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31 julio, 2013

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Es Vedrá, Ibiza (fotografía de LJ&MB)

Julio sigue en la línea de los meses anteriores, entremezclando el calor con nuestras reseñas. Vamos con los números, alcanzando las 16.000 visitas en este mes, ascendiendo la media entre las 550 y 600 diarias. Ascendemos poco a poco en las redes sociales, con 123 seguidores en Blogger, 219 en nuestro Twitter y manteniéndonos en los 55 me gusta de Facebook en un mes puramente cinematográfico.

Efectivamente, la mitad de nuestras entradas de este mes son reseñas de películas, con clásicos como Desayuno con diamantes, taquillazos como Titanic o novedades como El hombre de acero. Además otras dos están relacionadas directamente con este tipo de producciones, como la serie de Sherlock Holmes o nuestra sección En tres, dos, uno... que se despide de su carácter mensual para pasar a ser esporádica con cortos protagonizados por niños o jóvenes. Pero también hemos tenido publicidad con Google, música con Tangerine Dream y libros como Sueños y discursos.
 
Por otra parte, nos unimos al apoyo masivo que se está dando por el accidente ferroviario del pasado miércoles 24 de julio, sufrido cerca de Santiago de Compostela, en Galicia, que ha conmocionado a España y que ha arrojado más de 70 víctimas mortales. Por ello, hemos tenido la bandera con el crespón en estos últimos días y queremos expresar nuestras condolencias a las familias afectadas, a las que enviamos fuerza para superar esta tragedia.

Para el mes que viene volveremos con más cine y más literatura. Esperamos que sigáis con nosotros y que sigáis visitándonos a la par que disfrutáis de unas buenas vacaciones en el mes de agosto.

Un saludo,
L.J.

PD: Para despedirnos de julio no recurriremos en esta ocasión a un vídeo, sino a la música del pianista David Gómez, que está ofreciendo su concierto 1piano & 200velas por varios rincones de España. Nosotros tuvimos la ocasión de verlo en nuestro viaje por Ibiza, pero durante agosto estará en distintos sitios como Zamora, Segovia, Mallorca, Cádiz o Almuñécar (Granada). Os dejamos conocerlo con su composición Sixteen years old.

Concierto en la Iglesia de San Miguel, Ibiza (fotografía de LJ&MB)

"El placer de leer es doble cuando se vive con otra persona con la que compartir los libros."

                  -Katherine Mansfield

En tres, dos, uno... (XII): Cortos protagonizados por niños o jóvenes

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Hemos llegado a la duodécima entrada de esta sección, cumpliendo así un año desde que la inauguramos de forma mensual. En todo este tiempo hemos podido disfrutar de una completa variedad de cortometrajes de diversas temáticas, autores y compañías. Con este artículo, la sección dejará de ser mensual para pasar a hacerse de forma esporádica, como el resto, esperamos que os hayan gustado nuestras entregas mensuales y pasamos a ver los cortos que completan este año de cine breve.

Los cortometrajes seleccionados para la ocasión no tienen una temática común, aunque todos están protagonizados por niños o por jóvenes, cada uno puede recordar a otros que hemos visto ya en esta sección y podrían haberse incluido antes. Os dejamos con ellos y con sus historias.


Corto:  
Ojos que no ven
Dirigido por Marysol Jasson M.

Comentario:

Un cortometraje para reflexionar como los que vimos el pasado mes de enero, donde nos pondremos en la piel de Emilio, un niño ciego que ve en las personas más de lo que simplemente se ve con los ojos. No se trata de la primera ocasión en la que se ahonda en este terreno sobre la ceguera, pero la obra tiene un matiz de ternura gracias al protagonista y la relación que mantiene con el anciano. Esta tipo de encuentros también puede recordar a otras producciones, como la serie infantil Heidi, donde una niña inocente convivía con un anciano huraño, ablandando su corazón, o Punky Brewster, una comedia con una niña abandonada por sus padres que convivirá con un viejo fotógrafo que terminará por cogerle un gran cariño.

Técnicamente está muy bien realizada, procurando además un ambiente de cierto abandono, el mismo en el que se encuentra el protagonista. Quizás solo la actuación de la madre, fuera de toda cuestión moral, es la más floja. Fermín García, en el papel del abuelo, logra esa sequedad esperada en sus palabras entremezclada por el cariño ante un niño tan inocente como el interpretado por Helí de Jesús. El final sabe también combinar la tragedia con la ensoñación en una conclusión que deja con una sonrisa agridulce.


Corto:  
La segunda oportunidad
Dirigido por Natalia Soto.

Comentario:
Realizado íntegramente por niños y jóvenes de entre 9 y 14 años gracias a los Talleres Lúdica, este cortometraje se embarca en un argumento que no es novedoso, pero que resulta efectivo, además de que ofrece la historia completa de forma sugerente, sin llegar a mostrarlo todo de forma directa, lo que también ocasiona una excesiva abundancia de lagunas que quedan a imaginación del espectador. La resolución final queda algo floja y el desarrollo podría estar mejor trabajado, pese a lo cual el corto ofrece la historia de forma correcta.

Quizás las actuaciones deberían perfilarse, pero teniendo en cuenta la edad de los que han realizado el proyecto no vamos a resultar demasiado perfeccionistas. Los medios técnicos tenían poca calidad, aunque se les ha sabido dar provecho. Nuestra enhorabuena por este resultado, aunque encomendamos a estos jóvenes a seguir mejorando para ofrecer mejores productos finales.



Corto:  
Juegos de Verano
Dirigido por Agustín Moreno y Luis Riesco.

Comentario:
Este último corto nos adentra en la problemática de los celos, los psicópatas y las relaciones humanas. Desde una perspectiva que trata de unir el drama con toques de comedia, nos tratan de ofrecer un argumento relacionado con un secuestro que dura ya seis años y dos parejas que se conocen desde hace tiempo, que pasaron un verano inolvidable, según nos trata de ofrecer. Técnicamente cuentan con un excelente equipo y el argumento hubiera funcionado mejor de no ser por unas actuaciones mediocres, poco naturales y, por tanto, poco creíbles. 

Además, algunas escenas pretendidamente cómicas llegan a ser ridículas y hasta incomprensibles teniendo en cuenta el final de la historia, que también queda abierto. En definitiva, este prácticamente mediometraje es un quiero y no puedo en cuanto a actuación, con unos buenos medios a su disposición y una oportunidad que queda desperdiciada. Esperamos ver más trabajos de los directores, más centrados y con un casting que haya trabajado más su dicción y su nivel interpretativo.


Con estos tres cortometrajes cerramos el carácter mensual de esta sección, pero prometemos que volverá en otras ocasiones, seguramente con un carácter más temático o cuando recopilemos una cantidad de cortos considerable para volver a ofreceros, que están ahí fuera, esperando. Volvemos a invitar a cualquier interesado en promocionar su trabajo que contacte con nosotros, teniendo en cuenta que nuestra crítica podrá ser tanto positiva como negativa, pero siempre en un intento de ser constructivos.


Escrito por Luis J. del Castillo


Llévame a la luna, de Pascal Chaumeil

30 julio, 2013

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A veces, las segundas partes pueden ser mejores que las primeras. Así es como lo suscriben la familia Lefebvre: una maldición persigue a las mujeres de dicha familia, ya que sus primeros matrimonios siempre acaban en divorcio. Para evitar esta mala suerte, Isabelle (Diane Kruger) decide emprender un viaje para encontrar un primer marido al azar del que divorciarse posteriormente y así poder casarse en segundas nupcias con Pierre (Robert Plagnol), el que cree que es el gran amor de su vida. Pero, como cabía esperar, ese marido al azar, el excéntrico Jean-Yves (Dany Boon), dará un giro en su monótona vida, llevándola del Kilimanjaro hasta Moscú para conseguir conquistarle y así casarse con él.


Pascal Chaumeil dirige este film, que también cuenta con los productores de otro éxito que traspasó las fronteras francesas: Intocable (2011). Un año antes, Chaumeil estrenó su última película hasta ese momento, Los seductores, una sorpresa dentro de la comedia francesa y que también tuvo un gran éxito internacional. Tres años después ha intentado repetir éxito con Llévame a la luna, pero ni sus protagonistas ni la historia llegan a calar tanto en el público como sus predecesoras.

Aunque la forma de narrar la historia supone algo diferente a lo común (la familia Lefevre la va contando en una cena navideña a una extraña), a la propia historia le faltan originalidad, personalidad y sorpresa. A riesgo de convertirse en una de las típicas comedias románticas americanas, Llévame a la luna no llega a despegar, ya que pierde la frescura y el toque que otras comedias francesas como Intocable lograron transmitir a la perfección.


Aunque cuenta con divertidos momentos, sobre todo por parte de la pareja protagonista, algunas de las bromas y ocurrencias de la película resultan predecibles y con falta de gracia, además de contar con escenas un poco soeces en los momentos más inesperados. Sin duda, todos ellos suponen puntos que juegan en contra y que desentonan con el ambiente general del film, lo que marca la clave para entrar en una comedia del montón.

Lo mismo ocurre con Diane Kruger y Dany Boon. Lo que prometía ser una pareja explosiva y divertida, queda ensombrecida por la floja historia que protagonizan. Les falta fuerza y encanto, algo que supone que el espectador no se logre sentir identificado en ellos, aunque en ciertas escenas sí desarrollan esa química que desprenden. En cuanto al resto de personajes, tampoco acaban de cuajar en el compendio de la trama, dando muy poco de sí en sus historias y dejando al público un vacío y la sensación de que a cada personaje le falta algo de esencia para terminar de enganchar.


Por otra parte, disfrutaremos de un viaje turístico por Kenia, Francia y Rusia, aunque algunos de los efectos especiales empleados en algunas escenas (como el encuentro cara a cara con un león) no resultarán del todo creíbles. Todo ello unido a un final que resulta más y más predecible a medida que avanza la película, en la que destacamos ciertos detalles románticos que a cualquier pareja le gustaría vivir, pero que tampoco se alejan de los tópicos ya conocidos.

Sin duda, una película para entretener y pasar un buen rato, pero que no llega a despegar en su viaje. Si bien es cierto que su trailer prometía más que lo que acaba ofreciendo, acabará pasando por cada espectador sin pena ni gloria.



Escrito por Mariela B. Ortega






Clásicos Inolvidables (XXXII): Sueños y discursos, de Francisco de Quevedo

28 julio, 2013

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El interés por el llamado Siglo de Oro de las letras españolas ha estado siempre presente en los estudios literarios de la filología hispánica, y esto se debe, sin duda, a la calidad de estas obras imperecederas con unos autores que forman parte de los imprescindibles, pese a lo que realmente fueran. Ya visitamos a Góngora en su poesía, con el Polifemo, y ahora nos toca cruzar al lado de su conocido rival, Francisco de Quevedo, para adentrarnos no en su famosa obra poética, sino en su menos conocida obra prosaica, si exceptuamos su novela picaresca El Buscón.

Para adentrarnos en la obra que hoy vamos a reseñar debemos tener en cuenta la ideología que barajaba el escritor madrileño y que impregnaba toda su producción. Nos situamos en una época de cambio en el imperio español, que había conocido la gloria de un siglo de expansión y hegemonía gracias al dominio americano, pero que entraba en la decadencia del siglo XVII, fruto de los conflictos europeos y de la política de los reyes españoles. 

Además, la reforma religiosa producida en los países europeos había calado en la sociedad católica, con España a la cabeza, en un movimiento contrarreformista, cuyo inicio a mediados del siglo XVI comenzó a tener sus efectos tras el concilio de Trento. Los paradigmas ofrecidos por la Iglesia entonces supusieron un retorno al pensamiento medieval, una fórmula reaccionaria que suponía una mentalidad acrónica en un mundo que avanzaba en medio del sistema capitalista. Esa contradicción la representó perfectamente Quevedo, que junto a otros literatos de la época, como Calderón de la Barca, estaban conformes a esa doctrina.

Góngora, por su parte, representaba el pensamiento contrario, por ello el claro enfrentamiento entre ambos. Y por ello también que sea normal encontrar en el autor madrileño una obra como Sueños y discursos, impensable en la pluma gongorina. Esta obra de carácter filosófico se divide en cinco partes, escritas entre 1605 y 1621, y que, por temática y por repetición de ideas, conforman una obra conjunta como esta; son los siguientes: Sueño del Juicio Final, El alguacil endemoniado, Sueño del infierno, El mundo por de dentro y Sueño de la muerte.

Lutero. Asunto tomado del Sueño del Infierno de Quevedo (Francisco Sans Cabot 1834-1881)
La mayoría de los relatos, a excepción especialmente de El alguacil endemoniado, se hallan en el mundo de los sueños, un recurso empleado en esta época que daba la posibilidad de plasmar aquellos aspectos condenables por los aparatos represores, a fin de cuentas un sueño ofrece un mundo que está falto de la voluntad de quien lo vive, por lo que todo es justificable. Esta última idea es visible en La vida es sueño, de Calderón de la Barca, y alcanza su vuelta de tuerca en El gran teatro del mundo, donde la vida es un escenario de una obra teatral. En esta línea se encuentra la prosa quevedesca, aunque siguiendo de forma estricta los designios de la ideología contrarreformista, no obstante, gracias a este esquema, podía proferir críticas contra la monarquía o la religión.

Así lo hace en las diversas partes del libro. Pese a que, en muchas ocasiones, la crítica ha desviado la atención en la obra quevedesca de la ideología hacia la estética, intentando hallar en sí un carácter más artístico y satírico, no podemos dejar de ver en este libro la clara declaración de intenciones de un autor que plasma su condena a las monarquías europeas protestantes, salvando a la española. 

En efecto, no se trata de una crítica contra todo o de una sátira continua, sino de un meditado ataque desde el pensamiento organicista de su autor. Por ejemplo, podemos observar que Quevedo ve en el infierno a toda la estirpe otomana, pero queda contento de no ver a ningún monarca español. También observa a todos los calvinistas y a otros reformistas sufriendo la condena eterna, salvándose así los católicos.

No obstante, de este grupo de católicos que podrían salvarse, Quevedo descarta a numerosos oficios, contra los que alzará su crítica continua en todo el libro, centrándose especialmente en aquellos trabajos a los que se dedicaban las clases bajas, desde su postura de aristócrata. Así lo vemos especialmente en la figura de los alguaciles, a los que dedica la parte titulada El alguacil endemoniado, a los que sitúa como seres peores que los propios demonios, como manifiesta el que ha poseído al alguacil de esta narración, y se basa, entre otras cosas, en el origen judío del término, ofreciéndonos un ejemplo del antisemitismo que también había en esta ideología. 

Grabado de El alguacil endemoniado
 —¿Y los alguaciles malos no están en el infierno? —Ninguno está en el infierno —dijo el demonio. —¿Cómo puede ser, si se condenan algunos malos entre muchos buenos que hay? —Os digo que no están en el infierno porque en cada alguacil malo, aun en vida está todo el infierno en él. (El alguacil endemoniado)

Aparte de todos estos oficios encontramos también a la mujer como centro de las críticas. No podemos decir, como se ha hecho tradicionalmente, que Quevedo sea misógino, pues debemos situarlo en su realidad histórica, en un mundo donde la misoginia dominaba; realmente, él solo es un representante del pensamiento oficial y generalizado, aún incluso cuando, como afirmaba Dámaso Alonso, había hecho los mejores poemas de amor en castellano. Sitúa además en las mujeres que las que más se condenan son las feas, puesto que, al contrario que las hermosas, no pueden llevar a cabo su deseo sexual y mueren sin poder arrepentirse de haberlo llevado a cabo, es decir, de haberlo confesado dentro del sacramento que la Contrarreforma había añadido al sistema religioso. Es uno de los tantos ejemplos que podemos hallar en la lectura de estos Sueños y discursos.

La obra, pese a seguir los dictámenes de la Contrarreforma, sufrieron también la censura de la época, habitual para Quevedo. Este hecho produjo que tras la primera publicación de la obra, se realizara una corrección a expensas de la censura inquisorial bajo el título Juguetes de la niñez, todo ello, unido a la problemática de los manuscritos en la época, ha producido que hasta hace relativamente pocos años se hayan confundido títulos y entremezclándose diferentes criterios de edición. Quizás la más completa en este trabajo filológica sea la realizada por Crosby, aunque la de Cátedra, en este sentido, sirva bastante bien, no tanto por el tratamiento un tanto errático de los temas quevedescos desde una visión tradicional.

Pinturas negras. Dos viejos comiendo sopa (Francisco de Goya, 1746-1828)
Todo cuanto ves en ella es tienda y no natural. ¿Ves el cabello? Pues comprado es y no criado […]. Los dientes que ves, y la boca, era de puro negra un tintero y a puros polvos se ha hecho salvadera […]. Si la besas, te embarras los labios; si la abrazas, aprietas tablillas y abollas cartones; si la acuestas contigo, la mitad dejas debajo de la cama en los chapines; si la pretendes te cansas (El mundo por de dentro)

En conclusión, Quevedo trata de condenar en esta obra a toda la sociedad moderna, pero empleando recursos que surgen de ellos. No puede evitar, por ejemplo, hacer mención a sistemas que ya se entroncan con el nuevo tipo de economía en su momento histórico, el capitalismo. Aunque hemos pretendido tomar esta obra para mostraros el pensamiento de una época y de un autor, no podemos recomendar su lectura salvo que estéis interesados, como siempre es bueno, en acudir a las fuentes, pues se trata de una obra pesada, monótona y que se aleja de la maestría poética de su autor o de la narrativa de El Buscón, pese a que algunas de las condenas de sus cinco partes puedan suscitar la sonrisa ante lo que desde nuestra mirada es un continuo chiste negro, pero que para el escritor era toda su ideología hecha tinta impresa.

El juicio universal (Hans Memling, realizado entre 1467 y 1471)

Escrito por Luis J. del Castillo


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Música Inolvidable (XV): Tangerine Dream

25 julio, 2013

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La música de Tangerine Dream podría encajar perfectamente dentro de nuestra sección Otros Mundos, porque al escucharla parece inevitable trasladarse a mundos distantes -aunque estén en este-, a épocas pretéritas congeladas en el tiempo, a civilizaciones desaparecidas u otras en formación, allá en remotos lugares… a parajes solitarios donde las ruinas muestran su ya vencido orgullo en medio del silencio.

Es la magia evocadora de este grupo alemán de los setenta, desde su primigenio Electronic meditation (1970), arcaico pero innovador, y preludio de una producción altamente disfrutable, en la que adquirieron entidad propia sintetizadores, secuenciadores, generadores de ondas, el synclavier o el melotrón (los primeros teclados eléctricos, antecedentes del sampler).


El grupo se formó a finales de los sesenta, durante el periodo en que se gestaron las llamadas Escuelas de Berlín y de Düsseldorf, conformadas por grupos que, cada uno dentro de su estilo, pretendieron (y lograron) el desarrollo de la música electrónica.

Bajo los auspicios de Edgar Froese, auténtica alma máter del grupo (como atestiguan sus otros trabajos en solitario), Tangerine Dream hizo evolucionar, junto a otros artistas de grato recuerdo (ya hablaremos de alguno más), el sonido de esa música electrónica. Ejemplo de ello son sus temas, extensos y bien desarrollados, de resonadores y sugestivos títulos, constituidos por las texturas y sonoridades proporcionadas por la nueva tecnología de los setenta y primeros ochenta; un tiempo en que el oyente parecía incluso necesitado de esos nuevos sonidos, los cuales ya han pasado a formar parte del acervo “clásico”.


La formación fue recomponiéndose con el tiempo, siempre con su creador, Edgar Froese, como líder, destacando el trío con Christopher Franke y Peter Baumann (luego con Johannes Schmoelling). De hecho, de Tangerine Dream son especialmente regocijantes y sugestivos (desde mi punto de vista), los llamados años de Virgin, su discográfica (la misma que dio a conocer a Mike Oldfield), la cual les proporcionó la estabilidad deseada y favoreció una creatividad que acabó cimentando el particularísimo sonido cósmico de la banda.


Nunca me han gustado del todo las etiquetas: el llamado New Age se equipara demasiado con la relajación y lo místico, pero lo cierto es que cada grupo (bueno) tiene su propia identidad y su propio sonido. Para aquel que desee adentrarse en los “otros mundos” de Tangerine Dream, los trabajos “Virgin”, desde el imprescindible Phaedra (1974) hasta el rítmico Hyperborea (1983), le proporcionarán inolvidables momentos de ensoñación “clásica”. Aunque también merecen una visita las obras pretéritas, Alpha Centauri (1971), Zeit (1972) o Atem (1973).

La música de Tangerine Dream también resultó ser apropiada para determinadas películas como banda sonora. El aire inquietante, incisivo y ensoñador de su estilo, aportó mucha de la atmósfera que presentan relatos como Carga maldita (Sorcerer, 1977), Ladrón (Thief, 1980), Legend (1985, sin menoscabo para la excelente partitura de Jerry Goldsmith, empleada en otras versiones), Los viajeros de la noche (Near dark, 1987) o Vidas distantes (Shy people, 1988).


Otro de sus temas, contenido en el álbum Le Parc (1985), que ponía música a distintos parques emblemáticos del mundo, fue empleado como leitmotiv principal en la simpática serie televisiva Halcón callejero (incluimos dicho tema con un vídeo). De los últimos trabajos de la formación, junto a Le Parc, también destacaría el álbum de estudio Optical race (1988).


Como curiosidad, en España se les pudo ver actuar en 1976, proporcionando un espectáculo ciertamente inolvidable, con el innovador láser como elemento más “vistoso” de la actuación.

Tangerine Dream es sinónimo de ilusionismo sonoro. Su música nos lleva a otras épocas, entre ellas, a aquella en la que el disco era aún tratado como un objeto artístico, lo que queda demostrado por medio del trabajo llevado a cabo con las portadas. Y es que la historia de la música es también la historia de sus portadas.


Publicidad No-Subliminal (XXV): Google, un anunciante por descubrir

21 julio, 2013

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Últimamente Google nos sorprende cada vez más con sus peculiares campañas publicitarias. Puede que muchos no conozcan que tras las curiosas creaciones se esconde un grupo tecnológico bajo el nombre de Google Inc, una empresa propietaria de la marca Google; tras de sí hay todo un universo de recursos, herramientas y aplicaciones, todo ello al margen de su mundialmente conocido motor de búsqueda. Dentro de este grupo encontramos servicios tan conocidos como Gmail, Google+, Google Maps, YouTube, Blogger y un sinfín de aplicaciones tecnológicas, algunas de ellas adquiridas a golpe de talonario por una empresa que ha sabido hacerse con productos de éxito. Toda una innovación que, sin duda, nos ha facilitado el acercamiento a la red y así aprovechar su potencial de forma gratuita.

Por ello, Google posee un valor de marca inconfundible, también debido a su presencia casi omnipresente en el día a día cibernético. Además, como cualquier empresa, se ha servido de la publicidad para mostrar al mundo sus valores y filosofía empresarial, extendiéndose al resto de sus productos. Sería en 2010 cuando se emitiría el primer anuncio de Google en televisión. Pese a ello, no han dejado pasar la oportunidad de utilizar el poder de los vídeos online para dar a conocer sus creativos y originales spots. Son, sin duda, anuncios publicitarios con un estilo bien definido, llegando a ser, en ocasiones, todo un disfrute su visionado.

A continuación os dejamos con una remesa de anuncios que reúnen los elementos más característicos de su publicidad, tales como el humor, como podemos ver en los anuncios del Galaxy Nexus, hecho con tecnología de Google, y el protagonizado por los Teleñecos en una particular canción donde despliegan sus encantos, o el utilitarismo de sus productos. Esta última característica las podemos ver desarrollada tanto de una forma visual agradable y divertida, como sucede con los anuncios de Google Street View o Google Chrome, como de una forma emotiva, como muestra en el anuncio de Google + (en el que os recomendamos, si no sabéis inglés, emplear los subtítulos de YouTube para comprender el mensaje).












Escrito por Mariela B. Ortega




Para el sábado noche (XIII): Soltero en el paraíso, de Jack Arnold

19 julio, 2013

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Para Jack Adams (Bob Hope) ha llegado la crisis. Hasta ahora se ha permitido vivir confortablemente como escritor de temas, digamos “licenciosos”, en un cómodo exilio artístico, pues reside en la Riviera Francesa, y emplea un pseudónimo: A. J. Niles, que le preserva de su otro yo, no necesariamente el más auténtico.

Ahora le debe un dineral a hacienda. Su socio se ha largado con todo el dinero y le ha dejado sin caprichos, de resultas de lo cual termina dando con sus huesos en la urbanización Villa Paraíso, “uno de esos sitios donde no se puede ir a comprar zapatos sin pedir permiso al vecino”. Coexiste otra lectura: que Adams se siente más cómodo entre el anonimato que proporcionan las urbes y la masa de ciudadanos: en la ciudad casi no existen relaciones o afectos, todos son números.

Estos son los mimbres de Soltero en el Paraíso (Bachelor in Paradise, MGM, 1961), una de las comedias que dirigiera Jack Arnold (1916-1992), después de lograr un merecido prestigio como realizador de la mejor ciencia ficción (nos ocuparemos de ello en una futura entrada).

Ni que decir tiene, que Adams acabará solventando sus asuntos con el fisco y que pondrá fin a su soltería, pero el periplo no deja de tener su gracia, ya que tendrá que cocinar, hacer la compra y enfrentarse a la conspiración de los electrodomésticos, como todo hijo de vecino. El Paraíso prometido, vaya.


Como en nuestro Baúl nos gusta acudir a las fuentes, sean de la manifestación artística que sean, traemos a colación esta agradable película, como precedente de un sinfín de títulos posteriores. Sin ir más lejos, resulta evidente la influencia (asumida) en el posterior Woody Allen. De hecho, sorprende el número de historias (léase películas) que han seguido la estela de esta: hombre que reniega de todo tipo de ataduras, se enfrenta al imprevisto e implacable himeneo.

El caso es que Adams entabla relación con la señorita Howard (Lana Turner), que trabaja en la inmobiliaria que le gestiona la adquisición de un inmueble. A partir de ahí, el tiempo tendrá otro valor: la premura marcará el ritmo de unas vidas que pugnan por alcanzar el pedazo de felicidad que les corresponde.


Entre los apuntes más divertidos, están la retórica pomposa que el escritor de best-sellers provocativos regala al dictáfono; la vecina que parece vivir en el rellano de su casa, la megafonía en el supermercado, el sonido del timbre de la puerta, que consiste en las tres primeras notas del tema principal de la película, el retrato de la juez en el inevitable y estrambótico juicio final (Agnes Moorehead), o la censura esgrimida por un comité de decencia… ¡de sus propios libros! (recordemos que Adams escribe con pseudónimo).

A esta visión sarcástica de la rutina, se suma la llegada de los primeros computadores, el papel de los vecindarios-dormitorio… la consumación física de lo que ha dado en llamarse posmodernidad.


En cualquier caso, la situación brinda a Adams la oportunidad de escribir otro tipo de libro y madurar como persona; como suele decirse también, de cambiar por dentro. Merecen destacarse además, los excelentes temas instrumentales de Henry Mancini, que ayudan a crear una atmósfera vivaracha y humorística, pero que también sirven de apoyatura a la soledad de todas esas esposas que quedan solas en un hogar vacío.

Soltero en el Paraíso demuestra que no es necesario ser chabacano para divertir, resultando un producto ideal para nuestros sábados por la noche.

Escrito por Javier C. Aguilera


El hombre de acero, de Zack Snyder

17 julio, 2013

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Uno de los superhéroes por excelencia, sin duda el más reconocido, volvía a nuestras pantallas hace apenas un mes. Hablamos de la nueva revisión de Superman de la mano del director Zack Snyder contando a su vez con la producción de Christopher Nolan, director de la popular trilogía que supuso el reinicio de Batman con Batman begins (2005), un tándem que sin duda llamó la atención de los fans de este tipo de películas tras haber disfrutado de la trilogía noliana. Sin embargo, El hombre de acero (Man of Steel) ha resultado ser diferente, pues estamos ante un superhéroe distinto, pese a ello, la huella de lo hecho anteriormente está vigente y quizás no ha resultado tan satisfactorio para la crítica como se pretendía, pese a que comercialmente ha rendido perfectamente.

No estamos ante un mal equipo, Zack Snyder ya había protagonizado la dirección de otras adaptaciones de cómics, como 300 (2006) o Watchmen (2009), Nolan deslumbró a muchos con su tratamiento del murciélago en compañía del guionista David S. Goyer y el elenco prometía; pero, lamentablemente, tiene deficiencias para ser considerado un auténtico film de Superman, de ese superhéroe perfecto que tanto había gustado a finales de los setenta en la piel de Christopher Reeve, sin volver a despegar del todo y tropezando drásticamente con Superman Returns (2006), el fallido homenaje de Bryan Singer. Quizás en los últimos años solo la serie Smallville ha gozado del favor del público.

Russell Crowe como Jor-El
No obstante, esa es la mayor dificultad a la que se enfrenta El hombre de acero, pues la historia del personaje es conocida por todos, y, a la vez, todos deseaban volver a ver esa misma aventura. Snyder nos la ofrece pero con una visión distinta. Partimos del planeta Krypton en las escenas iniciales del film, donde nos logra recrear todo un mundo de ciencia ficción con espectaculares fotogramas que, como en otras películas actuales, parecen cinemáticas de juego, pero en esta ocasión de forma muy acertada. Acompañamos a Jor-El (Russell Crowe) en esta pequeña aventura donde mostrará sus dotes bélicas, logrando su propósito de salvar a su hijo de la destrucción del planeta a la par que hace frente al general Zod (Michael Sannon), el villano del film. Todo este prólogo recrea todo un mundo de ciencia ficción posiblemente como nunca antes lo habían hecho en el cine respecto a este personaje, otorgándole un sentido distinto a Superman y, a la vez, a todo el metraje.

En contrapartida, estando ya en la Tierra, seguiremos al hombre de acero a través de su vida cotidiana adulta, con flashbacks fragmentados de su infancia y juventud que dejan con ganas de más, colaborando solo en la formación de la personalidad frágil del personaje pero no en su vida conocida como Clark Kent. Continúan aquí, y lo harán el resto de la película, la explicación de los poderes del personaje de una forma pseudo científica, asentada en la ciencia ficción que se crea para la ocasión y que, vuelvo a repetir, funciona perfectamente y es de lo mejor que nos brinda el film.


Ahora bien, no considero que estemos ante Superman ni ante Clark Kent, sino ante ese anónimo hombre de acero. Esta filosofía sobre la película se refleja muy bien desde su título hasta su final. Aunque muchos han considerado negativo este hecho, realmente resulta más útil y original que las veces anteriores, consiguiendo crear un personaje más profundo, con más conflictos internos y con la necesidad de elegir qué ser, una decisión sobre la que se ahondará en todo el argumento. Esta no es una historia de un hombre llamado Clark Kent y su doble identidad de Superman, el ser venido del espacio, sino la que nos narra cómo surgió la concepción de ese superhéroe en la conciencia humana, testigo de los poderes de este alienígena, tanto es así que el nombre de Superman solo aparece completo en una ocasión, y surge como una denominación que le otorgan los seres humanos, sin brotar de él ni de su famoso emblema, que él entiende de otra forma.

Tampoco es la historia de Clark Kent, pero sí la justificación de su existencia posterior. Podríamos entender bien este film como un inmenso prólogo a lo que serán ambos personajes, aunque eso desmerecería mucho la duración que ha tenido finalmente y otras cosas rescatables del film. Pues si bien el film funciona bajo este concepto aquí explicado, también peca de excederse en espectacularidad visual, especialmente en largas batallas que muestran una y otra vez lo mismo, y unas escenas demasiado breves en el carácter más humano, dejando casi huecas el resto de interpretaciones, que se reproducen prácticamente como arquetipos, ya partan del cine de acción, del de ciencia ficción o de otras adaptaciones sobre superhéroes.


Son poco creíbles tanto la relación que se intenta crear entre Lois Lane (Amy Adams) y Superman como algunas escenas que pueden resultar ridículas, por ejemplo, la relacionado con el tornado o el último encuentro entre el general Swanwich y nuestro superhéroe. En cuanto a los villanos, dentro del concepto que Snyder explota alrededor de Krypton, resultan auténticos y motivados, aunque al general Zod le falte el carisma de su compañera Faora (Antje Traue), pese a que realmente pone contra la espada y la pared a Superman, llevándolo no hasta sus límites físicos, sino morales. Podemos observar con este análisis que el film gana mucho en conceptos y otorga una profundización dramática y psicológica al argumento, mostrándonos a su vez a un superhéroe que no es tan fuerte como debiera. Debemos darle ese punto a favor, pese a que sus deficiencias pesan bastante, fruto de algunas malas decisiones, de un intento de deslumbrar con impresionantes escenas visuales y de la falta de empatía con algunos personajes o actores.

Amy Adams, Henry Cavill y Antje Traue durante una escena del film
Aún teniendo en cuenta estos puntos negativos, podemos decir que la película rezuma emoción, resultando intrépida, en ocasiones atropellada, pero dejándonos escenas que llegan a presionarnos contra los sillones, porque aunque sabemos que el superhéroe, deus ex machina, logrará su objetivo, este argumento nos hace dudar, precisamente porque no estamos ante nuestro ya conocido Superman.

Finalmente, sobre los actores, se muestran correctos, Henry Cavill realiza un buen papel del superhéroe, quizás falto de cierto carisma y, en ocasiones, algo falto de expresividad. Al lado de Superman, Amy Adams se pone al frente de Lois Lane como una reportera todoterreno, que, personalmente, no parece cuajar del todo, quizás por tener un camino muy marcado por las circunstancias. Los veteranos Russell Crowe y Kevin Costner no brillan demasiado, el primero salvo en las escenas iniciales de Krypton, donde recuerda sus tiempos de Gladiator (Ridley Scott, 2000), se muestra muy monótono en el resto, comprensible por su situación de conciencia virtual; al segundo, le falta espacio para poder demostrar algo mejor, participando solo en flashbacks demasiado fragmentados como para llegar al espectador más allá de esas frases que le otorga el guión. Mejor parados salen los principales villanos, el resto apenas suponen un cameo, Michael Shannon firma una buena interpretación, falta también, y nos repetimos, de carisma, algo que sí logra Anje Traue pese a sus pocas escenas y sus breves intervenciones con diálogo; la relación que establece el personaje de Traue con el coronel Hardy (Christopher Meloni), aunque resulte un cliché, tiene una chispa que le falta a otros.

Michael Shannon como el general Zod
Un inciso breve sobre el apartado técnico. Si bien es cierto que la fotografía en algunos momentos es hermosa y que los efectos especiales están bien desarrollados, la película falla en lo que podría parecer menos importante: enfocar bien con la cámara. Da la sensación de que sujetaban la cámara a pulso, temblando la imagen en numerosas ocasiones, lo que ocasiona el efecto de estar ante una película de menor calidad, como en ocasiones ha repetido nuestro compañero Javier, no hace falta mover la cámara para simular naturalidad o descontrol, y mucho menos en escenas donde no se pretende mostrar eso.

En conclusión, El hombre de acero contiene buenos toques de ciencia ficción y crea una buena base para un futuro y real Superman, abriendo las puertas y sirviendo de prólogo a una auténtica película del superhéroe después de haber superado su primera gran prueba y su gran combate interior por descubrir quién es. No obstante, como film único flojea en varios aspectos, tiene unas actuaciones que no llegan a ser brillantes y se excede en espectacularidad sobre argumento.

Logra ser entretenida y resulta visualmente impresionante, pero no conquistará a los que esperen de forma acérrima ver al superhéroe de siempre ni aquellos que sigan enamorados de la banda sonora, brillante sin duda, de John Williams, sustituido aquí por un Hans Zimmer bueno como siempre, pero que no deja ninguna melodía memorable. Quizás debamos darle una segunda oportunidad para redondear mejor lo planteado aquí, mientras tanto, disfruten de este entretenimiento de más de dos horas.

Escrito por Luis J. del Castillo


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¡A ponerse series! (IX): Sherlock Holmes

15 julio, 2013

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Jeremy Brett con David Burke y Rosalie Williams
Sra. Hudson: ¿A qué hora quiere desayunar?
Holmes: A las ocho y media de pasado mañana.

La serie Sherlock Holmes (1984-1994) emprendida por ITV/Granada TV fue una tarea similar a la realizada con Poirot (labor que está a punto de concluir), por la misma cadena.

Se trataba de poner en escena los relatos del detective con la mayor fidelidad posible. Lamentablemente, en este caso, la muerte de Jeremy Brett (1933-1995) en el rol principal, dio al traste con el resto de adaptaciones, que se ofrecieron siguiendo los títulos genéricos de los libros que compilaban dichos relatos; esto es, Las aventuras de Sherlock Holmes, El regreso de Sherlock Holmes, Las memorias de Sherlock Holmes y Los casos de Sherlock Holmes (versión de El archivo de Sherlock Holmes); junto a El perro de Baskerville y El signo de los Cuatro. Faltarían Estudio en escarlata, Su último saludo en el escenario y El valle del terror, pero el material es suficiente por mucho que lamentemos que no pudiera completarse.

De hecho, uno de los problemas derivó de la enfermiza identificación del actor con el personaje, algo que tal vez no tenía parangón desde Bela Lugosi con Drácula, y lo cual, sumado al progresivo desarrollo de una depresión maníaca, que le llevó a depender de un fuerte tratamiento, junto a la muy sentida muerte de su esposa en 1985, recién comenzada la serie, le terminaron por provocar un fatal fallo cardíaco.

Holmes: ¿A la policía? ¡Con lo difíciles que les resultan los hechos! (El círculo rojo).

El Holmes de Jeremy Brett es algo teatrero, algo efectista, pero pese a todo plausible… estamos de nuevo inmersos en los entresijos de una mente “fuera de lo normal”, de los estudios acerca de cigarrillos sin boquilla, ¡o de las cuarenta y dos marcas de rueda de bicicleta! (La escuela Priory), la pipa, el violín (en La liga de los pelirrojos disfrutan de un recital ofrecido por Sarasate), la grafología, las pisadas sobre el terreno, los distintos tipos de cenizas y la dramática reaparición de los pecados del pasado.

Quitando los efectistas y pobretones flashbacks, rémora de la televisión de entonces y de ahora (El paciente interno, El pie del diablo), y un abuso de primeros planos que parten la planificación (no en todos los capítulos), Sherlock Holmes es una serie bastante disfrutable. Incluso se permite un humor muy saludable, por ejemplo, con la dislocada y vivaracha fuente de la juventud de El hombre trepador. En otras ocasiones, debemos ser algo más condescendientes: en El caso del puente Thor (en que aparece el joven botones Billy), la víctima brasileña es descrita como una “hija de la pasión”; y en Los seis Napoleones, los italianos son mostrados con todo lujo de aspavientos y ceremonias.

Señalemos, además, que David Burke (el doctor Watson), fue sustituido tras la primera temporada por el mucho más eficaz Edward Hardwicke. Por su parte, Rosalie Williams se hizo cargo a lo largo de toda la serie de interpretar a la Sra. Hudson, aquí más sufrida que nunca.

Con Edward Hardwicke
Watson: ¡Holmes, eso es profanación! (La vieja mansión Shoscombe).

Sherlock Holmes se abre mostrando una bulliciosa Baker Street, con el detective observando desde la ventana, punteadas las imágenes por la bella música de Patrick Gowers (su elogiosa labor se extiende a lo largo de todos los capítulos). Todo ello entronca con la particular delectación y ensimismamiento que Holmes mostrará ante los casos más aberrantes y atractivos (La banda moteada, Los tres frontones).

Otro acierto de la serie reside en el cuidado diseño de producción, que además aprovecha todos los exteriores naturales que ofrece el país, desde Surrey en El pabellón Westenra, a las vacaciones por prescripción facultativa en Cornualles en El pie del diablo, hasta el regreso al norte de Dartmoor en Estrella de Plata. Y por descontado, están las calles de Londres, las posadas campestres, los caserones, las viejas iglesias y hasta criptas en medio de la foresta (La vieja mansión Shoscombe, capítulo más “ambiental” que narrativo).

El ya clásico tema de las vacaciones frustradas reaparecerá en La desaparición de lady Frances Carfax, en el cual Holmes dispone los dramatis personae como en un tablero de ajedrez, y episodio de devastadora conclusión, obra de John Madden. El realizador filmará además La escuela Priory, uno de esos casos que hacen chiribitas en los ojos de Holmes. En este mismo capítulo, la suficiencia del duque Holdernesse (Alan Howard), dará un giro cuando el detective reciba su cheque. Aquí, rara vez se sitúa la cámara fuera de la mirada del detective (arranques aparte), y cuando una vez lo hace, para mostrar una conversación, será para crear una impresión falsa.

El citado duque hallará su némesis en el conde Gruner (Anthony Valentine) de El cliente ilustre, curioso coleccionista que se regodea en su álbum de fotos eróticas, aunque se muestre tan refinado como el finado Moriarty (aquí sabemos quién es el asesino desde el primer momento, todo un serial killer de alto copete). A retener dos buenos detalles en este capítulo: los periódicos dan la noticia del ataque a Holmes (una pelea que pierde), junto a la chanza de la señora Hudson, pillada in fraganti fisgando tras la puerta.


Holmes: La prensa es una institución valiosa, si uno sabe cómo usarla (Los seis Napoleones).

La serie incide, como podemos suponer, en otros aspectos de la creación literaria, como su aprensión a la merma de facultades durante los periodos de altibajos o el temor a no enfrentarse más que criminales vulgares, todo lo cual le hace profetizar la extinción de su profesión (La desaparición de lady Frances Carfax, El constructor de Norwood, El aristócrata solterón, Los planos del Bruce Partington; “las noticias son estériles”, comenta en El pabellón Westenra).

Pero también el placer ante los casos en apariencia más banales, que resultan ser “bombas de relojería”, tales como El ciclista solitario (de ritmo un tanto desfallecido: se trataba del primer capitulo; a cambio, vemos a un Holmes muy activo, repartiendo mamporros), Los bailarines, La liga de los pelirrojos o El hombre del labio torcido. Y es que “es en las manifestaciones menos importantes de donde se saca el placer más intenso”, como dirá en Las Hayas Cobrizas.

Ese carácter hiperestésico lo abocará a depender de una población a la que a veces acusa de trivial (y de paso a Watson y sus relatos: ¡y eso que al menos la gente disponía de unos modales exquisitos!). Se trata de su particular lucha contra el aburrimiento. Y de ahí, pasamos a los casos más importantes, aquellos en los que la nación dependerá de sus habilidades, como sucede en El tratado naval, Los planos del Bruce Partington o El misterio de la segunda mancha.

Naturalmente, también se verán reflejadas sus dependencias con la droga, a causa de la inactividad, como observamos en El ciclista solitario, Escándalo en Bohemia y El pie del diablo, en el que el detective necesitará experimentar con la sustancia venenosa; o su habilidad para los disfraces, como en El constructor de Norwood o de nuevo Escándalo en Bohemia (que contiene, además de un Holmes no muy inspirado, un buen detalle: la venda sobre los ojos de los músicos cuando “La Mujer” y el monarca bailan; además, la actitud del detective ante el citado monarca demuestra su bien ganada independencia).


Holmes: Hoy voy a necesitar su compañía y apoyo moral, Watson (El constructor de Norwood).

El eje pivotal es, naturalmente, el personaje de Sherlock Holmes, al que también descubriremos conmovido (o asqueado de algunos no-semejantes), como en El mago (The crooked man), un caso cuyo final queda abierto y que le llega a través de las relaciones de Watson con el ejército, para lo cual antes deberá vencer el inconveniente del corporativismo castrense, y que demuestra que no hay nada como hacer un matrimonio provechoso en este mundo.

Como sabemos, Holmes posee una memoria inaudita, lo que demuestra con la descripción que hace de Moriarty en La liga de los pelirrojos; y además, en la mayoría de los casos, opta por guardarse la información para sí (y de cara al lector), la cual parece muy gustoso de ofrecer solo al final, como comprobamos de nuevo en Los seis Napoleones. No es para nada dado a efusiones (el reencuentro con la Mrs. Hudson en La casa vacía), y lleva un utilísimo archivo de clientes para refrescar la memoria. Destaca La banda moteada, caso que le llega por recomendación de otros, precisamente, y capitulo espléndido por su desarrollo narrativo y por las interpretaciones que contiene: a retener el temblor de la mano de Holmes por puro miedo. Por otra parte, esporádicamente echará mano el detective de los pillos de Londres, los “Irregulares” de Baker Street (El cliente ilustre, El signo de los Cuatro, El detective moribundo), para adelantar en sus pesquisas y conseguir información extra.

Citábamos La casa vacía; como sabemos, en este relato se produce la reaparición del detective después de tres años y pico (la acción pasa de 1891 a 1894), tras su enfrentamiento con el profesor Moriarty (Eric Porter) en El problema final, aunque no quede claro cómo todos están tan seguros de su muerte si, como se asegura, el cuerpo nunca fue encontrado. Eso sí, Holmes podrá obrar con total libertad desde su muerte; casi se diría que se trata de una liberación.

No obstante, el episodio del regreso muestra otros buenos detalles: a Holmes durmiendo como un vampiro, la presencia del tirador que aparecía (y desaparecía) en el citado El problema final, el juez “clasista” que no siente el mismo respeto por el testimonio de Watson que por el de un inspector de policía, y el comentario del detective ante la torpeza en el proceder del pobre doctor y los policías suizos que le acompañan, en la catarata de Reichenbach, momento visualizado en retrospectiva.

Holmes: Le ruego que no me hable durante cincuenta minutos (La liga de los pelirrojos).

Destaquemos otros buenos momentos. En El ritual de los Musgrave la caza del tesoro que se desata deviene apasionante. Además, Holmes comenta que desea recopilar algunos de sus primeros trabajos… por su cuenta. Aquí la acción se traslada a tierras de Sussex, aunque Reginald Musgrave (Michael Culver), el ex compañero de universidad de Holmes, parece estar en las nubes cuando pregunta a Holmes ¡a qué se dedica! Raro ejemplar aristocrático que no lee siquiera la prensa (como anticipábamos, sobran unos ridículos insertos, que por fortuna se sitúan justo al principio).

Watson también es un personaje bien defendido, que se sentirá molesto cuando no pueda atender su consulta como es debido. En La piedra de Mazarino le vemos poner en práctica los métodos de Holmes, y en La banda moteada también buscará pisadas sobre el césped.

Ambos amigos se encuentran en plena forma (tiene gracia el cálculo de la velocidad del tren en el que viajan) en Estrella de Plata, otro de los mejores capítulos, no por la trama solo, sino porque se nota el deseo de hacer algo diferente mediante la realización: la disposición de los actores, se procura no cambiar de plano innecesariamente, no fragmentando una conversación.

Excelente es también El hombre del labio torcido, por su arranque: Watson se interna en los barrios marginales tratando de localizar a un conocido ¡para acabar topándose con Holmes! El relato nos muestra la otra cara de Londres, la del opio, e igualmente destaca la entereza de la esposa, uno de los personajes mejor descritos. Y gozosamente, la aventura de este príncipe mendigo, da como resultado el capítulo más políticamente incorrecto de la serie.

Mycroft: ¿Recuerdas lo que decía papá? No recuerdo las palabras exactas… Eliminad lo imposible…

Holmes tiene un igual en la buena relación que mantiene con su hermano Mycroft (magníficamente interpretado por Charles Gray, y personaje al que “desagrada en extremo alterar sus costumbres”: Los planos del Bruce Partington). En El intérprete griego conoceremos los entresijos del fabuloso Club Diógenes, allí donde se rehuye la palabra… y la mirada casual. El personaje reaparecerá en La piedra de Mazarino y Las gafas de oro (donde el ausente será el buen doctor). Otro detalle interesante a destacar es la presencia de unos inspectores de policía que no son retratados como unos ineptos; también saben pedir ayuda a Holmes sin menoscabo de su reputación u orgullo, como demuestran Hopkins (Nigel Planer), que es elogiado por el propio Holmes (La granja Abbey, El círculo rojo); Lanner (John Ringham, El paciente interno), Martin (David Ross, Los bailarines), Gregson (Oliver Maguire, El intérprete griego), el divertido Baynes (Freddie Jones, con su habitual sorna) en El pabellón Westenra; Gregory (Malcolm Storry), que en Estrella de Plata se congratula en seguir los métodos del detective, lo que también complace a Holmes; Jones (John Labanowsky, La liga de los pelirrojos); y el propio Lestrade, el más pagado de sí mismo (Colin Jeavons).

Éste último parece ganarle la mano alguna vez (El constructor de Norwood, donde queda grabada esa ama de llaves interpretada por Rosalie Crutchey, ¡junto a una Baker Street en obras!), pero solo lo parecerá. A destacar la vigilia compartida con el inspector en La casa vacía; además, Lestrade no dudará en involucrar a Holmes en El misterio de la segunda mancha.

También son interesantes los episodios navideños: El rubí azul nos hace reflexionar acerca de dónde proceden las grandes fortunas (como ocurría en El colegio Priory), y gira en torno a la desaparición de un valioso pedrusco, cuyas facetas remiten a sendos crímenes, según constata el detective; y La caja de cartón, que nos muestra a un Holmes más falible, junto con una de las imágenes más bellas (y terribles) de toda la serie: la del rostro congelado de la víctima, bajo el hielo: atrapada en el tiempo como un retrato inmortal sobre el que Holmes reflexiona en silencio.

Con Colin Jeavons como Lestrade
Holmes: Tanto aire fresco me va a matar (El misterio del valle Boscombe).

Otro momento destacable lo hallamos en El círculo rojo, donde Holmes nos sorprenderá parafraseando a Jorge Manrique (1440-1479). Aquí, el inspector Hopkins se da cuenta de que Holmes habría actuado de otro modo, ya que “solo está sujeto a la justicia”, pero a él no le queda más remedio que proceder con los requisitos legales… desgraciadamente. No ocurrirá así en El pie del diablo, episodio en el que Holmes confiesa que nunca se ha enamorado, El misterio del valle Boscombe o La granja Abbey, donde se lamenta de haber hecho más daño descubriendo al criminal, por dos veces.

Del mismo modo, el detective no perdona la muerte de un inocente, como demuestra en El intérprete griego. En este capítulo se encuentra otra buena idea: los griegos del relato no cruzan una sola palabra, se comunican escribiendo en una pizarrilla. Otros apuntes sugestivos son el ensimismamiento de un Holmes ya imbuido en el misterio del caso, mientras la policía se lleva al infortunado Hector McFarlane (Matthew Solon) en el citado El constructor de Norwood; no obstante, ambos cruzarán sus miradas cuando el detective asome por la ventana. Como curiosidad, es en estos primeros episodios cuando Holmes y Watson visitan con asiduidad los establecimientos colindantes al 221b.

Otro ejemplo llamativo es la imagen del tronco flotando en el río que llama la atención de Holmes, junto a la lápida incrustada en el lodo bajo el puente, en La granja Abbey; o aquellas imágenes que nos muestran qué hace el detective cuando “desaparece”, en El signo de los Cuatro, un relato en el que, finalmente, no se concreta la relación entre Watson y la sta. Morstan (como sí ocurre en el relato original).

Holmes: Si la solución no es de este mundo, yo no podré llegar a ella (El pie del diablo).

Curiosamente, no es El perro de los Baskerville la adaptación más airosa; se deja ver con agrado, pero como hemos señalado, hay mejores episodios. Se prescinde de todo tipo de prólogo para ser más fiel a la escritura (que no al espíritu) del relato original, y entre sus aciertos podemos comentar que la mansión escogida es realmente magnífica (será una tónica de toda la serie), junto a la descripción por medio de un plano del páramo al que van a acudir Holmes y Watson por ver primera, la fisicidad del mismo, y la referencia a la lobotomía del evadido Selden. A estas alturas, poco importaba desvelar la identidad del asesino “antes de tiempo”, para tratar de jugar con otros elementos del relato. Más interesante es El vampiro de Sussex, cuyo periplo será el opuesto al de Baskerville; aquí pasaremos del escepticismo a la creencia en “algo más”. El relato se desarrolla a la manera clásica, en una comunidad apacible, en la que acabarán confluyendo dos mitos: Holmes y el vampiro.

Sobresale la idea acerca del fenómeno psicológico por el cual se puede “extraer” toda la energía de una persona, junto a la dependencia en una influencia malsana, que derivará en la “proyección” de todo un pueblo, que acaba observando en el Otro sus propios defectos. El caso es que aquí el detective se enfrenta a un problema de contornos intangibles, el de aquel que se cree poseído (o un vampiro); estamos en el reino de una imaginación trágica. Un atractivo momento por atmosférico es la visita a las ruinas de la mansión Stockton, junto a la experiencia “sobrenatural” narrada por el propio Watson. Si pasamos por alto los efectitos de turno y algún reinserto innecesario, se trata de un notable relato.

Por su parte, en El aristócrata solterón se constata que nadie puede escapar a su propia muerte. El Castillo Gloven es un entorno de ensueño, que en realidad es de pesadillas, un símbolo de lo que se oculta en cada casa. Seguimos en el terreno de El vampiro de Sussex, solo que aquí el terror adquirirá formas más tangibles. Lord Robert St. Simon (Simon Williams: su personaje tiene puntos de conexión con el que interpretaba en la mítica Arriba y Abajo) es un personaje que parece equipararse a Holmes al mostrarse ambos presas del aburrimiento y tan enjaulados como los animales que pululan por el relato.

Más aún, el detective plasma en un cuaderno de dibujo sus visiones y pesadillas (que resultarán tener carácter de premonición); en realidad, son la verificación de la soledad de una mente privilegiada, la cual le planteará la resolución de su caso más singular: el desciframiento de su propia mente. De nuevo los insertos e ilustraciones de los sueños tormentosos de Holmes son lo peor de la función, pero despunta la evidente intención de dotar de una mayor complejidad al personaje: su conexión mental con la víctima no es la peor idea que se les podía ocurrir, aunque zozobre su ilustración. Por otra parte, la trama se alarga en exceso, sobre todo en los prolegómenos. Con todo, en El aristócrata solterón, Holmes sí encuentra “un rival de altura”, perverso y degradado. Y una nueva forma de terror.


Holmes: Qué placer tan especial conocer un hombre con una mente tan lógica como la suya (El detective moribundo).

Otro villano de altura será Charles Augustus Middleton, “el peor hombre de Londres”. Se trata de un tratante de arte y un chantajista, pero lo más interesante del capitulo será la relación que Holmes entabla con la criada de Middleton, que recordará al detective el arrojo de las clases más desfavorecidas. Claro que él también habrá de “sacrificarse”: Hemos paseado, conversado… si yo le contara…, comenta apesadumbrado a Watson. Una actitud que quedaba contrastada en El detective moribundo, donde Holmes discurría con toda la frialdad de su cabeza, con lo que ello conllevaba de falta de “humanidad”.

Finalmente, en Los tres frontones, el detective constata que el tiempo ya no está de su parte. Cuánta gente y cuan pocos objetivos, comenta al ver pasar a la gente. Su atracción por el abismo está completando el círculo; para él, las individualidades son objetos uniformes, sin vida. Curiosamente, destaca en el relato su relación con un columnista, otra persona que se alimenta de las debilidades e idiosincrasias de los demás, junto a la presencia de una nueva femme fatale.


Entre los rostros más recordados por los aficionados encontramos los de Ronald Lacey, Simon Williams, Kika Markham, Harry Andrews, Stuart Wilson, James Purefoy, David Langton, Rupert Evans, Frank Finlay, Peter Finch, un jovencito y escuálido Jude Law (futuro Watson), Damien Thomas, Denis Quilley, Joss Ackalnd, Natasha Richardson, Michael Culver, Daniel Massey, Gayle Hunnicutt y, por supuesto, Charles Gray como Mycroft y Eric Porter como Moriarty.

Escrito por Javier C. Aguilera

Próximamente: Sí, Ministro & Sí, Primer Ministro


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