno es simbólico.

La conclusión es que ningún gobierno puede diferenciarse del anterior; toda apertura o intento de transparencia es concienzudamente torpedeado. Baste recordar el encuentro de Hacker con su colega Tom (Robert Urquhart), ahora en la oposición (El guardián), las charlas con Bernard o el canal de la “red de chóferes” (La compasiva sociedad), sin los cuales Hacker se hallaría definitivamente sin armas con las que poder combatir.


Sir Arnold: El poder lo da la permanencia.

El periodo de Jim Hacker abarca los años ochenta, años de profundos cambios en el Reino Unido, desde la incorporación de los ordenadores, pasando por el fomento de una Europa “desunida” (Más vale lo malo conocido), la contaminación y el chip de silicona.

Pero Hacker no es un advenedizo, sino un hombre de buena voluntad (Gracias a Dios por la prensa libre, asegura), que dirigió un diario económico (The Informer), y que trata de mantener el delicado equilibrio con el partido, frente a los derroches de un gobierno que lo convierte las más de las veces en una marioneta.

Y es que el ministro es solo el vistoso representante de un engranaje cuya política se decide bajo cuerda en elegantes clubs privados, en tanto los estudiantes extranjeros mantienen un sistema educativo caduco, pagando unas tasas muy elevadas (Haciendo los honores, El servicio nacional de educación), o mientras los propios políticos se infiltran dentro de los consejos de administración de los bancos (impagable el retrato de sir Desmond –Richard Vernon- en Puestos para los amigos).


Annie: ¡El ejército debería rescatar a ese perro!

Junto a los aspectos ya expuestos, cabe destacar igualmente otros momentos ejemplares, como el de las revistas “especializadas” y la Brigada de Liberación Internacional en La lista negra, el residuo contaminante en La cucaña, la visita a la granja local en Calidad de vida (que no tiene precio), las cumbres como subterfugios en Una cuestión de lealtad, la colegiala que le pide a Hacker un resumen de sus logros en Igualdad de oportunidades, el impedimento de tener una conversación privada en El esqueleto en el armario, la defensa civil junto a la dependencia de los medios con el poder en El desafío, los regalos y sus correspondientes tarjetas navideñas junto a las delirantes regulaciones de la C.E.E. contra la salchicha británica en Juegos políticos (capítulo vértice de una hora de duración), la política de transportes en Una alfombra de clavos, que hace que sir Humphrey se mese los cabellos; la misión del departamento en el Golfo Pérsico… sin alcohol, en Una dimensión moral; las subvenciones al mundo del arte (El privilegio de la clase media) o la venta de armas a potenciales terroristas en El sacerdote del whisky… sin olvidar el complacido rostro de Bernard cuando sir Humphrey habla.


EL PRIMER MINISTRO “SOÑALISTA”

Bernard: Ya no tiene usted una función específica.

Es en el capítulo Juegos políticos donde conoceremos las circunstancias del nombramiento de Jim Hacker como Primer Ministro, el culmen de sus aspiraciones.

Al principio, Jim Hacker no se atreve a (intentar) tomar una decisión, como con respecto a la desatención de la defensa de Inglaterra, finalmente aparcada por una cuestión más “energética” en El gran proyecto, o frente al ataque de la administración funcionarial again en El poder en la sombra, o sobre la función de las actas oficiales en Secretos oficiales, los billones que se recaudan con el impuesto al tabaco en La cortina de humo (inolvidable la definición de hacienda que da sir Humphrey en este capitulo), la traición de un doble agente en Uno de los nuestros, la agenda marcada por un funeral de Estado y las relaciones diplomáticas con Francia en Incidente diplomático, o los preparativos para su primera comparecencia ante las cámaras como Primer Ministro en El discurso televisado, en el que además se ironiza acerca de la elaboración de las encuestas para que reflejen aquello que se desea: con las estadísticas se puede demostrar cualquier cosa.

Así, nos convertimos en testigos privilegiados de los entresijos del Nº. 10, la O.N.U., el uso –o no- de las informaciones proporcionadas por el espionaje (los MI 5 y MI 6), la función de la diplomacia y la (des)organización de oficinas y departamentos, geográficamente estratégicos, y cuyo epicentro es el despacho del Primer Ministro. Episodios animados por la presencia de Frank (espléndido Peter Cellier), el Secretario del Tesoro, y la citada consejera política del Primer Ministro, Dorothy Wainwright.


Dorothy: ¿Ha pensado todo eso usted solo?

En esta segunda singladura como Primer Ministro, la perversión del lenguaje prosigue hasta límites exclusivamente humanos, junto con la manipulación de la opinión pública, el papel de los jueces nombrados por los políticos (incluyendo el almuerzo con el director de algún que otro periódico), el voto teledirigido, las pensiones vitalicias para los que han ejercido la política, la elección de un cargo eclesiástico (El gambito del obispo), en el que los intereses de un país establecen las relaciones con él, o el retrato de la activista Agnes Moorehouse (Gwen Taylor) en Poder para el pueblo -con las brillantes conversaciones entre sir Humphrey y Bernard, y sir Humphrey y sir Arnold.

De hecho, la cruz de Hacker como Primer Ministro será no poder reformar la administración local sin reformar antes todo el sistema político: por supuesto, nadie desea reformar un sistema que le ha proporcionado un cargo con poder casi vitalicio.


Bernard: ¿Acabaré también yo siendo un vacío moral?

Abundando en estos momentos magistrales, podemos añadir la preferencia en hacer recortes a la clase media antes de proceder con una congelación de salarios en Todos somos socios, la diferencia entre “irregularidad” y “prevaricación”, junto a lo que es un “T.P.” (en Conflicto de intereses), las “Cuatro Respuestas Standard del Ministerio del Exterior en Momentos de Crisis” en Una victoria para la democracia (este capítulo es en sí mismo una rotunda obra maestra, sobre la razón del apoyo hacia un país u otro, por vía de contratos sazonados por el antisemitismo de rigor, aunque con un Hacker finalmente enérgico); las memorias del antecesor de Hacker en el puesto en Secretos oficiales, la entrega de galardones del Teatro Británico en El mecenas, las relaciones -y su visión nada complaciente- de las relaciones diplomáticas en el citado Incidente diplomático, el panorama de los profesionales de la enseñanza para mejorar, no el nivel de los alumnos, sino de los profesores, en El servicio nacional de educación, la ocultación de información a un diputado y al propio Primer Ministro acerca de un “pinchazo telefónico” en Tejemanejes (en el que asegura Hacker que la honradez siempre te da la ventaja de sorprender en la Cámara de los Comunes), o al fin, los distintos tipos de prensa en Inglaterra según el acertado criterio de Bernard en Conflicto de intereses.


Largo es el camino de la enseñanza por medio de teorías; breve y eficaz por medio de ejemplos (Séneca).

Sí, ministro y Sí, Primer Ministro es una ácida genialidad que el tiempo no hace sino confirmar, un presente histórico de continuo retorno donde no existen amigos por amistad, donde el corporativismo se convierte en una de las bellas artes (Todos somos socios), y el racismo es siempre de los demás.

Si a esto añadimos que, tanto ahora como antes, se vive de la política de forma vitalicia, que los políticos están “aforados” e incrustados en todas las esferas, incluida la Justicia, y que los menos votados acaban gobernando, junto con el aumento de la tributación en lugar de la supresión del gasto, la servidumbre del elogio, el desvío de fondos públicos para sostener viajes organizados a dictaduras, el acoso a los medios de comunicación independientes, el adelgazamiento de la cultura: cine, pintura, libros… reducidos a cuatro títulos y poco más, la relativización de todo o la tiranía de la subvención… el atractivo y perspicacia de la serie resultan innegables, ofreciendo un atroz espejo de Stendhal donde el conocido haz lo que yo diga pero no lo que yo hago es ley, donde dar las buenas tardes a un director de banco casi cuesta una comisión, aunque te regale una sartén, y donde para colmo el ciudadano no puede reclamar por incumplimiento de contrato.

Y es que la subsistencia de un país es dificultosa cuando no existe un proyecto nacional sino un proyecto administrativo en el que la capacidad crítica se neutraliza con la militancia. Al menos la lúcida serie que nos ocupa nos hace reír a la vez que reflexionar.

Escrito por Javier C. Aguilera "Patomas"

Próximamente: Segunda enseñanza



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