Clásicos Inolvidables (XXXII): Sueños y discursos, de Francisco de Quevedo

28 julio, 2013

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El interés por el llamado Siglo de Oro de las letras españolas ha estado siempre presente en los estudios literarios de la filología hispánica, y esto se debe, sin duda, a la calidad de estas obras imperecederas con unos autores que forman parte de los imprescindibles, pese a lo que realmente fueran. Ya visitamos a Góngora en su poesía, con el Polifemo, y ahora nos toca cruzar al lado de su conocido rival, Francisco de Quevedo, para adentrarnos no en su famosa obra poética, sino en su menos conocida obra prosaica, si exceptuamos su novela picaresca El Buscón.

Para adentrarnos en la obra que hoy vamos a reseñar debemos tener en cuenta la ideología que barajaba el escritor madrileño y que impregnaba toda su producción. Nos situamos en una época de cambio en el imperio español, que había conocido la gloria de un siglo de expansión y hegemonía gracias al dominio americano, pero que entraba en la decadencia del siglo XVII, fruto de los conflictos europeos y de la política de los reyes españoles. 

Además, la reforma religiosa producida en los países europeos había calado en la sociedad católica, con España a la cabeza, en un movimiento contrarreformista, cuyo inicio a mediados del siglo XVI comenzó a tener sus efectos tras el concilio de Trento. Los paradigmas ofrecidos por la Iglesia entonces supusieron un retorno al pensamiento medieval, una fórmula reaccionaria que suponía una mentalidad acrónica en un mundo que avanzaba en medio del sistema capitalista. Esa contradicción la representó perfectamente Quevedo, que junto a otros literatos de la época, como Calderón de la Barca, estaban conformes a esa doctrina.

Góngora, por su parte, representaba el pensamiento contrario, por ello el claro enfrentamiento entre ambos. Y por ello también que sea normal encontrar en el autor madrileño una obra como Sueños y discursos, impensable en la pluma gongorina. Esta obra de carácter filosófico se divide en cinco partes, escritas entre 1605 y 1621, y que, por temática y por repetición de ideas, conforman una obra conjunta como esta; son los siguientes: Sueño del Juicio Final, El alguacil endemoniado, Sueño del infierno, El mundo por de dentro y Sueño de la muerte.

Lutero. Asunto tomado del Sueño del Infierno de Quevedo (Francisco Sans Cabot 1834-1881)
La mayoría de los relatos, a excepción especialmente de El alguacil endemoniado, se hallan en el mundo de los sueños, un recurso empleado en esta época que daba la posibilidad de plasmar aquellos aspectos condenables por los aparatos represores, a fin de cuentas un sueño ofrece un mundo que está falto de la voluntad de quien lo vive, por lo que todo es justificable. Esta última idea es visible en La vida es sueño, de Calderón de la Barca, y alcanza su vuelta de tuerca en El gran teatro del mundo, donde la vida es un escenario de una obra teatral. En esta línea se encuentra la prosa quevedesca, aunque siguiendo de forma estricta los designios de la ideología contrarreformista, no obstante, gracias a este esquema, podía proferir críticas contra la monarquía o la religión.

Así lo hace en las diversas partes del libro. Pese a que, en muchas ocasiones, la crítica ha desviado la atención en la obra quevedesca de la ideología hacia la estética, intentando hallar en sí un carácter más artístico y satírico, no podemos dejar de ver en este libro la clara declaración de intenciones de un autor que plasma su condena a las monarquías europeas protestantes, salvando a la española. 

En efecto, no se trata de una crítica contra todo o de una sátira continua, sino de un meditado ataque desde el pensamiento organicista de su autor. Por ejemplo, podemos observar que Quevedo ve en el infierno a toda la estirpe otomana, pero queda contento de no ver a ningún monarca español. También observa a todos los calvinistas y a otros reformistas sufriendo la condena eterna, salvándose así los católicos.

No obstante, de este grupo de católicos que podrían salvarse, Quevedo descarta a numerosos oficios, contra los que alzará su crítica continua en todo el libro, centrándose especialmente en aquellos trabajos a los que se dedicaban las clases bajas, desde su postura de aristócrata. Así lo vemos especialmente en la figura de los alguaciles, a los que dedica la parte titulada El alguacil endemoniado, a los que sitúa como seres peores que los propios demonios, como manifiesta el que ha poseído al alguacil de esta narración, y se basa, entre otras cosas, en el origen judío del término, ofreciéndonos un ejemplo del antisemitismo que también había en esta ideología. 

Grabado de El alguacil endemoniado
 —¿Y los alguaciles malos no están en el infierno? —Ninguno está en el infierno —dijo el demonio. —¿Cómo puede ser, si se condenan algunos malos entre muchos buenos que hay? —Os digo que no están en el infierno porque en cada alguacil malo, aun en vida está todo el infierno en él. (El alguacil endemoniado)

Aparte de todos estos oficios encontramos también a la mujer como centro de las críticas. No podemos decir, como se ha hecho tradicionalmente, que Quevedo sea misógino, pues debemos situarlo en su realidad histórica, en un mundo donde la misoginia dominaba; realmente, él solo es un representante del pensamiento oficial y generalizado, aún incluso cuando, como afirmaba Dámaso Alonso, había hecho los mejores poemas de amor en castellano. Sitúa además en las mujeres que las que más se condenan son las feas, puesto que, al contrario que las hermosas, no pueden llevar a cabo su deseo sexual y mueren sin poder arrepentirse de haberlo llevado a cabo, es decir, de haberlo confesado dentro del sacramento que la Contrarreforma había añadido al sistema religioso. Es uno de los tantos ejemplos que podemos hallar en la lectura de estos Sueños y discursos.

La obra, pese a seguir los dictámenes de la Contrarreforma, sufrieron también la censura de la época, habitual para Quevedo. Este hecho produjo que tras la primera publicación de la obra, se realizara una corrección a expensas de la censura inquisorial bajo el título Juguetes de la niñez, todo ello, unido a la problemática de los manuscritos en la época, ha producido que hasta hace relativamente pocos años se hayan confundido títulos y entremezclándose diferentes criterios de edición. Quizás la más completa en este trabajo filológica sea la realizada por Crosby, aunque la de Cátedra, en este sentido, sirva bastante bien, no tanto por el tratamiento un tanto errático de los temas quevedescos desde una visión tradicional.

Pinturas negras. Dos viejos comiendo sopa (Francisco de Goya, 1746-1828)
Todo cuanto ves en ella es tienda y no natural. ¿Ves el cabello? Pues comprado es y no criado […]. Los dientes que ves, y la boca, era de puro negra un tintero y a puros polvos se ha hecho salvadera […]. Si la besas, te embarras los labios; si la abrazas, aprietas tablillas y abollas cartones; si la acuestas contigo, la mitad dejas debajo de la cama en los chapines; si la pretendes te cansas (El mundo por de dentro)

En conclusión, Quevedo trata de condenar en esta obra a toda la sociedad moderna, pero empleando recursos que surgen de ellos. No puede evitar, por ejemplo, hacer mención a sistemas que ya se entroncan con el nuevo tipo de economía en su momento histórico, el capitalismo. Aunque hemos pretendido tomar esta obra para mostraros el pensamiento de una época y de un autor, no podemos recomendar su lectura salvo que estéis interesados, como siempre es bueno, en acudir a las fuentes, pues se trata de una obra pesada, monótona y que se aleja de la maestría poética de su autor o de la narrativa de El Buscón, pese a que algunas de las condenas de sus cinco partes puedan suscitar la sonrisa ante lo que desde nuestra mirada es un continuo chiste negro, pero que para el escritor era toda su ideología hecha tinta impresa.

El juicio universal (Hans Memling, realizado entre 1467 y 1471)

Escrito por Luis J. del Castillo


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