Clásicos Inolvidables (XIX): La malquerida, de Jacinto Benavente

15 marzo, 2013

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Eran principios del siglo XX cuando España vivía una situación cultural de movimientos que se entrecruzaban y que daría lugar a una de las ocasiones más fértiles de este país. Fueron la sucesión de una serie de generaciones muy productivas que crearon una segunda época dorada para la literatura. Los nombres de los componentes de la Generación del 98 y de la Generación del 27 están presentes en cualquier programa literario, pero entre los representantes más destacados de cada una hay una serie de autores que han pasado más desapercibidos en la actualidad, aunque resultaran muy atrayentes en la época. Es el caso de Jacinto Benavente, dramaturgo finisecular que elaboró la mayoría de sus obras a principios del siglo XX.

 
Contra la tendencia melodramática de los éxitos anteriores, especialmente del hoy desconocido Echeragay, Benavente creó un teatro realista con El nido ajeno (1894), que recibió la negatividad de la crítica y que, seguramente, provocó que actuara con moderación a partir de entonces. Por ello, acabó centrándose en llevar a cabo un teatro burgués con crítica suave y asimilable por el público cuyo culmen fue Los intereses creados (1907). Pero hoy no hablaremos de esta obra maestra benaventista, sino de uno de los subgéneros que trabajó y que tuvo gran repercusión en el teatro lorquiano que hoy es tan bien aceptado y aclamado. Nos referimos a La malquerida, representante del drama rural y estrenada en 1913.

El argumento nos traslada a un pueblo el día antes de la boda de Acacia con Faustino, matrimonio que no se llevará a cabo tras el asesinato del futuro novio. Raimunda, madre de Acacia, mostrará interés por descubrir la verdad y no caer en la respuesta fácil de acusar a Norberto, antiguo interesado en el amor de su hija. La búsqueda de esta verdad llevará a la ruina al personaje y a la familia al modo clásico que ya se había representado en el clásico Edipo rey, de Sófocles. Todo ello como fruto de la doble moral de los personajes, representada esencialmente por el marido, Esteban.


Los hechos oscuros que atañen esta obra acababan con la visión idílica del campo que había otorgado el costumbrismo, este movimiento había empleado esencialmente la temática horaciana del menosprecio de corte y alabanza de aldea, presente en autores neoclásicos como Andrés Bello y noventayochistas, como Baroja y Unamuno. Benavente ha dado así un giro de tuerca a este mecanismo, aunque lo realiza de forma sutil. No obstante, debemos atender a la reflexión que Federico de Onís realizó sobre los dramas rurales de este autor, señalando que la situación rural de la escena sirve a Benavente para irrealizar la realidad, alejándola del mundo urbano y burgués habitual en sus obras así como de cualquier lugar auténtico. Esto le permite ahondar en las debilidades y las pasiones humanas.

Insistiendo en esta realidad rural podemos observar también las leves referencias que el autor hace al caciquismo y a la situación de servidumbre que aún se vive en estos pueblos, como se observan en los personajes de Juliana y el Rubio. Estamos en un ambiente pequeño donde se acrecienta la vigilancia social y surgen rumores que siempre llevarán un eco de la verdad. Siguiendo, por otra parte, con una de las características positivas de su teatro, Benavente realiza una conversación poco teatral para resultar verosímil. En este caso empleará expresiones y pronunciaciones populares, aunque debemos recordar que no se basa en ningún estudio, sino que emplea recursos generales que se pueden identificar con el habla popular. Sobre estas conversaciones, en otras sobras solía centrarse en los diálogos, olvidando la acción, algo que le había causado críticas negativas, pero en esta ocasión la acción teatral tendrá mayor importancia.


Representación por el director J. Vida
Ahora bien, la importancia de esta obra reside en sus personajes. Ellos configuran una doble perspectiva que, como defiende el autor, se debate entre el bien y el mal. Raimunda, la madre, en su interés por la opinión pública y por su amor a Esteban no dudará en apartar a Acacia como solución, llevando a cabo una injusticia por su interés y convirtiéndose en una madre ausente, como argumentará Acacia. La joven será víctima del drama, acusada por su madre de levantar las pasiones que han arruinado la familia, y ella se debate entre el odio y el amor, conocedora del mal que haría con un amor prohibido, pero sintiéndose dolorida por tener que ocultar su verdadero sentimiento. Esteban, por otra parte, es retratado como un hombre bueno que se ha visto obligado a convertirse en criminal por unas circunstancias mal vistas por la sociedad. Benavente parece desear que el lector no encuentre en su obra a buenos o malos, no es esta una obra de blancos y negros, sino de grandes matices. En este sentido, Juliana, la criada, culpará a Acacia por ser mala hija. Al igual que Esteban se debatirá entre un amor equilibrado y una pasión fatal que enturbia la realidad.

Raimunda deseará el mal de su hija por el interés social, movidos todos estos personajes por el egoísmo. Estas relaciones turbias tendrán su eco en los dramas rurales de García Lorca, especialmente en La casa de Bernarda Alba, donde Adela podría ser el resultado de una Acacia revisada por el autor granadino, sin olvidar que las heroínas de este autor son derrotadas por el sistema que las oprime.

Aunque reconocido en su época, incluso siendo Premio Nobel, Benavente pasa más desapercibido para el público actual, en gran parte porque su producción tras estos primeros años fue más acomodada al público burgués de la época, con un teatro de final feliz. No obstante, tiene entre sus obras algunas bastante relevantes y renovadores del teatro de la época, como la mencionada Los intereses creados y su drama rural La malquerida. Podemos notar la diferencia de este argumento con el ilustrado Moratín en El sí de las niñas que comentamos con anterioridad. Una revisión necesaria de un clásico que nos da las claves para entender la producción teatral posterior.

Representación de La casa de Bernarda Alba

Escrito por Luis J. del Castillo

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